Ayer ganó España y jugará la final de la Eurocopa. El partido fue muy aburrido, y sólo tuvo algo de gracia en la prórroga y en los penaltis. Gracias a ese sopor aplastante que proporcionó gran parte del partido, pude distraerme fijándome en detalles concretos, y lo más interesante del encuentro fue, para mí, el poder ver durante la retransmisión a madridistas encendidos poniendo a caer de un burro las maneras, los modales, la técnica, el estilo y el fundamento de juego de la selección portuguesa. Y eso es interesante no sólo porque hubiera jugadores del Madrid en el equipo portugués (Ronaldo, Pepe, Coentrao), sino también porque la selección portuguesa ayer fue una réplica exacta del Madrid de Mourinho: un equipo fornido, inagotable, que no deja sitio, que sale rápido a por el gol y que reparte mucha leña protestando incansablemente al árbitro.

 Un equipo tenso, burriciego y letal. Este formato corresponde al molde del Madrid, incluso estéticamente; sus modales bruscos, el aspecto de sus jugadores más asilvestrados (Bruno Alves, Meireles), el macarreo palpitante en sus más diversos niveles, eso es el Real Madrid de los últimos dos años. Y España jugó como el Barça, despacio, tocando la pelota.

Así que los aficionados madridistas abucheaban ayer a Ronaldo, y le afeaban sus gestos de poligonero, y protestaban ante la virulencia de los destripaterrones de la defensa portuguesa, y, en realidad, estos aficionados merengues estaban reconociendo por fin, tal vez sin darse mucha cuenta, que ese tipo de juego y de estilo (el estilo del Madrid de Mourinho) es menos reconfortante que el estilo del Barcelona.

El breve periodo de sinceridad natural (120 minutos exactos más los penaltis) es lo más positivo que yo presencié ayer.