Hay muchos analistas que coinciden en señalar que este Gobierno del señor Rajoy se caracteriza por dos rasgos muy definidos: en primer lugar, es un Gobierno que tiende a la economía de gestos y de acciones y que trata de evitar ponerse en situaciones que requieran tomar una decisión; y, en segundo lugar, cuando se ve obligado a definir alguna política específica, este Gobierno suele llegar tarde, lo cual es consecuencia directa de las deliberaciones silenciosas descritas en el primer punto. Pero dentro de la prudencia consustancial a este ministerio hay algunos elementos que destacan por su locuacidad o por su relieve singular: tenemos, por ejemplo, al Ministro del Interior, señor Fernández Díaz, un hombre que en sus frecuentes intervenciones públicas mezcla la mística religiosa con la gestión policial, en una combinación insólita; y antes teníamos al señor Wert, que daba mucha vida a la actualidad política con su soltura y su donaire, pero desde hace meses este ministro está evaporado, anulado. En estos momentos tenemos a dos ministros sobresaliendo en los medios, y son el señor García Margallo y el señor Ruíz Gallardón.
Ambos políticos comparten algunos rasgos distintivos, relacionados fundamentalmente con su formación académica, su entorno familiar y con el brillo de sus currículos. Margallo es descendiente de insignes servidores públicos y es un profesor, diputado y técnico de gran prestigio. Gallardón es también hijo de un famoso político y, pese a su relativa juventud, tiene una hoja de servicios que quita el hipo. Sin embargo, hay que reconocer que las similitudes se acaban ahí. Margallo es un caso raro de ministro de Asuntos de Exteriores, porque habla mucho y porque dice las cosas sin circunloquios. Los cancilleres o jefes de la diplomacia suelen inclinarse en su discurso hacia la ininteligibilidad amable y hacia el lugar común más inofensivo. Margallo, en cambio, está siempre con el capote, ayudando en los medios o dando de vez en cuando una tanda de verónicas de mucha vistosidad. Siguiendo con la terminología taurina, esta actitud de Margallo le convierte en el sobresaliente del Gobierno, un sobresaliente que aparece cuando otros han sido cogidos y que remata al toro con la espada. El ejemplo extremo de toda esta situación se da en el caso catalán: el único ministro que habla de Cataluña es el señor ministro de Asuntos Exteriores, una circunstancia que hace que el tema de Cataluña se convierta automáticamente en un asunto exterior. Tenemos indicios para pensar que esa internacionalización del asunto catalán es más o menos lo contrario de lo que desean Margallo y el Gobierno, así que podemos entender que la torpeza es una cualidad que se da incluso en los más elevados ámbitos. Margallo se mete en charcos importantes y lo hace de una forma más o menos ruidosa.
El señor Ruiz Gallardón, por otro lado, es un hombre listísimo y de una suavidad inconmensurable, y durante sus años de servicio público ha estado casi siempre muy pendiente de caer bien a la franja social que en principio no debería ser su votante natural. Gallardón ha mantenido una relación idílica con los medios de comunicación ubicados en una cierta izquierda, y eso le ha dado los frutos electorales que todos conocemos. Gallardón es un hombre que hasta ahora era capaz de mantener un discurso aéreo, con una musicalidad universal, y ha adoptado un perfil (como se dice ahora) totalmente imbatible, inatacable. Gallardón llegó a ser en determinados momentos un hombre electoralmente indestructible porque no había manera de hincarle el diente. Pero desde hace unos meses el señor Gallardón ha impulsado desde su ministerio una reforma de la controvertida Ley del Aborto aprobada por el anterior Gobierno, del PSOE, y en estos trabajos Gallardón se ha salido de su carril. De repente, hemos visto a un Gallardón concreto, solidificado, que ha discutido con energía sobre un asunto que como mínimo es peliagudo. En este trance, Gallardón ha sufrido por primera vez en su carrera frecuentes lapidaciones mediáticas, dicho sea esto desde un punto de vista metafórico. Y justo cuando parecía que la reforma iba a aprobarse, y en vista de las presiones tremendas por parte de lo que se conoce como opinión pública, el Gobierno de Rajoy ha decidido retirar la propuesta de ley y, por tanto, ha dejado al señor Gallardón en una posición sumamente incómoda. Es decir, que el Gobierno ha gallardoneado justo en el momento en el que Gallardón se mostraba menos Gallardón y más gallardo, si se me permite el juego de palabras. Y en estos momentos tenemos al ministro muy desgastado y, además, vencido. Se ha llevado importantísimas tundas y no ha conseguido su objetivo. No tenemos ninguna duda de que este señor encontrará la manera de recobrar la temperatura y de volver a la posición elevadísima que tenía antes del follón, pero creemos que va a costarle mucho esfuerzo.
Como puede adivinarse, los casos de Margallo y Gallardón son distintos, pero en ambos casos vemos que el Gobierno ha utilizado a estos señores como artilleros sin darles un respaldo mínimo, siempre en aras del mantenimiento de la heroica estrategia gubernamental, y estos señores han resultado chamuscados mientras el Gabinete ha conseguido preservar un cierto aire de distanciamiento positivo e inocuo. Creemos que hasta las próximas Elecciones Generales hay tiempo suficiente para que podamos ver alguna cremación más dentro del Ejecutivo, unas cremaciones que, por otra parte, nunca vienen acompañadas de ceses o dimisiones. Cuando se celebren esos comicios podremos averiguar también si esta estrategia de envío de kamikazes al frente da algún rendimiento.