Tony Leblanc y Los Tramposos

En toda la prensa se habla de Tony Leblanc, fallecido el sábado en Madrid. Hombre de vis cómica bien definida, comediante de gran éxito en todas las superficies, Leblanc sobrevivió a varias catástrofes humanas y a periodos de dolor físico imparable. No he conocido al Tony Leblanc de la revista musical y el vodevil, en los que, según se dice, este actor se mostraba en plenitud; sí he visto a Leblanc en una de las mejores películas (españolas o extranjeras) de todos los tiempos: Los Tramposos (1959), de Pedro Lazaga, con Antonio Ozores, Concha Velasco y Laura Valenzuela. La del timo de la estampita, vamos. Una película sobre timadores y sobre la picaresca española tradicional. Ésta es una película que veo periódicamente, frente al asombro de mis amistades y familiares, y la veo porque, a mi entender, esta película es extraordinaria e insólita por diversos motivos:

Para empezar, en Los Tramposos hay un catálogo completo de los actores de comedia en España en los últimos sesenta años. Además de los mencionados cómicos, también están Gómez Bur, Rodero, Venancio Muro o López Vázquez, y todos están perfectos. En esta época, y como decía Berlanga, a los actores no había que dirigirlos: sólo había que llamarles, citarles a una hora y mandarles el guión.

En segundo lugar, Los Tramposos es una película visualmente suntuosa. Es la primera película española que sale a la calle, que se rueda en Madrid a todo color y en lo más parecido al cinemascope que se había visto en España. A veces, veo la película solamente para disfrutar de las vistas, como quien vuelve de vez en cuando a repasar un álbum de fotos antiguas.

En tercer lugar, es una película con un guión formidable, firmado por el productor, José Luis Dibildos, pero en el que por lo visto metieron mano (sin acreditar) Rafael Azcona, Luis Berlanga, Edgar Neville, Miguel Mihura y algún otro genio de aquel momento. En esta película no hay ningún diálogo que no tenga gracia, o mordiente, o ambas cosas: no hay un solo diálogo de mera transición, para salir del paso o para resolver una escena de cualquier manera. Todas las frases que se pronuncian tienen miga. Es además una película fiel a una tradición que es la más importante de toda la literatura española: la picaresca, un género de origen autóctono y de gran proximidad con la realidad del país. Y encima Los Tramposos es suavemente crítica con el establishment franquista y está desprovista completamente de cualquier clase de moraleja ni de enseñanza moral provechosa o instructiva, dos hechos que, dada la época en la que se estrenó, constituyen un milagro puro y simple. En Los Tramposos no hay gente decente, salvo las dos mujeres (Velasco y Valenzuela), que son unas santas. Esto no se había visto nunca en la comedia del régimen, y es una línea de actuación que, además de la dificultad artística, presenta unos inconvenientes operativos y económicos indudables, derivados de la pelea contra cualquier sistema autoritario. Una línea dificilísima que solamente siguió Berlanga en clásicos como Plácido (1961) o El Verdugo (1963).

Y luego está Tony Leblanc, que en Los Tramposos fija definitivamente su personaje hipercastizo, chulesco, un poco cándido y verdaderamente magnífico, y que además tiene la oportunidad en esta película de hacer su despliegue de recursos máximos en la famosa escena del timo de la estampita, rodada a la entrada de la Estación de Atocha, que es la escena que ha quedado para la posteridad, pese a que la película completa es una obra maestra de arte popular.

Si todo va bien, veré de nuevo Los Tramposos varias veces más.

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