Otra vez Houellebecq

Vuelve Michel Houellebecq con la novela Aniquilación (Anagrama). Ante este libro, uno ve otra vez que el escritor francés no es un gran novelista ortodoxo, si es que entendemos la novela como un artefacto pulido, milimetrado y rematado. La identificación del género novelístico con la precisión y el cierre, donde necesariamente tiene que haber un planteamiento, un nudo y un desenlace, es una identificación que a algunas personas puede resultar fastidiosa, y en concreto yo soy cada vez menos amigo de las novelas perfectas, impolutas, ésas que se presentan con el dobladillo exquisitamente cosido. Aniquilación es, por el contrario, una pared rugosa y sucia donde Houellebecq pinta su grafitti.

Sabemos desde hace tiempo que Houellebecq es un personaje literario que tiene su relieve y que es una estrella, el protagonista de su propia iconografía, cultivada por él mismo y por sus críticos, que le han llamado xenófobo, reaccionario, irreverente, sacrílego, desalmado, pervertido y chapucero, entre otras imprecaciones. Si eliminamos toda esa faramalla cosmética y propagandística, probablemente tendremos que concluir que Houellebecq es, pensándolo fríamente, el mejor escritor europeo de las últimas tres décadas. Pero ojo: es un escritor de planteamientos, de provocaciones; su ánimo es el de exponer los horrores del nuevo milenio, y ha dedicado a ello treinta años y nueve novelas. Y su enfoque siempre es el de tratar al lector como un igual, como un compañero, poniendo sobre la mesa la tenebrosa realidad, y apelando continuamente a la capacidad de respuesta del público. Houellebecq considera que usted, amigo lector, tiene ganas de pensar y capacidad para hacerlo.

En Aniquilación nos coloca enseguida ante la emboscada contemporánea, emboscada que convierte al mundo actual en el reino de la incomunicación, de la crueldad, del arrinconamiento de los viejos; el escritor pinta el mundo digital y fulgurante que, sin embargo, se desploma a la mínima contrariedad provocada por un hacker; el mundo, en definitiva, de la muerte oculta, recóndita, pero que ahí está. Houellebecq disecciona también en este libro las tripas de la política moderna, la vacuidad del votante de hoy, el pragmatismo despiadado de nuestros dirigentes. ¿Se puede pedir más?

La novela es, digámoslo una vez más, irregular y aparentemente desestructurada —sólo aparentemente, creo yo—, y la trama de la novela, o más bien el elemento tractor que invita a seguir leyendo, es la sensación de que en cualquier momento puede ocurrir algo terrible y doloroso. En este sentido, es una novela de terror, un libro para masoquistas. No hay un solo lector que, leyendo Aniquilación, piense que todo se arreglará de algún modo y que los personajes —completos, complejos y ricos en matices— acabarán felices y comiendo perdices. No, amigo mío. Eso no va a ocurrir. Las perdices de Houellebecq están envenenadas y los lectores de este libro sabemos que la bomba que hay debajo de la mesa va a estallar. Pero seguimos avanzando en la lectura, porque Houellebecq es el escritor adulto que nos invita al trabajo mental; el que, a pesar de su frialdad narrativa, sabe aludir a nuestros sentimientos. Houellebecq ha sido acusado de ser un escritor sin estilo, sin gusto literario; se le ha criticado su afición por las repeticiones, su sintaxis desmigada, lanzada como a salto de mata. Estas son las mismas zarandajas de crítico relamido que se decían de Baroja hace cien años. Pues no, mire usted: el estilo crudo, de agresión sintáctica, de precisión adjetivadora, carente de metáforas, el estilo de Houellebecq, en fin, es ciertamente un estilo. Un gran estilo.

Y es un estilo que sirve formidablemente para esta descripción de la crudeza congelada del alma de la modernidad. Un estilo que contribuye al terror. Porque ese terror que Houellebecq nos transmite no procede en modo alguno de las artimañas del novelista veterano y zorro. Es un terror mucho más profundo: el terror de la vida extinguiéndose, de la soledad. Y Houellebecq quiere que nos sentemos junto a él en su novela para sufrirlo, pero no va a dirigirnos, ni desea lanzar una conclusión definitiva, sino más bien un punto de partida, un principio para debatir. Aniquilación no es una fastidiosa novela de tesis: es un libro sin resolver, que presenta un diagnóstico y que nos invita a encontrar en nosotros mismos un tratamiento.

Porque, según Houellebecq y su Aniquilación, estamos gravemente enfermos. Y estas cosas no se suelen contar tan crudamente en el mundo actual, que es un mundo sin muerte, sin aparente insatisfacción, en el que todo puede conseguirse rápidamente: un mundo infantil. Nuestro mundo es un mundo de niños.

Y Aniquilación es una novela para adultos.

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