Los candidatos de Madrid

Es un momento tan adecuado como otro cualquiera para ponernos a repasar la lista de candidatos que se presentan a las elecciones a la Asamblea de la Comunidad de Madrid. Alguno podría decir —con razón— que nunca es buen momento para semejante cosa y que es mucho mejor dedicarse a pasear al sol o sentarse a tomar una cerveza con alguien interesante, actividades que siempre han estado muy bien pese a que eran desconocidas para aquellas personas que antes de la pandemia andaban frenéticas, preocupadas por bobadas y sin prestar atención a las cosas importantes. Pero en este blog no hay un editor que sepa de mercadotecnia digital y no conocemos el secreto para conseguir muchos clicks y alcanzar el éxito cibernético, así que propongo que sigamos hablando de lo que en cada momento nos apetezca, si a ustedes no les molesta.

Además, contemplar a los políticos de hoy es un ejercicio paisajístico formidable. El catálogo de candidatos madrileños refleja fielmente una situación panorámica mucho más amplia, caracterizada por una extrema insensatez política y social.

Empecemos. La candidata que defiende el título de presidente es Isabel Díaz Ayuso, del Partido Popular. La señora Díaz Ayuso es una persona que lleva en el partido desde que tiene 28 años y su bagaje profesional está íntimamente ligado a la formación de la gaviota. Pasó de diputada autonómica a cabeza de lista por la intercesión de Pablo Casado en 2019 y aquel año obtuvo los peores resultados de la historia del PP en Madrid, a pesar de lo cual consiguió formar gobierno de la mano de Ciudadanos y con el permiso de Vox. Ahora acaba de convocar elecciones de la manera tan accidentada que hemos podido ver, bajo la eventual amenaza de una moción de censura.

Las encuestas dicen que la señora Díaz Ayuso podría quedarse con todos los votos de Ciudadanos y con algunos de Vox, y al parecer es una candidata que concita el apoyo casi unánime de los madrileños de centroderecha y de derecha, personas que, en conversaciones más o menos informales, ensalzan acaloradamente su valentía y su gestión de la pandemia. En realidad, la gestión de la pandemia que ha desarrollado la señora Ayuso se ha basado en llevar la contraria al gobierno central de manera sistemática y fija, siempre que ha tenido ocasión, cosa que a veces le ha dado un gran resultado práctico porque el gobierno central ha ido funcionando de la manera tan desalentadora que todos ustedes han tenido ocasión de ver.

Esta teórica gran gestión de la candidata popular ha estado acompañada de una serie de manifestaciones de inestabilidad emocional. Ayuso es una candidata muy original: habla algunas veces sin ningún filtro, diciendo lo primero que se le ocurre, y dando muestras de que, en su interior, no hay nadie al volante; otras veces dice cosas con más calma, siguiendo un guion para electores sencillos, exponiendo sus argumentos con correspondencias y razonamientos caracterizados por un simplismo propio de Barrio Sésamo. Su famosa dicotomía publicitaria entre libertad y comunismo, que tanto hemos oído, podría funcionar en términos generales, pero está causando bochorno a algunos votantes no inmersos en el fanatismo irreflexivo. Como parlamentaria, Ayuso es una mujer generalmente nerviosa, con algunos momentos de ausencia, de evasión extraordinaria, en los que su capacidad dialéctica se queda en una especie de nevera. Pero la dialéctica ya no tiene sitio en la política moderna y ha sido sustituida por el grito, así que no parece que estas lagunas puedan hacer daño electoral a la señora Díaz Ayuso.

El candidato del PSOE es Ángel Gabilondo. Ex ministro, ex religioso, hermano del famoso periodista, don Ángel es doctor en Filosofía y veterano hombre de universidad. Gabilondo da la impresión de estar perfectamente desubicado en este circo, y la estrategia que han pensado para él tiene muchos puntos negros: como segunda edición de Tierno Galván, creemos que a Gabilondo le falta gracia y donosura, y además no sería la segunda sino la tercera edición, ya que la segunda fue la alcaldesa Carmena. Gabilondo no grita, no apasiona y quiere mostrar un perfil de moderación somnífera para buscar al votante que está horrorizado con el calentamiento político global, pero la presencia de Pedro Sánchez al fondo, detrás de su figura, distorsiona cualquier intento de ofrecer una imagen de hombre provisto de independencia de criterio.

El candidato de Ciudadanos, Edmundo Bal, es un señor paracaidista que es diputado en el Congreso y que se hizo ligerísimamente famoso por su papel como abogado del Estado en el juicio al procés independentista catalán, donde fue apartado por su postura digamos poco conciliadora con los acusados. En las presentes elecciones autonómicas, este hombre ha llegado vestido de bombero y ha asumido heroicamente un papelón terrorífico; se diría que va a tener muy difícil lograr representación parlamentaria bajo la bandera de Ciudadanos, que es un partido absolutamente chamuscado y moribundo.

El candidato de Podemos es el ex vicepresidente del Gobierno, Pablo Iglesias, que como todo el mundo sabe ha irrumpido en la plancha del partido de izquierdas de la manera más sonora y turbulenta que ha podido, y desplazando en este abordaje a la candidata disponible, Isabel Serra. En teoría, la maniobra de Iglesias se explica para salvar a la formación morada en Madrid, pero parece una jugada de mucho riesgo. Es difícil imaginar una sola razón para que alguno de los votantes de Podemos vote ahora a Iglesias, que es un político que, en su labor en el gobierno de Sánchez, no ha cumplido ninguna de sus promesas electorales y que además vive formidablemente en el famoso chalé de Galapagar. En teoría, este votante izquierdista debería acudir a la plataforma-espejo de Podemos, que es el partido de Errejón, Más Madrid. Esta formación no ha sufrido todavía la acción corrosiva del acto de gobernar, y tiene como candidata a doña Mónica García, de la que sabemos que es anestesista —lo repite siempre que puede— y que mantiene un aire de beligerancia muy apropiado al momento actual.  

Por último tenemos a la candidata de Vox, Rocío Monasterio, que lleva cierto tiempo apareciendo en los medios con su firmeza adusta y su consternación por el desbarajuste en el que vive el país. Es difícil conocer el alcance electoral del partido de Abascal en Madrid porque su enfoque es de una visceralidad sentimental absolutamente incandescente. Vox combina algunas propuestas ajenas a la realidad del país con propósitos de reforma ética de la política mientras apela a la fibra sensible del elector, al sentimiento nacional. Esta estrategia está demostrando ser todo un éxito en muchos lugares y no vemos por qué no va a serlo en Madrid.

Ante este elenco de primeras figuras, el votante que no lleva la camiseta de su partido, el que no interpreta la realidad en función de la intencionalidad del enemigo, el que se encuentra físicamente agotado por el ruido ambiental, ese votante, si es que existe, siente deseos de dedicar el día de las elecciones a pasear al sol o a sentarse a tomar una cerveza con alguien interesante. Y no votar, claro.   

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