Tu hijo se ha puesto a hablar

El niño cumple dos años. Estaba ya diciendo algunas palabras mal pronunciadas y de pronto uno se da cuenta de que el niño ya puede mantener una conversación de cierta complejidad. No sabemos cuándo se activan los sistemas de la estructuración del habla, pero el hecho es que de repente nos damos cuenta de que el niño conversa articuladamente. Hasta ese momento de la concreción del fenómeno del habla, el niño ya era un agente positivo impresionante, un segregador potentísimo de optimismo y de actividad: uno entraba en una estancia donde estaba el niño, y recibía de él una sonrisa vitamínica, analgésica y cicatrizante; ahora que, además, el niño habla, la onda expansiva de su poder se amplía considerablemente.

A partir de ahora, en este periodo nuevo, conversacional, uno puede sentarse con su hijo y charlar con él, a diferencia de lo que hasta hoy se venía haciendo, que era fundamentalmente correr detrás de él y evitar que cause estragos a lo que le rodea y a sí mismo. Ahora, en cambio, uno se sienta con su hijo y ve que el niño analiza la realidad y la ordena con el criterio de la libertad más pura. El niño dice frases graciosas, que en realidad nos parecen graciosas porque estamos contaminados con nuestras prevenciones y con nuestra organización mental adulterada. El niño reacciona con ocurrencias que provienen de la configuración natural y originaria del cerebro humano intacto, y que, por esa razón, son ocurrencias muy serias. Cualquier persona que tenga una sensibilidad mediana queda fascinada con lo que dice el niño; uno ha de tener un corazón de piedra berroqueña para no emocionarse con la charla del niño. Lamentablemente, existe un porcentaje importante de adultos (entre los cuales a veces estoy yo incluido) que oyen a sus hijos sin escuchar lo que éstos dicen, y que prestan más atención al Whatsapp que al niño, en un eslabón más de la cadena de frigorificación progresiva de la gente. Un niño hablando, sobre todo si acaba de lanzarse al mundo de la comunicación oral, es un espectáculo que no conviene perderse, porque cada palabra que dice el niño y cada razonamiento aparentemente disparatado que formula son únicos, y se desvanecen una vez dichos, y no volverán.

Hay que decir que, aunque el niño empiece a hablar, no deja por ello de generar problemas, ni mucho menos. El niño tiene y tendrá momentos de mañas, de tontería, de furia iracunda, de desobediencia malencarada o de pura y simple anarquía. Manejar cada situación requiere un temple indescriptible, y algunos de esos episodios constituyen verdaderas bombas-lapa ubicadas en los bajos de cualquier relación conyugal; pero eso ya lo sabíamos todos y aun así nos metimos en el fenomenal embrollo de la paternidad, así que vamos a tener que apechugar con ello, y no hay duda de que una de las contrapartidas magníficas que tiene este proceso es la aparición periódica de los hitos del crecimiento: cuando el niño empieza a reirse, o a gatear, o a caminar. De todos ellos, el comienzo del habla es el que más patidifusos nos deja, porque si bien entendemos de alguna manera la sistemática psicomotriz del equilibrio y del hecho del caminar (de alguna manera), el comienzo del habla tiene, en cambio, unas motivaciones ignotas y va precedido de unos movimientos cerebrales incomprensibles. Algo se produce en la cabeza del niño; algo que probablemente podría explicarse desde la física o la química, pero que no puede entenderse en sus fundamentos profundos.

Por tanto, como el hecho es puramente extraordinario, creo que conviene prestar atención y recoger cada término pronunciado y cada sílaba emitida. Así que sugiero que dejemos el smartphone en alguna esquina y nos sentemos con el niño, a ver qué cuenta.

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