El Secretario de Estado de Comercio del Gobierno de España, Jaime García-Legaz, anunció hace unos días que el Gobierno concederá la nacionalidad española a aquellos extranjeros que adquieran una vivienda por un importe igual o superior a 160.000 euros. Con esta medida se busca una salida al gigantesco parque de viviendas deshabitadas y bloqueadas que yacen a lo ancho del país, además de tratar de insuflar un poco de movimiento al comercio general y aprovecharse de los efectos beneficiosos de esa teórica activación económica. La medida de conceder la nacionalidad al comprador de la vivienda es una copia de iniciativas similares que se han ido implantando en otros países (Estados Unidos, Irlanda) con relativo éxito.
Ahora bien: habría que averiguar si a los extranjeros les interesa o no hacerse españoles en estos momentos. Aquí se darán dos supuestos concretos: por un lado, los extranjeros que vienen de países depauperados buscando la prosperidad económica; cada vez vienen menos, pero para estos casos podríamos entender que la obtención de la nacionalidad sería un aliciente; sin embargo, hay que tener en cuenta dos factores: uno, que probablemente ese extranjero no va a encontrar trabajo en nuestro país de momento, y en consecuencia es posible que no tenga acceso al crédito de ninguna manera; y dos, que, tal y como marchan las cuentas públicas, el nuevo nacionalizado tiene muchas posibilidades de quedarse sin ningún tipo de prestación social dentro de muy pocos meses, con lo que las ventajas de la nacionalidad para este extranjero a efectos de servicios empiezan a resultar dudosas.
Y luego están los extranjeros que vienen del Primer Mundo y que tienen ya en su poder los 160.000 euros certificados para comprar un piso. Estos extranjeros aún pueden pensar que la vivienda en España no es por ahora una inversión clara, y quizá prefieran abstenerse o, como mucho, esperar. También es muy posible que para estos extranjeros de primera categoría la nacionalidad española no presente grandes ventajas: para un inglés, un alemán o un norteamericano (que son los que tienen dinero), hacerse español es una idea absurda, puesto que, como todo el mundo sabe, uno es español solamente cuando no puede ser otra cosa; incluso existen hoy bastantes españoles que quieren dejar de serlo para pasar a ser cosas desconocidas, aún por definir.
Por tanto, el efecto llamada que pueda tener la españolidad es un efecto de muy discutible efectividad, si se me permite la expresión. Otra cosa sería que a quien comprase una vivienda se le propusiera ser ciudadano suizo, que es un asunto que parece muchísimo más interesante.