Benzema

Benzema ha recibido el gran premio individual que se le da a los mejores futbolistas y eso es una buena noticia porque este jugador es un prodigio de clase, destreza, inteligencia, generosidad y elegancia, por encima, sin duda alguna, de madridismos o antimadridismos. Benzema va por el campo casi bailando y, como dice mi amigo Evencio, este jugador francés es un experto en la trigonometría del fútbol, que no es otra cosa que el conocimiento de los ángulos y los lados de esos triángulos que se forman o que podrían formarse continuamente en cualquier lugar del campo entre el balón y los jugadores. Benzema es de esos que ven los triángulos antes que nadie y que los dibujan con pases o desmarques que solamente los genios pueden poner en marcha sin aparentar esfuerzo, con la sencillez del que tiene oído musical.

Benzema es un jugador que, además, se comporta en el terreno de juego con una deportividad ejemplar. Jamás se le ve protestando, irritando al jugador rival, perdiendo el tiempo, tratando de engañar al árbitro o poniendo en marcha cualesquiera otras manifestaciones de carácter tramposo a las que se dedican todos los demás jugadores durante una abrumadora mayoría de los minutos que dura un partido. El juego séptico y maloliente, que tan mal ejemplo constituye para los niños y que tan poco nos sorprende ya, encaminado sin duda a enardecer a las masas embrutecidas y provocar así modificaciones en las conductas de los aterrorizados árbitros, este tipo de juego, decimos, está fuera del catálogo de actividades que desarrolla Benzema en un campo de fútbol.

Por si esto fuera poco, Benzema es un ejemplo de adaptación a los cambios, maleabilidad personal y deportiva, resiliencia y todas esas virtudes que hacen que cualquier coach o experto en autoayuda sufra una licuefacción de puro gozo. Veamos: Benzema se pasó la primera década de su vida deportiva madridista jugando al lado de Cristiano Ronaldo, personalidad centrípeta y absorbente, hombre retostado y rodeado de una atmósfera sofocante, dedicado de modo permanente a la erección de una estatua eterna de sí mismo; un personaje, en definitiva, de un protagonismo arrasador.

Durante aquellos años, Benzema se dedicó silenciosamente a repartir balones, se adaptó al papel de ser un espectro parcialmente invisible y perfeccionó el arte de la asistencia y la habilidad para llevarse a las defensas contrarias a los rincones más recónditos del campo, con el objeto de que la vedette portuguesa tuviera más sitio para poder marcar sus mil millones de goles.

Todo esto estaba muy bien, pero, en aquella época de subalterno, la admiración por Benzema se circunscribía a los aficionados más técnicos, aquellos que conocían desde dentro los mecanismos del fútbol y eran capaces de paladear todo el trabajo subterráneo de aquel fantasma blanco.

Pero sucedió que un buen día Cristiano Ronaldo decidió marcharse a hacer sus aspavientos por otros lugares del mundo y Benzema se quedó solo en la delantera. Y entonces Benzema empezó a decidir, a mandar con la autoridad natural y espontánea de los que mandan sin gritar, a dominar todo el juego del equipo, a marcar infinidad de goles y a enseñar al mundo entero y a sus compañeros más jóvenes cómo se juega a fútbol.

Hoy, Benzema hace en el campo exactamente todo lo que tiene que hacer y son rarísimas las veces en las que le vemos cometer un error de juicio o de ejecución. En todos los estadios es respetado; en muchos es aplaudido. Hasta en los campos más poblados por fanáticos antimadridistas hay como una admiración individual y oculta en cada aficionado por el arte, el conocimiento, la humildad y la deportividad de Benzema. Esta admiración es más fuerte que el energumenismo partidista. Naturalmente, algunos nunca lo reconocerán, pero esto es una realidad que puede comprobarse cada vez que el interlocutor cretino se encuentre en un contexto cómodo y propicio para la confesión reveladora: en ese momento, el antimadridista, sobre todo si está un poco borracho, dirá que sí, que Benzema es el no va más y la pera limonera.

Algunas personas dicen que la figura de Benzema está manchada por determinados comportamientos que, hace una década, supusieron problemas incluso penales para el delantero merengue. Estas voces insisten en que las conductas extradeportivas protagonizadas por Benzema suponen un impedimento para poner al jugador francés como referencia o ejemplo para los más jóvenes. Ante estas quejas, yo diría que lo que los niños absorben con mayor avidez es lo que ven en el campo, y que, a pesar de lo que se dice por ahí, lo que pasa fuera no tiene mucha importancia. Estamos cansados de ver jugadores cuyo comportamiento en el campo es profundamente delictivo y macarra y que, luego, fuera del campo, son verdaderos ángeles del Cielo, articulados y educados en sus respuestas, y muy accesibles para la prensa, extremadamente amables y risueños. Por ejemplo, Simeone. Mientras tanto, cualquiera que vea un partido de Primera División de fútbol en España y en otros países tiene muchas ocasiones para pedir que la Tierra se lo trague ante la inadmisible cantidad de pérdidas de tiempo, agresiones, simulaciones de lesiones y demás quebrantamientos de la tradición deportiva del barón de Coubertin.

En realidad, es muy posible que los jugadores que macarrean en el campo acaben siendo mucho más tóxicos para los espectadores infantiles que los que macarrean en su vida privada.

Dicho lo cual, creemos que los sucesos vidriosos y sombríos supuestamente protagonizados por Benzema hace una década están muy lejos de ser ejemplares y entendemos que este jugador, como persona particular, habrá pasado por los procesos civiles y penales que le correspondían, de acuerdo con la gravedad de los hechos que hayan sido probados.

Mientras tanto, dentro del campo de fútbol, Benzema se ha convertido en una figura impecable, sensacional, un jugador sobresaliente, buen deportista, que además juega en equipo: el espectador sospecha que Benzema tiene un ego futbolístico mínimo, aparentemente inapreciable, porque en cada jugada siempre parece buscar la opción deportiva mejor para el equipo y no necesariamente para su propio lucimiento estadístico o vedettista. Esto puede ser una mera sospecha, desde luego, puesto que una deliberada falta de dandismo deportivo puede ser otra forma de dandismo.

En todo caso, Benzema es la pera limonera y el no va más. Tómese usted un par de vinos, señor antimadridista, y verá cómo lo reconoce.

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