Los puñeteros niños

Si uno sale a la calle en estos días se encontrará con que todo está lleno de niños. Como cada año, las vacaciones escolares han provocado que durante unos quince días millones de padres en España se encuentren con sus hijos en toda su extensión, sus hijos al completo, sin alivios ni interrupciones. Un niño sin colegio es un problema, y hay que organizarse para proporcionarle custodia y entretenimiento.

Ahora bien: en España hay un 25% de la población activa que oficialmente está en paro; una de cada cuatro personas en edad de trabajar y con capacidad para hacerlo no está trabajando, lo cual deja entrever un panorama que pone los pelos de punta. Y los parados tienen infinidad de problemas, algunos muy graves (empezando por el problema elemental del sustento presente y futuro), pero uno de los problemas que un parado no tiene es el de la custodia de los hijos en Navidad, puesto que el parado es una persona que en teoría tiene tiempo para hacerse cargo de los niños, dicho sea esto con todo el respeto del mundo. Para el resto de los trabajadores españoles (trabajadores que sin duda tienen menos problemas que los parados, ojo), unos niños de vacaciones aportan a la cotidianeidad corriente unas dificultades sensacionales, catastróficas.

¿Qué hacemos con los hijos? Tremendo problema, porque hay que decir que a determinadas edades los niños se despiertan por la mañana y comienzan su quehacer absorbente. Un niño de hoy que se encuentre entre los dos y los ocho años de edad es una sanguijuela que se adhiere a sus padres o tutores y les chupa la sangre. La impresión que uno tiene es la de que los niños de ahora presentan déficit general de atención en mayor o menor grado, y, por tanto, demandan actividades breves, múltiples, sucesivas y constantes. Estas exigencias están plenamente cubiertas en los colegios, pero cuando empiezan las vacaciones hay que ocupar ese espacio.

Y hay que organizarse. Hay que coger vacaciones, o endiñar los niños a la suegra, o a algún otro pariente con buena disposición de ánimo. Y, si nos encargamos nosotros personalmente del asunto, de repente se nos presenta el gran rompecabezas moderno de la paternidad, que es el problema de la falta de preparación y de aptitud. Tenemos hijos pero, además de no tener dinero para mantenerlos ni tiempo para dedicarles, resulta que no sabemos cómo convivir con ellos. Cuando nos encontramos con los hijos en vacaciones, podemos mantener la normalidad durante un rato, pero enseguida vemos que no tenemos capacidad para relacionarnos con ellos. Hemos llegado a tal nivel de distorsión y de ruido que resulta que al cabo de un rato nuestros hijos nos parecen unas bestezuelas insoportables.

Y todo esto se refleja en dos hechos incontestables: por un lado, y como ya se ha dicho, no tenemos tiempo para estar con nuestros hijos; y, por otro lado, nuestros hijos son objetivamente intensos, unos niños de muy difícil manejo, y hay motivos para pensar que son más insoportables de lo que lo éramos nosotros. También puede ser que si nosotros fuimos unos niños más llevaderos fue porque teníamos unos padres mejores que nosotros, que indudablemente somos unos padres poco dedicados, muy poco sacrificados y, en definitiva, unos padres cochambrosos, de muy mala calidad.  

Dicho todo lo anterior, también hay que reconocer nuestra sagacidad a la hora de resolver problemas como éstos: nos hemos dado cuenta de que todo se soluciona poniendo en las manos del niño una videoconsola a las ocho de la mañana y quitándosela a las once de la noche. Así de fácil. Y que tengan ustedes una feliz Navidad.

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