El empresario jerezano José María Ruiz Mateos ha remitido un comunicado a los medios informativos solicitando su ingreso voluntario en prisión, argumentando que “no puede aguantar más”. El comunicado es un berenjenal de enormes proporciones: en él, Ruiz Mateos proclama simultáneamente su inocencia, su culpabilidad, denuncia una campaña en su contra, promete que todos sus acreedores cobrarán y a la vez da razones para pensar que no lo harán. Este documento es un paso más en el camino de la senilidad que el empresario inició en su momento y cuyas primeras muestras pudimos ver en una entrevista en directo que concedió a Matías Prats cuando se anunció la quiebra de Nueva Rumasa; en aquella entrevista, que fue una exhibición de descontrol mental verdaderamente patética, el señor Ruiz Mateos no oía nada, no entendía una palabra de lo que se le preguntaba y dejó muy claro que era víctima de alguna clase de demencia general progresiva. Aquellos televidentes que tuvimos la mala suerte de ver esa entrevista en vivo sabemos que la experiencia fue altamente desagradable.
No sabemos bien cuáles han sido las circunstancias exactas que rodearon a la estafa de los pagarés de Nueva Rumasa, pero hay síntomas inequívocos que inducen a mucha gente a pensar que, en todo este asunto, los abundantes hijos de Ruiz Mateos están aprovechando el deterioro neuronal del padre para endiñarle el muerto. Los primeros indicios de esta política familiar aparecieron precisamente en aquella entrevista en directo con Matías Prats: la familia había decidido sacar por la tele al patriarca para dar a entender de alguna manera que este señor, responsable del holding, no estaba en sus cabales. La sensación de indefensión que transmitió Ruiz Mateos se derivaba de su fragilidad mental. Posteriormente han salido a la luz más pistas que nos hacen pensar que esta estrategia es así: Ruiz Mateos ha concedido ruedas de prensa, entrevistas y ha aparecido en televisión dando una impresión de desamparo personal completo, mientras que sus hijos se han volatilizado, apareciendo solamente para declarar en sede judicial que todo lo relacionado con los pagarés estaba bajo la dirección estricta del padre.
Y, desde luego, el padre está mal. Una de las evidencias de su mal estado es la pérdida de uno de los grandes talentos que tenía este señor, que era la riqueza de vocabulario. En su época de esplendor, Ruiz Mateos era capaz de soltar ristras larguísimas de sinónimos encadenados; si se dirigía al ex ministro Miguel Boyer, el empresario jerezano no le llamaba solamente bribón (pronunciándolo con un sonido fricativo cercano a la efe, separando mucho ambas sílabas y concluyendo en una oclusiva: fri-fóng), sino que le llamaba bribón, canalla, granuja, bellaco, rufián y tunante, todo seguido y sin tomar aliento. O cuando decía que él mismo se sentía víctima del acoso del Gobierno, no se limitaba a decir que se sentía maltratado, sino que decía, por ejemplo, que se sentía maltratado, vejado, vilipendiado, escarnecido, ultrajado, y denigrado. Esta habilidad de Ruiz Mateos no se ve ya por ninguna parte.
Y parece que también se ha perdido el otro gran talento de Ruiz Mateos, que era la capacidad histriónica de conexión con el público, capacidad que le hizo incluso obtener un escaño de eurodiputado en 1989. De este talento hay muchísimas muestras a lo largo de la historia. Hace unos quince años, yo estuve en una conferencia de Ruiz Mateos celebrada en el campus de Leioa (Vizcaya) de la Universidad del País Vasco. El público estaba formado por estudiantes con ganas de chufla. Ruiz Mateos se ganó a los asistentes nada más comenzar repartiendo a todo el mundo un lote de chocolates Trapa y enseñando fotos borrosas de lo que él decía que era “el trasero de Felipe González”. El público se reía y aplaudía. El único momento en el que los estudiantes se mantuvieron en un incómodo silencio fue cuando Ruiz Mateos apeló a la intercesión de Nuestra Señora de la Merced, patrona de Jerez de la Frontera, para que ayudase a que “nuestra patria resurja de sus cenizas y que en todo el mundo vuelva a resonar el altísimo nombre de España”. El público enmudeció. Muy probablemente no hay ni habrá un orador que se atreviese a decir palabras como ésas en la sede de la Universidad del País Vasco. Ruiz Mateos rompió aquel silencio volviendo a regalar chocolates Trapa a todo el mundo, y el público volvió a aplaudirle. Al parecer, la cabeza de Ruiz Mateos funcionaba perfectamente aquel día y el empresario comprendió que un lote de chocolates está por encima de cualquier ideología.
Hoy en día, sin embargo, Ruiz Mateos está enfermo. Por decirlo al modo cervantino, este señor habrá podido cometer todas las fechorías que vieron los siglos pasados y que verán los venideros, pero ahora se le ha ido la olla. Y que esté en estos momentos exhibiendo esa chochez no es responsabilidad suya, puesto que todo indica que no rige. Si alguno de sus hijos (que se cuentan por docenas) hubiera tratado de impedir este espectáculo, lo habría conseguido. En consecuencia, alguien podría deducir que esta charlotada que está protagonizando su padre (charlotada mucho menos graciosa que las que protagonizaba hace años) está produciéndose porque a alguien le conviene.