Se viene observando el desarrollo de los acontecimientos económicos, y lo que se concluye es que, a mi entender, en España hay tres tipos de personas según su posición en la crisis.
En primer lugar, hay una mayoría que debe dinero a un tercero y que está funcionando con una seriedad frugal impresionante; esta gente trata como sea de gastar menos y vive con lo mínimo. En segundo lugar, hay un grupo muy pequeño de personas para las que la crisis no existe; viven en la abundancia y mantienen magníficos niveles de tesorería. Están comprando barato y probablemente salgan de la crisis en una posición incluso mejor que la que tenían al entrar (que ya era excelente, por otra parte).
Por último, hay unas cuantas personas que han definido unos niveles vitales más o menos holgados que al parecer les corresponden por motivos confusos y no van a aceptar vivir con menos o apretarse el cinturón. Al venir de una situación de abundancia y de liquidez extremas, estas personas mantienen unos mínimos de gasto elevados, que ya no se corresponden con sus ingresos, y entonces es cuando surgen los desahucios, las ejecuciones de garantías y toda la batería de medidas recuperatorias del crédito, de mucha apariencia y escandalera, medidas tremendas que tienen un relieve sensacional. Pero se mantiene la idea inicial de estas personas, que es una idea muy particular: esta gente estima que necesita gastar por lo menos X; por tanto, debe ingresar un mínimo de Y, y esos mínimos ingresos tienen que estar garantizados por alguien, pase lo que pase. Esta manera de planificar es nueva, porque, tradicionalmente, este razonamiento se hacía al revés: se trataba de ver qué ingresos se tenían, y en base a eso se podía calcular la capacidad de gasto o ahorro. Si ingreso 10, me gasto 10 (como mucho). Todo esto ha quedado desactivado por el desmadre general de los años buenos, que ha añadido conceptos como expectativas desmedidas o crecimiento perpetuo.
Porque no hay duda de que esta contabilidad inversa es el resultado directo de la bonanza, que ha generalizado el crédito masivo, lo que hace que suban las ventas de bienes y servicios y, no obstante, baje su valor, el valor que le damos a todo que nos rodea. Lo que se generaliza y se vuelve accesible no tiene para nosotros nada de particular; nos parece natural, obvio, consustancial a la naturaleza humana.
Todo esto es un problema porque el mundo de hoy es uno muy otro. Quien no lo vea tiene posibilidades indudables de resbalarse y salir disparado por el desagüe del fregadero.