El señor Pérez Rubalcaba ha intervenido en un mitin gallego al que habían acudido 50 asistentes para un aforo posible de 200, y podemos decir que estamos ante el acto electoral más humillante que un líder de la oposición haya celebrado nunca en España. En esa línea paupérrima, he tenido la desgracia de ver la agenda de actos de campaña programados por los partidos que se presentan a las elecciones autonómicas vascas, y el panorama general es trágico: la mayor parte de las convocatorias consiste en una cita entre el candidato y la prensa en algún lugar emblemático y decorativo para que ese candidato suelte una parrafada sin preguntas y sin público de cara a que luego los medios publiquen un resumen. Es decir, que estamos ante unas campañas electorales sin gente, campañas de un patetismo indescriptible. La separación entre los políticos de hoy y sus votantes es una realidad pastosa y tremendamente densa. La falta de movilización se hace más patente en cada acto organizado, que es más raquítico que el anterior.
En este escenario, hemos visto que el candidato del PNV, Iñigo Urkullu, ha querido recordar recientemente la figura política del expresidente de su partido, Xabier Arzalluz. Al lector más joven hay que explicarle que Arzalluz fue el jefe del PNV durante casi 25 años, y que es un político de la época en la que la gente iba a los mitines y aplaudía enfervorecida, como un solo hombre. Arzalluz, que era un líder maquiavélico, de una astucia impresionante, ha sido también el más importante retórico que ha habido en España desde la Segunda República. Arzalluz hablaba en público sin papeles, manejaba como nadie la elasticidad de la lengua castellana y dominaba los secretos de la acentuación impactante y de la música general del párrafo. Arzalluz tenía además el formidable don de tocar la fibra sensible de cualquier público: en San Sebastián hacía llorar a las señoras; en Bilbao provocaba la hilaridad de los más chirenes; y en Madrid, cuando iba a hablar (cosa que con el tiempo fue dejando de hacer), en Madrid, repito, pasaba por hombre ameno y con capacidad de diálogo. En Vizcaya, que era su terreno de juego más propicio, la gente seguía en manada a Arzalluz, porque la gente sabía que un discurso de Arzalluz era una experiencia teatral inigualable. En cualquier intervención pública, Arzalluz iba del mordisco más lesivo al chiste mejor contado, pasando por la nota grave de la emotividad tribal, y todo eso lo conseguía con una fluidez nunca vista. Arzalluz, en cualquier mañana de sol, inaugurando algún batzoki o recordando a algún militante histórico de su partido, era un hombre capaz de hacer felices a sus seguidores y de transportarles en una nube oratoria fenomenal. Para esos fans, ir a ver a Arzalluz era como asistir a una actuación de cualquier buen ilusionista: un show de Arzalluz suponía una experiencia evasiva de indudables cualidades terapéuticas.
Además, Arzalluz también brillaba en el género de la entrevista periodística, y en la intimidad sabía convertirse en un corderillo o en un lobo en función de las circunstancias. Podía pasarse la mañana tronando furibundamente en un atril ante una multitud, soltando las mayores enormidades que uno pueda imaginarse, y después mostrarse en una entrevista perfectamente suave y seductor. Hacía reír a quien le entrevistaba, y acto seguido podía conseguir hacerle sentir culpable con una caída de párpados.
Todo esto que estoy contando puede sonar a chino a cualquier joven que no conozca aquella época de nuestras vidas, pero es cierto. Hubo momentos en los que la gente salía de casa a escuchar a los políticos. Arzalluz se retiró en el año 2004 y se retiró de verdad. Con su jubilación perdimos a un hombre singular, dotado de un sentido escenográfico y lírico que no ha tenido rival entre sus contemporáneos, y mucho menos entre sus sucesores. Naturalmente, estoy hablando de Arzalluz como agente retórico, lírico y propagandístico, o sea, desde un punto de vista estrictamente electoral. La calidad profunda de Arzalluz como líder político es más discutible. Ahora bien: para comprobar las dimensiones interpretativas de Arzalluz, sólo hay que oír al que hoy ocupa su cargo y comparar, dicho sea sin ánimo de ofender.