Fernando Alonso corrió ayer y ganó después de salir desde detrás del todo y adelantar heroicamente a once coches en un circuito muy estrecho. Lógicamente, la proeza tuvo algún componente de suerte pura y dura, pero se demuestra una vez más la calidad del piloto asturiano. A este respecto, yo tengo que decir que no vi la carrera porque la Fórmula 1 me parece un espectáculo absolutamente somnífero y me provoca un aburrimiento de la mayor calidad. El ronroneo continuo de esos coches en la televisión es, para mí, el sonido de la relajación estupefaciente. Pero dicho eso, yo quiero glosar brevemente la figura de Fernando Alonso. Este hombre es el piloto mejor pagado del campeonato pese a que no gana ningún Mundial desde el año 2006, lo cual puede significar que ha debido tener muy mala suerte con los coches que ha conducido y que, pese a ello, los que mueven el dinero siguen pensando que es el mejor piloto (puesto que si no fuera así dejarían de pagarle tanto dinero). Independientemente de sus éxitos o de sus fracasos, lo más sugerente de este asunto es que estamos ante un piloto con unas destrezas contrastadas y reconocidas, y que, pese a ello, es una persona que en España cae mayoritariamente mal. ¿Por qué?

Como primera razón está la proverbial envidia española, de la que tantos ejemplos hay desde hace muchísimos años; en España, una persona que tenga éxito debe minimizarlo, ocultarlo y hacerse perdonar, y así podrá ir tirando sin que le molesten demasiado. La envidia sobrevuela siempre las relaciones personales, pero en el caso de Alonso no creo que sea el único motivo.

También se alega que Alonso no es una persona simpática, y que incluso en sus manifestaciones públicas se comporta como un hombre chulesco y despectivo. A mí esto me parece una exageración; es evidente que Alonso no es la quintaesencia de la chufla y del gracejo, pero a mí me parece que, cuando habla, es educado y respetuoso, y además es de los pocos deportistas que dice cosas concretas y fundamentadas y que consigue evitar el lugar común y las frases hechas mononeuronales que utiliza la mayoría de la gente del deporte. Alonso deja claro en sus declaraciones que es un hombre de una inteligencia superior y que controla hasta el más pequeño detalle funcional y práctico de este mundo complicadísimo de los coches de velocidad. A mí me gusta más oír a Alonso hablar que verle conducir, cosa que, como ya he dicho, es para mí un espectáculo tan aburrido como ver crecer las plantas.

Y aunque Alonso fuera realmente un hombre tan maleducado y antipático, no es lógico que se le mida con tanta severidad cuando hay deportistas aclamados e incluso queridos que son indudablemente unas personas mejorables. Recuerdo con pasmo el cariño popular hacia gente como Stoichkhov, Mourinho, Simeone, McEnroe, Pepe, o, dentro de la misma Fórmula 1, la admiración general hacia Michael Schumacher, un piloto brillante pero con un inacabable historial de trampas, argucias, menosprecio a los rivales y  mala educación; es curioso ver cómo en España se tiene mejor opinión de Schumacher que de Alonso, quizá porque el piloto alemán sonríe y el español no. Supongo que la clave es que en España lo que suscita admiración es la trampa, la defraudación continua y el engaño saleroso. En España, la profesionalidad pura es un disolvente fortísimo de la simpatía y del respeto. 

La opinión que tengo de Fernando Alonso es que es una mezcla formidable de ingeniero frío, conductor rápido y feroz, y hombre analítico de una lógica incuestionable. Nunca le he visto contar un chiste, pero es que ése tampoco es su ámbito de actuación.

Todo esto lo digo desde la autoridad que me da el no ser de ninguna manera un aficionado a los coches.