Hoy tenemos que comentar la figura de Pablo Iglesias, otro líder de un partido sin representación parlamentaria. Hasta hace pocos meses, este señor era un personaje circunscrito a los límites del espacio televisivo, en el que se desenvolvía a las mil maravillas. Los aficionados a los debates han podido ver durante años al señor Iglesias enfrentándose a una enorme colección de adversarios formidables. Don Pablo ha sido un discutidor muy resultón porque mantenía un tono invariable ante cualquier embestida y porque manejaba una retórica perfectamente acorazada, basada en el silogismo. Como sabrán muchos de ustedes, el silogismo es un enunciado en el que se proponen varios juicios atados al final por una conclusión a modo de lazo, y todo ello gracias a un procedimiento deductivo formalmente irreprochable pero que a veces es falso. Aristóteles fue el primer formulador del silogismo, y desde el siglo 4 antes de Cristo hasta nuestros días la técnica del silogismo ha degenerado enormemente, dentro de un tono de cuquería filosófica verdaderamente impresionante. La degeneración del proceso se puede constatar en el lenguaje que el señor Iglesias utiliza en sus discursos. Hay que decir que el líder de Podemos acompaña sus reflexiones con un tono potente, monocromático, de una solidez absoluta, sin apenas altibajos emocionales, lo cual es un adobo oratorio muy eficaz porque consigue que el espectador quede avasallado y neutralizado.
Como decimos, Iglesias funcionaba con gran eficacia en la tele y, al calor de lo que se conoce como el Movimiento del 15M, concibió junto a otros profesores universitarios más o menos dogmáticos un partido antisistema. Este partido inició su andadura con un programa estrictamente inaplicable y contrario a la lógica capitalista y a la naturaleza de muchas de las cosas de la vida. Como es natural, buena parte del electorado quedó entusiasmada con este programa y Podemos irrumpió con más de un millón de votos en las últimas elecciones europeas y se hizo con el gobierno de ciudades tan relevantes como Madrid o Barcelona.
Una vez conquistadas ciertas parcelas del poder, este partido político ha tenido que ir tamizando sus postulados. Esta tamización se ha producido por dos motivos fundamentales: 1) porque Podemos gobierna en minoría mayoritaria, y 2) porque no olvidemos que las propuestas de Podemos dan la espalda a algunos de los aspectos más elementales de la realidad que nos rodea. Por ejemplo: Podemos plantea en términos generales un aumento del gasto público, cosa que está muy bien, y a la vez propone iniciativas que aterrorizan a nuestras fuentes de financiación. Estas dos proposiciones forman un silogismo que resulta inmanejable incluso para Pablo Iglesias.
Uno de los aspectos más interesantes de la política actual es ver la evolución de estos partidos nuevos. La observación de las mutaciones de estos partidos a lo largo del tiempo es una actividad de carácter botánico-zoológico muy entretenida y agradable. Se puede apreciar, por ejemplo, que cuando Podemos gobierna está tomando unas hechuras razonablemente institucionales, y también va adoptando al mismo tiempo un aire de tristeza completamente trágico. Los miembros de Podemos con responsabilidades institucionales van deambulando por ahí con semblante nublado y con una consternación total. La señora Carmena, alcaldesa de Madrid, se lleva todos los días unos chascos tremendos porque no puede aplicar su programa. Estos chascos de la alcaldesa se trasladan instantáneamente al electorado de Podemos, que no entiende este proceso de descafeinado de un partido que por fin iba a cambiar las cosas. Darse cuenta de que el mundo es un lugar inhóspito e inamovible es una de las principales decepciones con las que una persona debe enfrentarse a lo largo de la vida. La mayor parte de las personas se llevan esta decepción en las primeras décadas de su vida, y luego está la señora Carmena, que es una mujer universitaria y leída que sin embargo se ha desilusionado a los 71 años de edad.
Por tanto, estamos viendo que Podemos sufre una metamorfosis visible cuando tiene que institucionalizarse. Este fenómeno lo vimos también en Bildu, coalición que, al ganar las elecciones en Guipúzcoa y San Sebastián, se convirtió en un partido de orden. La melancolía que mostraban los dirigentes de este partido es comparable a la que tienen los señores de Podemos. La realidad económica y financiera es una lavativa que estos señores sufren con todo el desencanto que cabe imaginar.
El caso es que Pablo Iglesias representaba hasta hace unos meses toda la fuerza anarcosindicalista de los movimientos antisistema, y venía infundiendo un miedo atroz entre los electores más conservadores. Con el paso del tiempo, los analistas están dándose cuenta de que la monarquía parlamentaria es un agente centrifugador tan potente que atrae a Podemos hacia su núcleo, despojándole de sus proposiciones más emblemáticas. Podemos está hoy muy cerca de sustituir al PSOE como partido de centro izquierda, lo cual es un triunfo absoluto del sistema. La evolución de Podemos es un fenómeno normalísimo de mutación que se da en cualquier formación con aspiraciones de mandar.
Hoy en día, el señor Iglesias ha perdido cierta fuerza motriz. Su apisonadora retórica está funcionando a medio gas; se han matizado sus silogismos irrompibles; Iglesias ha renunciado definitivamente a la precisión semántica en favor de una papilla discursiva más apta para el consumo generalista. Iglesias es inteligente y quiere merendarse a medio PSOE. Anteriormente dijimos que Ciudadanos quiere quedarse con la otra mitad del Partido Socialista.
Ahí va un silogismo: “La mitad de los votantes de PSOE votará al Podemos; la mitad de los votantes del PSOE votará a Ciudadanos; en conclusión, el PSOE se quedará sin votos”. Como gran parte de los silogismos, hay que ponerlo en cuarentena.