Desafío Extremo

La semana pasada se emitió en la cadena Cuatro un capítulo más de Desafío Extremo, programa que conduce el aventurero leonés Jesús Calleja. En este show se nos ofrece la descripción detallada de una excursión a algún lugar remoto, excusión que Calleja emprende rodeado de su equipo de aventureros amigos y de una serie de sherpas o expertos locales, y en todos los capítulos esta gente trata de superar retos heroicos impresionantes, cuya resolución suele conllevar un riesgo evidente para la integridad de los participantes, bien sea el riesgo de despeñarse por un acantilado, la posibilidad de ser mordidos por algún tipo de criatura endiablada (escualos sanguinarios, insectos carnívoros, etc)  o simplemente el riesgo de volverse tarumbas por efecto de la ansiedad máxima que la aventura genera en el espíritu de la expedición.

En el último capítulo, Calleja se iba a Abjasia (Georgia) y se introducía en una sima de 2.300 metros de profundidad, llena de acuíferos y de pasos estrechos y presidida por la oscuridad más monstruosa. Cuando llevaban 1.600 metros de descenso, se puso a llover en la superficie de la corteza terrestre y empezó a caer agua a manta por el agujero mientras el nivel del agua de las pozas del fondo iba subiendo, fenómenos que, acontecidos simultáneamente, provocaban un bocadillo mortal. Calleja iba recibiendo las noticias de la formación de esta trampa con una creciente exhibición de tics faciales y de temblores de todo su cuerpo, cosa indudablemente lógica dadas las horripilantes circunstancias. Sin embargo, a Calleja le acompañaba un señor barbudo, corpulento, español, que debía vivir por esos parajes absurdos (dado que conocía perfectamente la sima y sus riesgos). Este hombre, de habla articulada, de voz completamente tranquila, iba calibrando las expectativas y las posibilidades reales de supervivencia, que evidentemente cada vez eran más reducidas, y lo hacía como un profesor que plantea el enunciado de un problema teórico. «Si llueve durante dos o tres horas más, no podremos salir del agujero», le decía con toda tranquilidad a Calleja, quien estaba en estado de shock. En un momento dado, un miembro de la expedición se separa del grupo y Calleja pregunta al guía sobre su paradero: «Imagino que está escribiendo algo», contesta el experto barbudo; «¿Y qué escribe?», pregunta Calleja. «Supongo que una carta a su esposa, a sus hijos,… Una nota de despedida. Lo habitual en estos casos», dice el barbas con la calma más incontestable que pueda imaginarse.

Al espectador le impresiona muchísimo cualquier manifestación de templanza y mesura frente al fenómeno peliagudo de una muerte segura. Recordemos en esta línea el famoso vídeo del torero «Paquirri» desangrándose sobre la mesa de la enfermería de la plaza de Pozoblanco, diciendo al médico: «Doctor, usted haga lo que tenga que hacer y corte por donde tenga que cortar». Esta calma heroica nos deja atónitos y es lo que convirtió al último capítulo de Desafío Extremo en una experiencia tremenda para el espectador; desde un punto de vista puramente televisivo, de espectáculo, la emisión fue un éxito. Sin embargo, no debemos olvidar el carácter demencial de este programa y de otros similares, en los que algunas personas como el señor Calleja se dirigen de forma voluntaria a la tumba, y a veces la encuentran, como ha ocurrido recientemente con otro aventurero de melena oxigenada, Álvaro Bultó, que se estampó contra un pico alpino al tirarse al vacío vestido de pájaro. No se le abrió el paracaídas. Un mes antes de morir, Bultó sufrió un accidente similar en Benidorm, y en vez de replantearse su vida y preocuparse por el cariño de sus personas más próximas, Bultó se recuperó de sus lesiones y volvió a tirarse por el barranco. El caso de Bultó tiene el agravante de que este señor pertenece a una familia de conocidos millonarios y que, en consecuencia, existe la posibilidad de que su vida no tuviese las proverbiales apreturas que pueden inducir a alguien a tomar decisiones drásticas.

Por tanto, no sólo se aprecia una chaladura sensacional en toda esta gente, sino también una obstinación en las conductas suicidas. Está claro que nosotros no entendemos la singularidad de la experiencia aventurera ni la emoción suprema del diálogo con la muerte.

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