Mourinho se ha metido en un lío de grandes proporciones. Ya dijimos aquí hace meses que esta temporada 2012/2013 le sobraba. Este señor vino para acabar con Guardiola a cualquier precio, lo consiguió, y, en mi opinión, durante el pasado verano el Real Madrid tenía que haberle cesado para provecho de ambas partes. Mourinho representa la estilización pura del tipo de entrenador militar, que exige adhesiones irrompibles, que no tolera la discrepancia y que demanda esfuerzo sobrehumano, sangre y silencio. Todas las arbitrariedades de Mourinho, que son arbitrariedades sólo en apariencia, parten de su estrategia plenipotenciaria: la estrategia del resultado. En virtud del buen resultado, a Mourinho se le permite cualquier disparate dictatorial, porque con Mourinho sólo importa el triunfo.
Del mismo modo, cuando Mourinho no gana es víctima de su propia sistemática de aniquilación. Mourinho no es un teórico de la distribución del ataque o de las triangulaciones trigonométricas del balón; de hecho, Mourinho tendría éxito en cualquier actividad directiva que se propusiera, porque Mourinho es un gran táctico de la destrucción finalista, que consiste en destruirlo todo para conseguir su objetivo personal. Si resulta que no se consigue el objetivo, lo único que queda en pie es la destrucción, más ostensible que nunca. Mourinho es un generador de tensión perpetua y multilateral: genera tensión en sus equipos, en los aficionados, en los árbitros y en los periodistas. Este entrenador basa su liderazgo en el dominio sobre los espíritus frágiles, toscos o gregarios, dominio fraguado desde la inoculación del miedo. En este sentido, Mourinho parece seguir el manual de César Millán, el domador de perros que sale en la tele y que es especialista en la colonización del espacio y en el establecimiento de la imposición presencial para controlar a la jauría. Pero ocurre que cuando Mourinho se encuentra con un espíritu superior, impermeable, con capacidad de análisis, Mourinho está frente a un enemigo al que debe destruir. Dentro del régimen de Mourinho, un elemento autónomo y con criterio propio puede tener la capacidad suficente como para ver que las ordenanzas de silencio instauradas por el entrenador son insalubres, y puede conseguir que los demás jugadores lo vean también; el riesgo de la propagación del libre examen es algo que Mourinho no puede tolerar. Naturalmente, si esa persona con espíritu libre es un futbolista torpe o de nulas cualidades deportivas, Mourinho lo aniquila sin que nadie se entere o se preocupe, pero si el aniquilado es, digamos, Casillas, que es un héroe sin mácula para una amplísima mayoría de aficionados de todos los equipos, el eco de la destrucción es tremendo.
De todas formas, aquí no parece que estas decisiones se tomen a la ligera. A mi entender, Mourinho está interesado en generar un poco de lío en estos momentos para cumplir tres objetivos: a) que no se hable de lo mal que juega el Madrid; b) que la gente crea que a Mourinho le hacen la cama; y c) que se vea que Mourinho los tiene bien puestos y que es un hombre al que no le tose ni la más sagrada de las vacas sagradas.
Sin embargo, en este caso la reacción de Casillas ha sido impecable. «Tendré que entrenar más y mejor para ganarme otra vez la confianza del entrenador», dice, en unas declaraciones que son un ejemplo de maquiavelismo sibilino y fenomenal: no hay duda de que Mourinho se habrá revuelto en su asiento. Porque además, y en el otro extremo, tenemos hoy una entrevista al defensa Pepe en el diario Record, entrevista en la que Pepe dice que los portugueses del Madrid están menospreciados injustamente por la prensa española y que en España no hay ningún futbolista con la suficiente calidad como para ganar un Balón de Oro, declaraciones que podemos englobar dentro de la dinámica primaria que parece consustancial a este jugador. Pepe es algo así como la materialización física del espíritu mourinhista, con el agravante de que el muchacho parece capaz de partirle el cráneo a cualquiera en cualquier momento, tal y como ha tenido ocasión de demostrar. Cuando el aficionado general ve que Mourinho quiere cargarse a Casillas y que la guardia pretoriana de Mourinho está formada por personas como Pepe, la gente en general, la que no está absorbida por el fanatismo, arruga la nariz.
La conclusión de este asunto es que, cuando acaben todos estos líos y estas tensiones mediáticas, lo que va a quedar después de Mourinho es la repulsión del aficionado liguero. Mourinho se marchará a algún lugar en el que le paguen la correspondiente tonelada de millones de euros que exige, se irá como el hombre que destruyó a Guardiola, y, con ese hito en su incomparable historial, abandonará España, dejando al Real Madrid sin jugadores, sin estructura y sin admiradores.