Uno de los libros del año en España es Abisal, Libro de Zonas y de Figuras, del escritor bilbaíno Álvaro Cortina Urdampilleta, que la editorial Jeckyll and Jill acaba de publicar. Abisal, segundo libro de su autor tras la novela Deshielo y Ascensión y después de varias y muy exitosas obras profesorales, aparece definido en algunos de sus pasajes como un ensayo sobre la pervivencia de la mitología y, más extensamente, como una descripción de las referencias culturales contemporáneas y sus correspondencias entre sí. Sin embargo, y a pesar de estas autodefiniciones, Abisal es fundamentalmente un tratado sobre la personalidad íntima de su autor, escrito bajo la forma de ensayo misceláneo, arbitrario y anchuroso. La diversidad temática y conceptual que presenta no puede engañar a cualquier lector medianamente despierto que además conozca personalmente al autor. Ese lector intuitivo sospecha que los asuntos que se van exponiendo en Abisal forman parte de las múltiples preocupaciones del autor desde su infancia hasta hoy. En ese aspecto, como autorretrato del escritor, el libro es a mi entender una obra de gran altura.
Tal vez por ese carácter chorreante, de aluvión, Abisal tiene una deformidad estructural evidente. Abisal es un mamotreto considerable, muy nutrido, primorosamente editado, y en él los capítulos se expanden por todos lados, lo inundan todo, tocan asuntos tangencialmente para volver a ellos más tarde. La estructura del libro, con varios capítulos divididos en epígrafes de extensión variable, no encierra ninguna simetría aparente: en concreto, se puede decir que algunos capítulos tienen mucho que ver entre ellos, mientras que hay algún otro que resulta extravagante incluso para los estándares tan laxos de este libro.
En Abisal hay múltiples ráfagas de alusiones, con citas específicas, que van entrando y saliendo, agarradas al vuelo por el escritor. Pero la voz de Cortina se encuentra siempre presente en forma de soliloquio donde se van incluyendo reflexiones, narraciones y descripciones de circunstancias de su vida particular que, en una especie de stream of consciousness, dan al libro una cierta espina dorsal y permiten que, desde allí, el autor lance o recoja el hilo de sus referencias.
En este plano referencial, el libro parece el resultado de la explotación minera del cerebro de su autor. Cortina es un joven filósofo y literato en cuya superpoblada sesera cabe cualquier cosa. Así, Cortina se maneja estupendamente disertando sobre filosofía contemporánea y reflexionando acerca de la literatura más recóndita procedente de sabe Dios qué lugares, pero también está muy a gusto comparando todo eso tan elevado con pasajes de series como Twin Peaks, películas como Robocop o Tiburón, o con los más chapuceros largometrajes de terror ochentero. Cortina es un igualitarista del arte, un hombre en cuyo interior las ideas estéticas pierden su categoría y están en ebullición, y en ese marmitako espiritual cabe de todo. Afortunadamente para nosotros, Cortina ha conseguido untar Abisal con muchos detalles de esa jovialidad que es parte consustancial de su personalidad íntima, jovialidad que le permite mirar siempre con una sonrisa a todos los autores que estudia, incluso a algunos de los más plomizos juntadores de palabras que se han dado en la historia de la literatura.
Desde un plano puramente personal, reconozco que Abisal, con toda su enjundia y su sustancia, me gusta más cuando, por ejemplo, el autor me descubre a excepcionales escritores que yo no conocía, como Machen y Bloy; o también cuando encuentra enfoques originalísimos para hablar de obras tantas veces diseccionadas como las de Schelling, Dante y Melville. Pero sobre todo me gusta el Cortina escritor, el que habla de su vida e inventa metáforas. Por contraste, el Cortina profesor, que se dedica a enlazar una cita ilustre con otra más pop, está desaprovechado, por mucha intuición que demuestre (y la demuestra): cuando asocia, Cortina está construyendo figuras de elevada erudición, pero sabemos que en Cortina hay mucho más. En cambio, ya digo, cuando más me gusta Abisal es cuando el libro se convierte de pronto en un retrato íntimo del propio autor.
En todo caso, uno considera que, en conjunto, Abisal, como artefacto literario, es un éxito total. No obstante, sería ridículo negar que un libro tan desmesurado puede presentar dificultades insoslayables para un lector convencional, contemporáneo, lector de corte gregario y de vista cansada. Las visitas de Abisal por los vericuetos de la cultura, sus pausas y asentamientos en algunas esquinas del camino, sus disparos por elevación, sus idas y venidas, su nomenclatura y sus códigos expresivos pueden convertirse en una especie de bola de demolición para el lector actual, que como sabemos sufre de déficit de atención más allá de los 140 caracteres de Twitter. Abisal puede agotar y agotará efectivamente a cualquier palpador de pantallitas. No obstante, esta circunstancia se menciona a título informativo y sin que sea un demérito del libro; más bien nos parece un mérito. El autor del libro y sus editores son conscientes de todo esto y saben que ese lector de Twitter ya tiene para él otra oferta cultural de acuerdo con sus condiciones.
Abisal es otra cosa, y en buena hora lo es.
La publicación de Abisal en estos momentos tan sombríos es un acto de afirmación, un acontecimiento cultural de enorme relevancia. Abisal es una idea literaria multiforme, colosal, de formidable riqueza y capacidad de sugestión, que cualquier aficionado a la literatura debería buscar y encontrar.