Parece ser que la alcaldesa de Madrid, Ana Botella, tenía preparada una excursión a Lisboa para el puente de la semana pasada y resulta que le sobrevino la conocidísima catástrofe del Madrid Arena y las muertes por aplastamiento. Pues bien, ocurre que, pese a la consecución de tan desgraciado suceso, la señora Botella decidió mantener la programación de su viaje, retocándola un poco, y estuvo yendo y viniendo de Lisboa desde el jueves hasta el domingo, alternando las manifestaciones de duelo en Madrid con los baños y los masajes de un spa de categoría superior en la capital portuguesa.
Como era de esperar, esta alternancia de tanatorios y saunas no ha gustado a la opinión pública. El Ayuntamiento de Madrid ha explicado las excursiones como algo «inscrito en el ámbito privado» de la alcaldesa. Parece claro que, desde un punto de vista estrictamente operativo, la presencia episódica de Ana Botella en el spa de Lisboa no ha menoscabado el cumplimiento de sus funciones como la alcaldesa durante los oscuros días de la semana pasada; la alcaldesa ha acudido a los actos funerarios a los que tenía que acudir. Sin embargo, la sensación que tiene la gente no es buena. Esa sensación tiene contornos muy difuminados y es difícil de definir, pero existe: a la gente le parece mal que esta señora se haya ido de masajes en mitad de la tragedia. Además, existe el agravante de que la señora Botella es una alcaldesa «paracaidista» y elegida a dedo, y que además es la mujer del señor Aznar, hecho que pone en entredicho de manera general su capacidad de gestión; de entrada, y pese a la formación o los conocimientos que Ana Botella pueda tener, el público entiende que esta señora es una enchufada, dicho sea con todo el respeto. Por lo tanto, y debido a estas circunstancias, el comportamiento general de esta alcaldesa debe ser intachable.
Ahora bien: en mi opinión, el mayor reproche que se le puede hacer a la señora Botella es el de su criterio vacacional. Desde mi punto de vista, no parece lógico irse a Lisboa y meterse en un spa. Lisboa es una ciudad maravillosa, de una escenografía física impresionante, y pasear por sus calles es una experiencia inolvidable. Los lisboetas son personas de civismo y de musicalidad suave; Lisboa es un lugar que emociona y que aturde al visitante. Por tanto, ir a Lisboa y meterse en un spa, por muy relajante y lujoso que sea, parece una iniciativa equivocada: en concreto, a mí me parece que generalmente un spa suele ser un lugar húmedo y resudado que habría que evitar por cualquier medio, pero incluso si uno tiene la desgracia de que le gusten los spa, es evidente que no hace falta irse hasta Lisboa para respirar aire clorificado y romper a sudar vestido con un albornoz y unas chancletas, en lo que es una situación estética muy poco atractiva; uno puede vivir estas experiencias asfixiantes y bochornosas al lado de su casa, en cualquier ciudad española mediana.
La gente puede hacer lo que quiera con su tiempo libre, faltaría más. Pero creo que si la señora alcaldesa ha decidido ir a Lisboa y, una vez allí, ha optado por encerrarse en un spa, me temo que estamos ante una persona que tiene una visión espacial muy corta y que no comprende el funcionamiento sensorial de la vida. Lisboa, con su balcón desplegado sobre el estuario del Tajo, y con sus aromas panamericanos y líricos, es exactamente todo lo contrario a un spa. A mi juicio, la señora alcaldesa no entiende nada.
Nota: Ayer hablábamos del choque generacional con respecto a Halloween, y hoy leemos en la prensa que en la localidad vizcaína de Munguía un niño tocó un timbre para preguntar «¿truco o trato?» y recibió un escobazo en la cabeza, escobazo propinado por el propietario de la vivienda. El niño ha recibido catorce puntos de sutura y le han tenido que implantar una malla protectora en el cráneo.