El escote y sus circunstancias

Hablemos de los escotes; en concreto, de las escotaduras de los vestidos femeninos, y, más concretamente, de las aberturas delanteras, aquellas que inciden directamente en la sugerencia del busto. No vamos a describir el fenómeno concreto del escote porque consideramos que todos nuestros lectores tienen una idea muy completa de los signos externos que configuran un escote frontal. Más bien creo que puede ser interesante la observación de las consecuencias que tienen los escotes en el devenir cotidiano de nuestras vidas. Porque, contra lo que determinadas personas piensen, y pese a la situación actual de posmodernismo avanzado, en pleno siglo XXI, resulta que los escotes siguen hoy sin ser inocuos y tienen una incidencia sorprendente.

Porque el escote es un detalle físico que podría parecer insignificante pero que, sin embargo, ejerce a veces de detonador de pequeños desajustes sociales. Está demostrado que un escote puede provocar en la población masculina ciertas perturbaciones (en algunos casos, perturbaciones de proporciones colosales). Para la mayor parte de los hombres, por muy templados que sean, el escote distorsiona un poco la normal relación con nuestra interlocutora, titular del escote en cuestión. Incluso hay hombres que frente a un escote sufren un colapso completo y ven cómo la sangre de su cuerpo se detiene en su camino al cerebro. Estos hombres, cuando están en medio del aturdimiento escotil, son capaces de llevar a cabo cualquier insensatez. Esto que cuento podría parecer más propio de un episodio de El Show de Benny Hill que de la vida real, y habrá gente que piense que estos colapsos dejaron de tener lugar hace muchos años, pero por desgracia es un hecho comprobable y medible que ocurre todos los días. Ante un escote más o menos evidente, cualquier diálogo normalizado entre un hombre y una mujer es muy difícil. El escote es un emisor definitivo de ruido y provoca que algunos hombres no sean capaces de mirar a la cara de la dueña del escote y que sean inhábiles para el razonamiento mínimo exigible en un ser humano.

Pero los escotes femeninos no sólo tienen una incidencia en la población masculina, sin que también provocan revuelo entre la femenina, aunque no por aturdimiento, sino por distorsión. Algunas mujeres dedican cierto tiempo de sus vidas a reflexionar sobre los escotes ajenos y a ponerlos donde no digan dueñas, por decirlo en expresión castiza. Estas mujeres que critican el escote ajeno jamás toman ninguna decisión personal con respecto al escote propio y mantienen durante toda su vida una dinámica de incompatibilidad con este elemento estético. Estas mujeres no van nunca escotadas y la vida para ellas es una vida con los sinsabores habituales pero sin la complejidad que habitualmente trae consigo la llevanza de un escote frontal, que, como decimos, es un complemento físico de efectos concretos.

En el otro extremo tenemos a algunas mujeres que circulan por ahí con un escote consustancial a su estilo y que se funden con sus escotes en una unión permanente. Estas mujeres han optado por la abertura delantera y con ella se manejan como pez en el agua, conscientes de la presencia que tienen. Y por último tenemos a las mujeres que casi nunca llevan escote pero que en determinadas ocasiones aparecen más o menos escotadas, cosa que provoca en todo el mundo un verdadero terremoto. Cuando una mujer habitualmente inescotada opta de pronto por la muestra frontal, el efecto es rotundo e inmediato.

Todas estas situaciones son ejemplos diferentes de una misma realidad pública, que es la realidad esencial del escote. La observación de esta realidad nos lleva a pensar que en términos generales el escote no es siempre un elemento positivo. De hecho, el escote puede influir negativamente en la conducta de todo el mundo. Muchos hombres sufren frente a un escote bien plantado, y algunos podrían llegar a tener problemas muy severos para mirar a la cara de su interlocutora; y esa interlocutora puede enfadarse si nos sorprende mirándole el escote mientras nos habla, cuando la verdad es que la ubicación de un escote es un fenómeno deliberado y consciente, producto de una decisión voluntaria de una mujer. Esta decisión tiene unos efectos que todo el mundo conoce y que por tanto no deben sorprender a nadie, y menos a la responsable de la estrategia escotil. Por tanto, podemos concluir que en muchos casos el escote no ayuda a que las personas se relacionen con normalidad. Además creo que las ventajas que proporciona el escote (que serían las derivadas de la sugerencia) son efímeras y a veces equívocas. Una relación duradera entre un hombre y una mujer puede nacer de un escote, pero no debe basarse en eso. Incluso podríamos decir que para el mantenimiento eficiente de algunas parejas en el tiempo sería conveniente la erradicación definitiva del escote, porque a algunos hombres muy cafres les gustan los escotes de las mujeres desconocidas pero no les gusta nada el escote de su propia mujer, en virtud de la más elemental experiencia relacionada con los celos. Un hombre celoso considera que el reclamo de un escote funcionó con él y que funciona de manera perpetua, y por tanto piensa que el escote de su esposa es un foco de problemas, dado que el mundo está lleno de cafres como él. El hombre que más atracción siente por los escotes se convierte después en el mayor enemigo de los mismos.

Dicho todo esto, no me gustaría que se malinterpretase lo que estamos exponiendo aquí. No tratamos de posicionarnos a favor o en contra de los escotes, que en su esencia son irrelevantes. Y desde luego todo el mundo es libre de ir escotado por ahí, qué duda cabe. Lo que hemos intentado es describir a título puramente informativo las consecuencias de este fenómeno, que es un fenómeno modesto que tiene unos efectos a corto plazo y otros a largo plazo, y que en ocasiones son efectos que tienen gran importancia. Esta realidad podría soslayarse o negarse, pero creemos que existe.

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