La brasa de la celebración del triunfo

Ayer la selección de fútbol estuvo un rato tomando el pelo a los italianos y el partido acabó con cuatro goles, sin mucha complicación. Fue un partido espectacular de fútbol, y podemos decir por fin que resultó vistoso. Lo peor de esta victoria en la Eurocopa va a ser el consiguiente paseo por Madrid en el autobús descapotado y la posterior fiesta multitudinaria en la Plaza de Colón o donde quiera que se produzca.

Ese espectáculo, dirigido en ocasiones anteriores por el portero Reina, es en mi opinión un acontecimiento sin ningún atractivo: los cánticos proferidos se ponen en práctica sin ningún ritmo ni afinación, los chistes son de muy bajo nivel, los bailes son primarios, la situación general es de vergüenza ajena. Para disfrutar con ese show, creo que resulta imprescindible mantener el mismo nivel de embriaguez que los miembros de la selección, en lo que considero el cumplimiento de una ley no escrita que dice que para disfrutar en una fiesta nunca se puede ser ni el único que esté borracho ni el único que esté sobrio.

No hay razones para pensar que, cuando los jugadores de fútbol cogen un micrófono en el techo de un autobús, o en el balcón de algún ayuntamiento, o en un escenario de mecanotubo preparado para la ocasión, lo que allí digan sea de algún interés. De hecho, y como cualquier persona particular, el futbolista tiende a bloquearse al hablar ante una multitud, y para hacerlo necesita tomarse unas cervezas, cervezas que le ayudan a lanzarse a la alocución pero que, sin embargo, le tercian la capacidad sintáctica y los mecanismos del razonamiento. Por lo tanto, el futbolista ebrio canta tonterías y pide al público que le conteste otras bobadas equivalentes. Un espectáculo que además se alarga indefectiblemente.

Y luego está el problema de las diversas banderas, distintivos y símbolos del terruño local, provincial, autonómico o federal que cada uno de los jugadores saca al escenario o porta cual pañuelo pirata, capa de superhéroe o túnica. Esa moda del particularismo local se ha extendido entre todos los futbolistas, y en las celebraciones, además de los distintivos patrióticos tradicionalmente exhibidos, empiezan a verse escudos de pueblos remotos y banderas de municipios de difícil acceso, porque ningún futbolista quiere ser menos que los demás; en general, es un asunto que suele generar polémica por la intransigencia de unos y otros.

No creo que merezca la pena ir más allá. Estas problemáticas se solucionarían si se suprimiesen las celebraciones oficiales de los títulos, o al menos si se hicieran de manera verdaderamente espontánea, porque cuando ya es la tercera vez que Pepe Reina va a ejercer de maestro de ceremonias tengo la impresión de que va a costarle ser original o ameno, salvo que hayan contratado a algún guionista de Buenafuente para suministrar nuevos chistes al portero, cosa que sería una gran idea.

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