Vox ha celebrado la segunda edición de su fiesta anual con un enorme éxito. El fervor y la indignación han encontrado su cauce en estos dos días plenos de discursos emotivos, donde cada ponente del partido ha incidido en los asuntos que más elevan moralmente a la parroquia voxística y también, cómo no, en las catástrofes que, según ellos, están sucediendo ahora mismo en España y que levantan dolorosas ampollas entre los aficionados al partido de Santiago Abascal. El público ha tenido ocasión de entregarse gustosamente a la esquizofrenia complementaria de venirse muy arriba con los alegatos patrióticos pero evidentemente sin poder abandonarse del todo al placer sublime del disfrute de los valores eternos, dado que los oradores no han querido permitir que nadie dejara de pensar durante mucho rato en lo apocalíptico de la situación de la patria.
Así, se ha hecho un formidable ejercicio retórico en el que se ha querido mantener muy fresca la idea de que el país simultáneamente se hunde, se cuartea, se llena de perturbaciones externas migratorias y eliteglobalísticas y que además está siendo conquistado por la ideología de género, por el ecologismo obligatorio y por el comunismo; pero la fiesta también ha servido para reafirmar el amor incondicional que este partido tiene a España y el poco amor que siente por una parte sustancial de los españoles, que son aquellos que consideran que la nación española es una ficción, o que el catolicismo es una tradición perniciosa, o que el imperio español es una cosa de la que abochornarse, o incluso que el capitalismo debe de ser corregido y baqueteado por los representantes de la soberanía popular.
Uno de los puntos fuertes del programa ha sido la profusión de intervenciones de representantes políticos internacionales de considerable importancia; en persona ha estado el primer ministro polaco, Mateusz Morawiecki, y en el formato de vídeos enlatados se ha podido ver el saludo de la señora Meloni, a punto de ser primera ministra italiana, o de Orban, jefe de gobierno húngaro. Desde Estados Unidos ha intervenido por segundo año consecutivo el senador tejano Ted Cruz y, como plato fuerte, se ha proyectado un cariñoso mensaje de apoyo, desde un avión, del mismísimo Donald Trump, expresidente norteamericano.
Yo comprendo que Vox pida el respaldo mediático a cualquier figura nacional o internacional que, según ellos, represente el combate contra los peligros que vienen de la izquierda, pero no tengo muy claro que sea buena idea recibir el apadrinamiento político y moral de cualquiera simplemente porque se trate de alguien que irrita y molesta a la izquierda. En esto, creo que todos los partidos situados en los extremos más audaces e intrépidos del arco parlamentario (por un lado o por el otro) caen en la misma trampa. Porque existe la posibilidad de que alguien que irrita al adversario sea efectiva y realmente alguien irritante, en abstracto: puede que sea una personalidad objetivamente poco recomendable, irritante. Tal vez los enemigos de mis enemigos igual no tendrían que formar parte de mi grupo de amigos; en esto, creemos que merecería la pena hilar más fino.
Contemplemos sin ir más lejos a los dos políticos norteamericanos invocados vía satélite en este festival. Ted Cruz es una de las personalidades más viscosas y que más dentera despiertan incluso entre sus compañeros republicanos del Senado, debido a su nula capacidad empática, su trabajo por las causas más oscuras, su permeabilidad hacia todos los lobbies que existen por encima o por debajo de los niveles freáticos de la democracia y, en definitiva, sus desorbitadas y altamente aceitosas habilidades en el ejercicio de la hipocresía, dado que es un hombre que va de libertarian y populista pero que trabaja estupendamente el swamp y la fontanería del Capitolio. Por su parte, Trump es el presidente norteamericano reciente (y digo reciente desde la prudencia) que menos respeto ha mostrado por las instituciones, la separación de poderes, la compasión con el prójimo, la verdad o la mera laboriosidad en el ejercicio del servicio público, salvo que dedicar el cien por cien de tu tiempo en la presidencia a lanzar insultos vía Twitter desde el retrete pueda considerarse ahora como trabajar en el servicio público.
