Parece que Hugo Chávez vuelve a ganar en Venezuela, aunque con menor diferencia que la última vez y con mucha mayor moderación en las formas; por lo visto, los procesos terapéuticos que está siguiendo el presidente venezolano le han quitado cierto brío y bastante palpitación bolivariana, y, según se dice, esta campaña de Chávez no ha tenido la violencia verbal y el arrebato revolucionario que han sido siempre sus principales argumentos, dentro de un esperpento bananero perfectamente ridículo.
Por lo tanto, podemos pensar que la enfermedad física es un elemento corrector de los sofocos mentales, y que, en determinados espíritus, la enfermedad grave proporciona un proceso de enfriamiento y de normalización de los niveles de demagogia. Hay que recordar la última parte del Quijote de Cervantes, en la que la devastación física del protagonista le devuelve a sus cabales, y es cuando pide con lógica un retiro decente donde fallecer, y abandona los disparates que han preponderado en su discurso durante toda la obra. También vemos un fenómeno similar en el excepcional cuento de Tolstoi «La Muerte de Iván Ilich«, aunque aquí el protagonista no es un lunático sino que es un alto funcionario con una vida organizada bajo las premisas del orden y de la sociabilidad; cuando el protagonista cae enfermo, ve que todo lo que hizo carece de sentido.
En definitiva, no es descabellado pensar que el futuro del gobierno de Venezuela transcurra por caminos menos delirantes que los que se han transitado hasta ahora. Podemos tener la esperanza de que el señor Chávez renuncie a los detalles estrafalarios de sus primeros mandatos (como cuando emprendía los viajes oficiales con la espada de Bolívar y la colocaba en un asiento ministerial durante los Consejos de Estado), o que incluso empiece a gobernar con algún sentido de modernidad democrática, sin estrambote y sin amenazar a propios y a extraños, y todo ello debido a que cuando uno contempla la muerte tiende a encontrarse con su propia insignificancia; y cuando uno creía que era el representante eterno de la divinidad bolivariana en la Tierra, se encuentra de pronto con que su vida no vale un pimiento y con que todos los disparates totalitarios que uno sigue perpetrando van a quedarse en nada.
Por tanto, e independientemente de que guste o no el resultado electoral, lo importante es que la inflamación bananera que se da habitualmente en esas zonas geográficas se rebaje paulatinamente. Es verdad que ayer Chávez salió al balcón a saludar blandiendo la mencionada espada de Simón Bolívar, pero el apretado resultado electoral y las afecciones médicas del presidente nos hacen pensar que esos gestos escenográficos de opereta van a quedar como homenajes residuales hacia los más recalcitrantes de sus partidarios. En este sentido, las palabras que pronunció Chávez ayer con la espada fueron una llamada a la calma y a la moderación. El Chávez de hace 10 años habría amenazado a los opositores con pasarles por las armas.
La pérdida de explosividad grotesca es en este caso un avance importantísimo.