El voto conservador

El PRI ha ganado las elecciones en México y volverá a gobernar después de doce años en la oposición. El candidato triunfador, señor Peña Nieto, es un verdadero galán de telenovela, con sonrisa nacarada y tupé pletórico de laca, y está tan en el papel que tiene incluso una esposa que es actriz muy principal de culebrones latinoamericanos. El candidato de la izquierda, señor López Obrador, denuncia irregularidades en las elecciones y dice que el PRI ha «comprado literalmente más de un millón de votos».

Para aquellos que no conocemos ese país, hay cosas verdaderamente chocantes; para empezar, en los últimos siete años se han registrado en México cerca de 50.000 asesinatos en las circunstancias que van desde lo trágico hasta lo rocambolesco, y al parecer para los grandes partidos este asunto no ha merecido ni un minuto de campaña electoral. Otra cosa interesante es que el PRI ha usado una figura joven y atractiva (la del señor Peña Nieto) para darle una mano de pintura a su partido, que es la formación política secular y perfectamente mimetizada con el paisaje mexicano; el PRI gobernó durante setenta años en México, y la fuerza de la costumbre es tal que la izquierda ha denunciado teóricas corruptelas de un partido que ahora no gobernaba, sino que llevaba doce años en la oposición.

En este sentido, el PRI parece una amalgama eterna de la totalidad, de una cosa y de su contrario, empezando por su propio nombre, Partido Revolucionario Institucional, denominación mágica que podría suponer una contradicción (digo yo que, si una organización es revolucionaria, no puede ser institucional, y viceversa); pero estamos ante un sistema político en el que la contradicción semántica es la menos relevante de las contradicciones. El PRI no es de derechas, ni de izquierdas, ni de centro: es una organización perfecta e imbatible en la que todo cabe y en la que cada cual ve lo que más le interesa. El PRI es, en esencia, un vehiculo de gobierno, y si tiene que ser de un color u otro se le puede dar una mano de pintura sin problemas. Estos fenómenos de representatividad integral, maleable y untuosa (como lo es también el peronismo argentino) se dan cada vez más debido a lo cómodo que le resulta al elector el votar siempre a los mismos, y en algunos sitios ocurre además que el día en el que finalmente se cambia al gobierno es porque la oposición también se ha mimetizado con el entorno. Se llega entonces a la gran papilla de partidos políticos indistinguibles entre sí y perfectamente elásticos, en la que, gane quien gane, siempre ganan los nuestros.

México es además una potencia macroeconómica que cobija en su microeconomía todo el famoso entramado del soborno y de la «mordida», y es un país en el que parece ser que el narcotráfico circula soterrado, bajo los desiertos y las colinas, en un sistema de canalización del alcantarillado económico que viene descrito admirablemente en «El Poder del Perro», fabulosa novela de Don Winslow. La convivencia normal del paisano medio con muchas modalidades de lo ilegal es un síntoma de que la situación es difícilmente reversible.

Hoy por hoy, México va marchando con esta mecánica, y, por lo visto en estas elecciones, la inercia es imparable y la vocación general es la del mantenimiento y la de la preservación del habitat. El sol sale cada día por su lugar; las personas vamos tirando como podemos, y queremos fundamentalmente no ir a peor, así que votando al PRI se fija de forma consolidada esa situación puramente mexicana y conservadora, en el sentido literal de conservar lo que existe.

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