Acosado por Jazztel

La base de la actividad publicitaria de las empresas de telefonía es la llamada directa e insistente a los domicilios particulares de la gente para comunicar sus ofertas. Concretamente, los agentes de Jazztel llaman al teléfono fijo y lo hacen a horas en las que saben que hay gente en casa; eso significa que muchas veces nos llaman bien entrada la noche, lo cual es un problema tremendo para quienes tenemos hijos pequeños que a esas horas duermen y que, en consecuencia, son susceptibles de ser despertados. En estos casos, uno coge el teléfono de un humor que no podemos definir como bueno. El interlocutor con el que uno habla suele ser un ciudadano de acento latinoamericano que pregunta por el titular de la línea. Si el titular de la línea no está en casa, y eso se le comunica a este agente de telefonía, uno podría pensar que la conversación va a concluir en ese momento, pero no. La conversación sigue. Uno de los mandatos que tiene el operario comercial es tratar de que la conversación dure lo máximo posible.

En esta charla imparable, el agente nos pregunta cuál es la tarifa telefónica que en estos momentos estamos pagando. Algunas personas considerarían esa pregunta como una indiscreción de tomo y lomo y una muestra de mala educación, sobre todo cuando uno descubre de repente que nuestro interlocutor ya conoce nuestra tarifa actual (y no entendemos por qué la conoce). Por tanto, aunque uno no quiera contestar, el agente comercial sabe la respuesta y, en vista de lo cual, sigue hablando como si no hubiera mañana. El agente nos propone una tarifa plana y única de voz, datos, llamadas a fijos y móviles y no sé qué más conceptos, tarifa que mejora considerablemente la que ahora mismo nosotros estamos pagando; cuando hemos llegado a este punto, y pese a que hemos tratado de permanecer dentro de los límites de la cortesía, estamos cansados y molestos y queremos acabar con este diálogo de la manera más decorosa: por tanto, contestamos que no estamos interesados en esa tarifa nueva que nos proponen. El agente dice que no puede creer que no nos interese pagar menos por el mismo servicio, y así nos lo hace saber, dentro de su política de no colgar el teléfono bajo ningún concepto; por tanto, nos pide una aclaración.

Contagiado por tanta mala educación, uno contesta que no tiene por qué aclararle nada a este agente. Pese a esa respuesta desagradable, el agente mantiene que no puede creerse que queramos seguir pagando más, y exige que le expliquemos nuestra decisión; le contestamos que queremos seguir pagando más por el mismo servicio porque somos idiotas, idiotas completos, sin matices. El agente ve que realmente está hablando con un idiota y decide que, en vista de la idiotez del interlocutor, su obligación como agente es explicar mejor su oferta, cumpliendo además su objetivo de mantener viva la conversación, y comienza a repetir muy despacio las tarifas mencionadas. Visto lo visto, le colgamos el teléfono y decidimos dejarlo descolgado para que no nos llamen más.

Este incidente se repite con periodicidad, y personalmente creo que es una tortura. Doy por hecho que la culpa no es del agente, cuya insistencia exagerada sin duda es resultado directo de la presión comercial de su compañía, que probablemente haya establecido de forma reglamentaria unas prácticas como éstas. Conozco a alguna persona que tras escuchar a estos agentes ha decidido aprovechar la oferta y empezar a pagar menos por su telefonía, cosa que ha redundado satisfactoriamente en su economía familiar y en su bienestar general. Por desgracia, y dentro de mis paupérrimas posibilidades, puedo decir que la estrategia comercial de la compañía me parece una estrategia contraproducente y que ha conseguido que hoy por hoy yo tenga unas nulas posibilidades de ser cliente de Jazztel de manera voluntaria. Entiendo que soy un caso aislado y que el acoso telefónico da en general un gran rendimiento, así que tengo que mantenerme prevenido ante nuevos ataques.

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