“Soy tan feo que en una ocasión una prostituta me dijo que tenía jaqueca”, explicaba Rodney Dangerfield, uno de los grandes monologuistas estadounidenses de los años 60 y 70 del pasado siglo. Dangerfield tenía un número cómico basado en ponerse a parir a sí mismo, y lo hacía con un arte insuperable. Dangerfield se reía de su propio aspecto, de la relación que tenía con su mujer, con su médico o de casi cualquier otro asunto relacionado con su vida personal.
¿A qué viene hablar hoy de Dangerfield? Pues lo hacemos porque la semana pasada murió el actor, director de cine y escritor Harold Ramis. Puede que el público español conozca a Ramis solamente por su papel como el doctor Spengler, el científico gafoso de Los Cazafantasmas (1984), pero este señor Ramis era además un sobresaliente escritor de cine de comedia. Ramis es autor de los guiones de varias de las mejores comedias norteamericanas de los últimos treinta y cinco años, entre las que están Desmadre a la Americana, Los Albóndigas, El Pelotón Chiflado, Regreso a la Escuela, Los Cazafantasmas, Atrapado en el Tiempo y Una Terapia Peligrosa. Espero que el señor lector no se deje influir por los infames títulos que algunas de estas películas recibieron al traducirse al castellano, puesto que se trata de comedias de gran calidad y que se basan tres elementos cómicos perfectamente respetables: el humor de risa tonta, la irreverencia hacia la autoridad y el descubrimiento y la definición de algunas personalidades humorísticas de proporciones importantísimas. Harold Ramis creaba personajes irreverentes y los ubicaba en mitad del sistema jerárquico establecido para que produjeran un efecto corrosivo, muy en la línea de los Hermanos Marx; Ramis tuvo el buen ojo de coger a Rodney Dangerfield (autor de la cita que encabeza la entrada de hoy), sacarle del circuito de casinos y bares en los que hacía su monólogo, reforzar su personalidad y ubicarlo en un entorno en el que podía ejercer su influencia destructiva: el entorno puede ser un campo de golf de altos vuelos (como en la película Caddyshack) o en una universidad (como en Regreso a la Escuela). En la misma línea, Ramis colocó a John Belushi en otra universidad y le hizo comerse una hamburguesa gigante de un bocado, en un solo plano y sin efectos especiales (en Desmadre a la Americana). Ramis es además el responsable fundamental del personaje que Bill Murray ha interpretado casi siempre: un sinvergüenza con unos niveles de relajación y suavidad insuperables. Ramis dio a Murray sus mejores diálogos, porque Ramis tenía el secreto de la musicalidad de la comedia y conocía perfectamente dónde estaban los límites de Murray (que era uno de sus mejores amigos). Murray nunca ha estado mejor que cuando aparece en las películas escritas por Ramis: Los Cazafantasmas, Atrapado en el Tiempo o El Pelotón Chiflado, película en la que Murray y Ramis se apuntan al ejército y el sargento de reclutamiento les pregunta con toda seriedad: “¿Son ustedes homosexuales?”. Murray hace una de sus famosas caídas de ojos y le dice, sonriendo: “No, sargento, pero estamos deseando aprender”.
Además de estas cualidades, que son importantísimas, Ramis tenía una afición y un talento especiales para escribir discursos disparatados para sus personajes. En varias de sus películas, los personajes más absurdos resuelven momentos críticos con algún soliloquio humorístico impresionante. En Desmadre a la Americana, Otter (Tim Matheson) defiende a su fraternidad de las acusaciones de vandalismo en los siguientes términos: “Señoras y señores; el asunto aquí no es si hemos vulnerado o no algunas reglas, o si nos hemos tomado o no algunas libertades más o menos excesivas con las invitadas en nuestra fiesta de fraternidad, porque, en efecto, así fue. Pero no se puede responsabilizar a toda una fraternidad por el comportamiento de la gran mayoría de sus miembros, aunque resulten ser unos individuos enfermos y pervertidos. Porque, si hacemos eso, ¿no deberíamos pedir responsabilidades a todo el sistema de fraternidades a lo largo y ancho del país? Y si el sistema es culpable, ¿no estamos culpando acaso a la totalidad de la sociedad americana? Señores, pueden ustedes hacer lo que quieran con nosotros, pero no vamos a permanecer aquí sentados mientras escuchamos cómo se mancilla el nombre de los Estados Unidos de América”.
Y Bill Murray arenga a las tropas en El Pelotón Chiflado de la siguiente manera: “Somos americanos, mis queridos amigos. Eso significa que nuestros antepasados fueron echados a patadas de todos los países decentes del mundo civilizado (…). Somos todos muy diferentes, pero hay una cosa que todos tenemos en común: somos lo suficientemente imbéciles como para enrolarnos en el ejército. No somos normales. Algo raro nos pasa a todos. Somos mutantes. Somos soldados, pero ¡somos soldados americanos! ¡Llevamos doscientos años machacando al enemigo! ¡Vamos ganando 10 a 1!”.
Ese marcador de 10 a 1 es una referencia clara a la guerra de Vietman. Ramis podía ser político y humorístico de manera simultánea y sin dar la tufarra. Ramis era, en definitiva, un hombre singular que hacía reír a los demás con humildad. Su muerte nos da mucha pena.
“Soy tan feo que una vez mi proctólogo me metió el dedo en la boca” (Rodney Dangerfield)