Solo hay que considerar la relación pública que, entre ellos, han mantenido estos dos mismos políticos durante los últimos seis o siete años para ver cuáles son los valores nacionales eternos e inquebrantables que Cruz y Trump representan. Desde 2015, Ted Cruz ha llamado a Trump “inestable”, “liberal pro gay y proabortista”, “mafioso”, “tuitero-en-jefe”, “cobarde” y ha explicado que le gustaría atropellarle con su coche. Por su parte, Trump ha dicho públicamente a Cruz, entre otras muchísimas cosas, que su mujer era muy fea y que Cruz era un “hipócrita total”, un “flojo”, un “asqueroso”, y “el mayor mentiroso con el que me he encontrado en mi vida”. Hay que reconocer que las relaciones entre ambos mejoraron en cuanto Trump fue elegido candidato a presidente, porque los principios no pueden estar reñidos con la flexibilidad desinteresada y el cariño.
¿Qué quiere decirse con todo esto? Pues que no vemos en España un arreglo o una viabilidad institucional continuada si los partidos siguen abrazándose a cualquiera que resulte molesto al adversario, sin mirar si ocurre que, efectivamente, la persona abrazada es una persona irritante. Un partido como Vox, que dice tener la noble aspiración de preservar determinados valores más o menos conservadores, acaba de recibir el apadrinamiento de Trump, cuya principal característica es la indisposición para adherirse a ningún valor que no sea aquello que asegure su propia flotabilidad política. Desde que se hizo político, y sin necesidad de hablar del bochorno ocurrido entre el 3 de noviembre de 2020 y el 20 de enero de 2021, Donald Trump ha ejercido, entre otras muchas caracterizaciones, de cristiano ocasional para la foto, de antiabortista de sopetón, de patriota, de ariete contra la inmigración mejicana cuando le ha interesado y de amigo de los supremacistas blancos porque había votos ahí. En realidad, detrás de sus disfraces, Trump no es un conservador, ni un terraplanista, ni un creacionista, ni un patriota; por el contrario, es un hombre que forma parte de las elites que dominan el mundo, como cualquier otro propietario de miles y miles de millones de dólares, y antes de entrar en política era un sonriente miembro de ese star system desorejado, orgiástico, procaz y sin valores que después él mismo ha puesto a caer de un burro. Trump es un trumpista y lo suyo es mentir para mantener su propio negocio.
Por desgracia, esta estrategia de simpatizar automáticamente con quien molesta al adversario no es privativa de Vox y sospechamos que ha ido calando en todos los sitios. Muy probablemente, el votante general, el de cualquier partido, está inmerso en esta misma dinámica fratricida, en virtud de la cual todo lo que diga el adversario me parece mal de manera sistemática y todo lo que disguste al adversario me tiene que resultar forzosamente afín y simpático, aunque despida mal olor.
Si seguimos así, seguro que entre todos llegaremos a grandes acuerdos.
Hola Pedro,
Me gusta la evolución ideológica y política que seguimos algunos hombres. De una juventud socialista a ultranza a una búsqueda diaria de motivos para no votar a Vox. Personalmente, desde fuera de las vascongadas, no tengo el problema de evitar al PNV. Entiendo que habrás dedicado tu tiempo a esa reflexión. Espero que con éxito. En cualquier caso, y desde la experiencia de tener hijos mayores que tú, llegará un momento en el que tu hijo mayor te dirá que es de Vox o de ETA, o peor aún, del PP. En ese momento sabrás quién eres
Estimado Antonio,
Gracias por su comentario. Ya veremos a quién votan mis hijos, pero el problema de elegir entre tanta maravilla es de ellos y les deseo buena suerte en tan riguroso trance. Supongo que hay tantos motivos para votar a Vox como para no votarles, pero evidentemente, por novedoso y desinhibido, es el partido más sustancioso a la hora de hincarle el diente. En realidad, el argumentario sentimental de Vox es tan parecido al del PNV que Abascal podría ceder a Ortuzar párrafos literales de su discurso del pasado fin de semana para el próximo Aberri Eguna en las campas de Salburúa. Sería un primer paso en pro de la armonía y del hermanamiento de las fuerzas políticas.
Un saludo