Corinna

Vuelve a hablarse de Corinna: su nombre ha aparecido en el caso Urdangarín. Todo el mundo está al corriente de quién es Corinna. Ya dije en otra entrada que el mal momento de las altas esferas del régimen está coincidiendo con el auge de la comunicación interminable por Internet, y por medio de Internet ya sabemos quién es Corinna, de dónde viene y a qué se dedica.

Evidentemente, éste es el momento de Corinna, pero desde el siglo XVI ha habido muchas Corinnas, y el primitivismo informativo ha permitido hasta ahora que nunca haya pasado nada. Parece ser que Alfonso XIII hizo innumerables excursiones corinnescas, concretadas y fijadas para la posteridad en la figura de un pequeño corinno, don Leandro de Borbón, que anda todavía por aquí y que es ya legalmente un pariente reconocido. Por tanto, esto de Corinna parece una constante dinástica hereditaria, como la navegación a vela o la campechanía personal.

Sin embargo, las circunstancias de hoy han cambiado y ahora vienen presididas por la avalancha de datos y de revelaciones cibernéticas. En concreto, desde hace unos meses se publican de forma incesante episodios recientes que muestran una proximidad inequívoca entre Corinna y las magistraturas más importantes del Estado. Y la gran novedad en este caso es que por lo que vamos viendo Corinna ha estado durante una serie de años revoloteando por las dependencias oficiales de una manera perfectamente normal, y en concreto se ven fotografías en las que esta señora aparece llevando a cabo actividades oficiales junto a las altas esferas con aparente soltura y con conocimiento de todos los implicados. Hasta la aparición de Corinna, las personas que supuestamente habían cumplido este tipo de labores se habían ceñido a la más estricta de las intimidades, y el asunto no pasaba del rumor inconcreto o el chisme; ahora, en cambio, hay una persona (Corinna) que se ha ubicado en el meollo funcional del régimen. Así, el relieve oficial de Corinna nos viene fijado con una nitidez impresionante. En consecuencia, Corinna ha aparecido en nuestras vidas ahora, pero por lo visto ya estaba allí desde hace mucho tiempo.

Una presencia tan notoriamente perfilada no tiene escapatoria en el mundo interconectado de hoy en día. Corinna es una persona de la que en muy breve plazo ya hemos conocido todo: sus antiguos matrimonios, su nobleza sobrevenida, su carácter de mediadora, su aspecto físico. Y así como no podíamos emitir una opinión sobre cualquiera de las presuntas antecesoras de Corinna, dado que no había datos fiables, resulta que sí que podemos opinar sobre Corinna. Y Corinna nos sorprende por su normalidad vulgar, su encaje perfecto en el tipo. Corinna es al parecer una señora rubia y recauchutada que ha ido moviéndose indefectiblemente hacia arriba en sus relaciones con determinadas personalidades, llegando al éxito consolidado que hoy conocemos. Un diplomático extranjero medianamente lenguaraz ha dicho de ella que es «guapa y simpática, aunque demasiado operada»; o sea, que Corinna parece que se adecúa al personaje amistoso que cualquier hombre de la tercera edad querría en sus aledaños: maja, rubia, aduladora y con esos retoques que todo el mundo ve menos los hombres que no ven nada. Cualquier divorciado distinguido que supere la sesentena circula por la vida con una Corinna.

Y he aquí, en mi opinión, el aspecto menos reconfortante de todo este episodio: se supone que las altas esferas están en su puesto en virtud de una diferencia inasible con el resto de los mortales, y en mi opinión esto debería refrendarse en todos los aspectos de la vida, incluyendo, por supuesto, asuntos tan peliagudos como éste. Si las altas instancias desean circular por estos caminos, es de esperar que lo hagan con grandes precauciones y sin toda esta ligereza, pero sobre todo deberían evitar la vulgaridad estricta de las Corinnas. El régimen se basa en los privilegios y en la continuidad dinástica exclusiva, y Corinna no es otra cosa que un elemento de nivelación entre todos los hombres.

Y pese a que se dice que al régimen le conviene acercarse a la gente corriente, un acercamiento excesivo desmantelaría las motivaciones sobrenaturales del propio régimen y puede hacer que el régimen pierda el sentido que tiene, si es que tiene alguno, claro.

Lo que parece cada vez más evidente es que este asunto de Corinna se ha sobrellevado durante años con una despreocupación asombrosa, y en consecuencia la cantidad de información disponible va a ser enorme. Podríamos llegar a saber cosas tan detalladas de Corinna y de sus quehaceres que creemos que el ambiente general va a ser francamente desagradable.

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