Un informe europeo dice que dos de cada tres niños españoles de 10 años de edad se equivocan a la hora de resolver operaciones de cálculo relativas a las horas y los minutos. Además, nuestros alumnos también tienen un rendimiento deficiente en comprensión lectora, matemáticas y varias disciplinas más. Esto choca con los datos que este mismo informe proporciona sobre recursos materiales en la escuela, que en el caso de España están por encima de la media europea, dado que, por ejemplo, en más de la mitad de los centros hay un ordenador por cada dos alumnos. El estudio ha sido elaborado por la Asociación Internacional para la Evaluación del Logro Educativo (AIE), que es una organización cuyo nombre pone los pelos de punta a cualquiera. Esta asociación ha llegado a la conclusión de que el problema en España es de programa y de método: habiendo (como parece que hay) medios y capacidad del profesorado, se supone que lo que no funciona es el manual, la metodología.
Desde hace treinta años, el programa educativo español ha sido un monstruo que va mutando en función de variables ajenas al raciocinio, concretadas en la guerra entre partidos políticos. Se ha legislado sectariamente, sin conocer las deficiencias programáticas y sin mirar excesivamente los costes, en una dinámica medio loca que se parece a la de la Segunda República. Como se sabe, el primer gobierno de aquella etapa tenía un ministro de Instrucción Pública que se llamaba Marcelino Domingo y que era la quintaesencia de la irresponsabilidad institucional. El señor Domingo se caracterizó por generar iniciativas loables en el plano teórico pero inabordables en el plano práctico; anunció con gran trompetería un plan para construir y poner en marcha 50.000 nuevas escuelas públicas en todo el territorio, sin darse cuenta de que el coste de ese plan ascendía a unos 600 millones de pesetas, que era prácticamente la totalidad del déficit público de entonces (es como si ahora el ministro Wert propusiese un plan de gasto educativo por importe de 100.000 millones de euros). Además, el señor Domingo fue parte activa del gobierno que expulsó a los jesuitas de España en enero de 1932, medida que, independientemente de otras consideraciones, inutilizó a la red de centros educativos de la Compañía de Jesús, adelgazando en alguna medida un sistema que en teoría se quería engordar y enriquecer.
Todas estas ideas, contrarias a la practicidad y al sentido común, e incluso opuestas entre sí, han tenido su herencia en lo que hoy vemos: un sistema en el que lo básico en términos generales es borrar todo lo que hizo el anterior. No hay continuidad, y sí una considerable esquizofrenia. Los niños acaban mareados y sin rumbo. Menos mal que tienen ordenador en clase para poder perder la mañana tuiteando.