El príncipe de Gales acaba de explicar en una entrevista que tiene la impresión de que se le está acabando el tiempo, puesto que este buen señor tiene ya 64 años y no parece que su madre vaya a pasarle los trastos de torear en un plazo corto. La reina de Inglaterra es una señora de 86 años de edad y está como una rosa; recordemos que la reina madre cumplió 101 años en perfectas condiciones y con una afición documentada por la ginebra de alta calidad, con lo que es de esperar que Isabel II funcione varios años más a un buen rendimiento. También hay que recordar la reciente boda del príncipe Guillermo, un acontecimiento de indudable importancia popular que ha impulsado el fervor de los monárquicos por los jóvenes duques de Cambridge. Por tanto, y en vista de que el heredero está ya casi en edad de jubilarse sin haber empezado aún, no es descabellado contemplar la posibilidad de que la cadena sucesoria se salte un eslabón, y que el trono vaya directamente de Isabel II a su nieto Guillermo.
Todo esto está implícito en las breves declaraciones de Carlos de Inglaterra, cuyo tono de voz hay que escuchar con un poco de sentido común, dado que el príncipe de Gales realiza el comentario no desde la lamentación o la queja, sino desde la ironía distante y con el formidable espíritu deportivo de la aristocracia inglesa. El príncipe Carlos ha podido llevar a cabo determinados disparates a lo largo de su vida, pero es consciente de que su posición de heredero eterno tiene indiscutibles ventajas: probablemente, este señor está dedicando su espera a dar largos paseos por los bosques del castillo de Balmoral , en Escocia, o leyendo a Chesterton o a Carlyle al calor de una de las seis chimeneas de Clarence House, su residencia oficial, situada entre el palacio de Buckingham y Trafalgar Square. Carlos de Inglaterra va pasando los días en la más plausible confortabilidad cotidiana, vestido con unos trajes incomparables de cashmere hechos en Bond Street y acompañado por su mujer, la controvertida Camilla de Cornualles, una señora de dudoso atractivo físico pero que, como representación consolidada de la tradición monárquica inglesa, resulta mucho más ajustada que la difunta Diana: uno puede imaginarse a Camila pisando el eterno barro de la campiña inglesa con las botas de agua y el pañuelo en la cabeza (tal y como hace Isabel II), y, en cambio, esta clase de representación rural de la aristocracia no parecía adecuada para Diana, una mujer atractiva pero rematadamente urbana y trendy.
De tal manera que esta espera del príncipe está desarrollándose en el contexto aristocrático más puramente británico y siempre dentro de unos parámetros de calidad cotidiana comprobada. Además, la reciente boda de Guillermo ha aumentado sensiblemente los índices de popularidad de la monarquía inglesa, con lo que el príncipe heredero llegará poco a poco a los estados de ancianidad decrépita en un medio ambiente de tranquilidad institucional. Si al final no hereda, y si la corona pasa de abuela a nieto, al menos este señor habrá podido vivir una larga vida dentro del incontestable lujo de la casa de Windsor, que es un lujo más bien austero, de tiempo lluvioso y de pastel de carne. Un lujo magnífico, qué duda cabe.
Por la cara irónica que pone Carlos cuando ha hecho las declaraciones, es evidente que sabe que, en vista de la crítica situación del mundo occidental, él es un hombre afortunado.