Garravento

¿Qué es Garravento? Garravento es el formidable título de una novela de Álvaro Cortina, recientemente publicada por la editorial Jekyll & Jill. También es el nombre del animal protagonista de ese libro, Garravento, la garra al viento: una enorme arpía de Belice, un águila terrorífica que es la encargada de impartir justicia literaria. Ojo a la premisa argumental: un escritor sufre un ictus al leer las críticas despiadadas que otros tres literatos amigos suyos escriben sobre su ensayo Immanuel Kant y la vida extraterrestre, y la mujer del escritor, cetrera experimentada, con frío ánimo vengativo, decide ejecutar a los críticos con la ayuda de la mencionada y horripilante ave rapaz.

¿Qué tipo de asunto es éste? Veamos. Álvaro Cortina es, de entre todos los escritores españoles de hoy, jóvenes o viejos, el que tiene un mayor arsenal de ideas, y en este caso ha escrito un thriller gore, aunque Cortina no sería Cortina si pudiese resistir la tentación de quedarse confinado en los límites estabulados de un género novelístico como éste de la novela de la sangre y de la truculencia, y, en consecuencia, se lanza a mezclar en su obra lo gore, la filosofía kantiana, Platón, Rousseau, la vida extraterrestre, el arte contemporáneo y la afición del propio escritor por la cultura pop. Sí, todo esto. Si ustedes han tenido la suerte de leer el monumental ensayo Abisal, del mismo señor Cortina, sabrán cuál es el recorrido que a este señor le gusta hacer dentro de su cabeza absolutamente repleta de erudición —el autor es una autoridad en los campos de la metafísica, la filosofía de la historia y la estética— que es, simultáneamente, una cabeza rebosante de jovialidad ligera y humorística. Cortina es un doctor en filosofía que se ríe constantemente, dos cosas que se ven cada vez menos por separado y que prácticamente nunca se observan coincidiendo en la misma persona.

Garravento es un thriller, insistimos, y al principio parece que su autor ha decidido darle la vuelta a las normas básicas del whodonit de Agatha Christie y, en vez de poner a un detective que nos desentrañe el asunto, opta por anticiparnos el crimen al principio, como se hacía en todos los capítulos de la famosa serie del teniente Columbo, donde siempre se empezaba mostrando al criminal cometiendo el crimen y la gracia era ver cómo el criminal intentaba evitar que Columbo le descubriese (seguro que a Cortina le gusta esta referencia televisiva ultrasetentera). Cortina toma aparentemente el punto de vista colombístico o hitchockiano que al espectador le obliga a ponerse instintivamente del lado del criminal y a desear que no le cojan. Sin embargo, y por supuesto, eso no es tan sencillo: Cortina es un escritor inteligentísimo y no nos cuenta todo lo que sabe, así que, lo que iba a ser sólo el cómo se convierte enseguida en un qué, y, cuando uno pensaba que lo sabía todo y que la cosa iba de entretenerse viendo cómo se ejecutaba la acción que ya conocíamos, uno se da cuenta de que hay cosas con Cortina que nunca se saben.

Pero Garravento es mucho más, claro. Cortina podía haberse limitado a presentarnos el thriller cinematográfico formidable, el blockbuster indiscutible que esta idea alberga dentro. Un escritor más alicorto y romo se hubiese quedado, insisto, en la idea genial de la venganza mediante la cetrería humana, la idea de que el águila y su dueña conformen una especie de Charles Bronson bicéfalo y desalmado. Es una premisa argumental que vale millones en Netflixlandia, y que se presenta en la novela con un sensacional desarrollo literario gótico, cinematográfico en el mejor sentido de la palabra. Pero, claro, Cortina no puede hacer solamente eso porque es demasiado escritor para tan rígida atadura. Cortina siempre tiene dentro cuatro o cinco libros preparados y con ellos hace uno bien nutrido y multiforme. Y usa frecuentemente una exposición remansada, aparentemente divagadora, para rodear y arropar los episodios ultraviolentos (esplendorosa y frenéticamente narrados, por supuesto) y dotarlos de la bullente categoría literaria que este señor no puede ni debe refrenar. En cada página detectamos la proyección pictórica del gran escritor, con una imagen sobrecogedora aquí, con una evocación deslumbrante allá. Quien crea conveniente cercenar estas tendencias de escritor de raza en aras de la trama no sabe lo que hace, y, en este sentido, tenemos que aplaudir a la editorial Jekyll & Jill por no sacar la podadora comercial y permitirnos disfrutar del Cortina completo. Desde aquí aprovechamos, además, para pedir a esta casa que publique por separado la monografía completa Immanuel Kant y la vida extraterrestre, y que también nos dé a conocer sus tres críticas despiadadas; en el capítulo siete de Garravento, Cortina hace un extracto de estas obras, pero sabemos que tiene en la cabeza todas las frases y todos los párrafos de la tesis y de sus contestaciones.

Todo esto, señoras y señores, es Garravento. Libro inquietante, que podría ser un giallo, una novela de subgénero sanguinolento, pero que, por el contrario, es una obra absolutamente rica, formidable, llena de ideas, que además se atreve, en el fondo, a mostrar la atrocidad que crepita en el fondo de la naturaleza humana y que lo hace intentando evitar las disquisiciones morales. En este sentido, es un libro sin tesis, aunque no es amoral.

Y Garravento es, por encima de todo, otro paso adelante de Álvaro Cortina, su libro más vibrante y certero. Más allá de la idea brillante, y de lo enjundioso de sus vaivenes, y si nos fijamos sólo en los pasajes puramente narrativos, de puro pulso, de acción, esos momentos en los que hay que saber contar una historia, Garravento es, de largo, la mayor obra de Cortina hasta la fecha. Posiblemente también lo diríamos aunque no nos lo pareciera, puesto que no queremos que este señor nos envíe de repente un águila a sacarnos los ojos. Pero nos lo parece.

Con todos ustedes, Garravento, la garra al viento.

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