Santiago Calatrava es el famoso arquitecto de los puentes blancos y de los edificios que parecen velas de un barco. Calatrava tuvo la idea de diseñar figuras de mucho vuelo y con formas estilizadas y exportó su idea por todo el planeta, con el indudable éxito que todo el mundo conoce. Durante varios años, no podía haber una capital de provincia española sin un puente o una obra municipal importante firmada por este insigne arquitecto. Un pueblo sin obras de Calatrava era una vergüenza para sus vecinos. Todos los alcaldes adjudicaban obras al señor Calatrava, y Calatrava empezó a colocar sus proyectos, que curiosamente fueron pareciéndose cada vez más entre sí, quizá por la sobredosis de creaciones que el arquitecto valenciano tuvo que distribuir (ya sabemos que un artista prolijo puede tender a una cierta repetición).
Paralelamente, las obras civiles de Calatrava presentaban ocasionalmente alguna deficiencia relacionada con la utilidad práctica del proyecto: en Bilbao, por ejemplo, proyectó un aeropuerto con la zona de espera de Llegadas que estaba a la intemperie, expuesta a los cuatro vientos, a la lluvia y al granizo; también en Bilbao, su famosa pasarela sobre el río Nervión tenía unas losas de vidrio que se rompían constantemente (desde el año 1997, el ayuntamiento lleva invertidos 300.000 euros en losas), y que además, cuando llovía, provocaban los resbalones de los transeúntes (tal vez a Calatrava esto podía parecerle un problema sin importancia, porque todo el mundo sabe que en Bilbao no llueve casi nunca). El ayuntamiento de la villa vizcaína reclamó el cambio de suelo y además decidió colocar una pasarela que conectase la de Calatrava con las anejas torres de Isozaki, pasarela que diseñó el arquitecto japonés. Herido en su orgullo artístico, indignado por el atentado contra su obra, Calatrava se revolvió en los tribunales y ganó un pleito contra el ayuntamiento por considerarse que poniendo un añadido práctico se había menoscabado su obra artística.
Curiosamente, el mayor de los problemas que suelen presentar las obras del señor Calatrava es su carácter artístico. Hay numerosas pruebas de que Calatrava se considera a sí mismo un artista, y generalmente esa consideración está en permanente conflicto con la practicidad de sus edificaciones. Calatrava diseña sus estructuras de hormigón blanco con un esteticismo orientado hacia la posteridad, y, según parece, las obras tienen deficiencias prácticas de mucha consideración. Calatrava busca el impacto sensorial pero no parece tener ninguna preocupación por algunos conceptos tan prosaicos como el aprovechamiento del espacio o la adecuación al servicio propuesto para la obra proyectada; sin embargo, otros conceptos también prosaicos, como el concepto del dinero, sí parecen tener cierta importancia para Calatrava, en vista de las espectaculares minutas que el señor Calatrava cobra (y que las instituciones han pagado con mucho gusto, ojo).
Consecuencia de todo esto es el reducido cariño que mucha gente tiene hacia la figura del arquitecto valenciano, empezando por los jubilados que se han partido la cadera después de resbalarse en el puente Zubizuri y concluyendo en los familiares de viajeros que se han congelado esperando a la intemperie la llegada de un vuelo en Bilbao. Y ayer supimos que la sociedad familiar Calatrava & Family Investments, gestora del patrimonio de Calatrava, es desde el pasado 23 de noviembre una sociedad de pleno derecho domiciliada en el Cantón de Zurich. Así lo ha registrado Robertina María Marta Calatrava, hija del arquitecto, en calidad de administradora solidaria de la empresa al Registro Mercantil, según informa el diario Cinco Días. Hay que recordar que Calatrava fue nombrado el año pasado Embajador Honorario de España por su representatividad cultural; este señor embajador se lleva ahora su patrimonio a Suiza, en una decisión heroica que muy probablemente ayude a que el público se encariñe de manera automática y puede que definitiva con este señor.