El adoctrinamiento

En las últimas negociaciones presupuestarias, parece ser que algunos partidos nacionalistas exigían al Gobierno de Sánchez determinadas compensaciones lingüísticas a cambio del apoyo parlamentario de sus grupos. En concreto, Esquerra ha reclamado que el Gobierno obligue a que el 7,5% de los contenidos de Netflix y del resto de plataformas audiovisuales se emita en catalán, y EH Bildu ha conseguido que el canal infantil en euskera de la televisión vasca —ETB3— se vea en toda Navarra, donde ya se ven los otros dos canales vascos, ETB1 y ETB2.

Ante estas dos concesiones, las fuerzas de la oposición y los sectores de opinión diametralmente contrarios a las políticas del Gobierno han elevado su queja, señalando la falta de escrúpulos del Gobierno en la búsqueda de sus apoyos y el talante ”chantajista” de los nacionalistas, quienes, según estos sectores, quieren aprovechar la debilidad parlamentaria del Ejecutivo para tratar de influir en su electorado y aleccionar a varias generaciones de ciudadanos.

Detengámonos aquí: más allá del intento aleccionador de EH Bildu, debemos reconocer que todos los partidos del espectro político español han buscado y buscan aleccionar a los ciudadanos a través de la televisión, y por eso siguen abiertas todas esas truculentas cadenas públicas que cuestan tantísimo dinero y que tan buen servicio han hecho a los caciques locales y nacionales durante muchos años. Todos los partidos de la oposición de todas las épocas han coincidido en denunciar la manipulación de los diferentes gobiernos sobre las televisiones públicas, pero ninguno mueve un dedo para cambiar eso cuando pueden cambiarlo, que es cuando les toca mandar. Según llegan al gobierno, los partidos repentina y mágicamente se hacen partidarios de las televisiones públicas. Solamente Vox ha abogado de manera abierta por cerrar todas las televisiones públicas, pero de momento no ha conseguido cerrarlas ahí donde ha facilitado con sus votos la gobernabilidad, así que el resultado es el mismo: televisiones abiertas y manipulando, y Vox va soportándolo sin mover un músculo de la cara, con heroica reciedumbre.

No obstante, durante los últimos diez años se ha producido una novedad en esta dinámica terrible. La novedad está en la creciente e imparable irrelevancia de las televisiones públicas, que cada vez tienen menos audiencia. Los telespectadores de las cadenas públicas se hacen mayores y se van muriendo, mientras que muchas personas de menos de sesenta años ven todo ya a la carta, por Internet, a la hora que les conviene, y frecuentemente a través de un cacharro que muchas veces no es un televisor. Así, es probable que el euskera en las emisiones infantiles de ETB no sirva como elemento manipulador, ya que aquellos padres de ahora que quieren librarse de sus hijos durante un rato ya les endiñan dibujos animados online, a medida, con las características sociopolíticas que los propios padres quieran darle a la emisión. Por ejemplo: supongamos que hay un padre navarro, partidario de Vox y más bien carlistón; este señor no va a necesitar nunca poner a su hijo ETB 3 porque siempre tendrá al alcance de su tablet cualquier emisión de dibujos animados en el idioma que considere oportuno y en cualquier momento, y podrá incluso ponerle al muchacho un documental como Dios manda sobre la vida del Cid y de don Pelayo; podrá, en definitiva, dormir con la tranquilidad de saber que a su hijo solo le manipula él. ¡Faltaría más!

En este sentido, la exigencia de Esquerra parece menos extemporánea que la de Bildu, y seguramente va más con los tiempos que corren, aunque pueda ser de más difícil aplicación. Esquerra no entra en el asunto de las televisiones terrestres porque quizá supone que eso ya es más antiguo que la máquina de vapor, y su petición/exigencia/chantaje está planteado sabiendo que la chicha audiovisual del futuro, la que está usando el electorado del mañana, es la de las plataformas. Netflix es lo que ven los chavales y no tan chavales. Yo no soy usuario de estas plataformas, pero me dicen que todas tienen una característica común, que es su maleabilidad, su capacidad de adaptación a la audiencia y en concreto a las exigencias de cada usuario. Cualquiera puede elegir ver cualquier cosa cuando quiera y en el idioma que le dé la gana. Si el Gobierno exige a estos gigantes del streaming que haya un 7,5% de contenidos solo en catalán, y si estos gigantes no se echan a reír ante semejante exigencia, el usuario que quiera ver cosas en catalán estará encantado, pero el que no quiera ver cosas en catalán buscará la manera de verlas en otro idioma, en esa plataforma o en otras, y lo conseguirá, háganme caso. Si se trata de satisfacer una demanda social, las plataformas dispondrán del idioma catalán como opción, aunque se entiende que no hay una demanda tan grande porque, en caso contrario, estas medidas ya las habrían tomado las propias plataformas por interés propio; así, debido a su aplastante demanda, el catalán estaría ya disponible. Y si se trata de manipular, influir, condicionar y malmeter, nos tememos que las posibilidades de imponer estas obligaciones en un mundo tan abierto como el de Internet parecen muy remotas o casi nulas.

Además, legalmente se diría que es difícil poner estas puertas a este campo, dado que la Unión Europea tiene sus normativas audiovisuales. Y, en todo caso, si casi cualquier ciudadano español corriente ha conseguido ver Netflix de gorra usando las claves de su cuñado, nada le impedirá ver cualquier contenido en el idioma que quiera. Este español gallardo y donoso acabará dándose de alta en Netflix Andorra gracias a un vecino que tiene un primo que es camarero en la estación de esquí de Pas de la Casa.

La picaresca española es siempre más poderosa que la opresión del Estado.

En consecuencia, y por encima de las intenciones más o menos golpistas y tenebrosas que les atribuyen las oposiciones a los partidos que han exigido estas medidas, se puede ver que en todas estas reclamaciones de los nacionalistas hay un fondo anacrónico, un desconocimiento del mundo moderno. Pedir que ETB3 emita en Navarra dibujos animados en euskera es una exigencia con muy poca carga amenazante, porque ningún padre de los no partidarios de Bildu se verá nunca en la necesidad de poner este canal. Como acto coercitivo, es tan inocuo como la exigencia del Doctor Maligno en la película Austin Powers (1997), cuando, después de treinta años hibernando, el diabólico villano exige un millón de dólares al gobierno americano para no tirarles un misil atómico, pensando que el millón en 1997 es una cantidad gigantesca.

Y, en mitad de todo esto, sobresale la figura de Pedro Sánchez. Sí, sabemos que las oposiciones consideran que estas concesiones hipotecan el futuro de la unidad territorial, y damos por hecho que los nacionalistas se van a casa con la sonrisa de la conquista; pero el presidente ya tiene asegurados sus presupuestos a cambio de dos medidas que, más allá del ruido que pueda armarse, en términos reales son inocuas (ETB3 no tiene nada que hacer en Navarra frente a la posibilidad de ver Peppa Pig en Youtube con doblaje latinoamericano) o bien son medidas directamente inaplicables: ya veremos quién le tose a Netflix con lo de los contenidos en catalán y, en el remotísimo caso de que se implanten estas obligaciones, veremos cuántos espectadores buscan los contenidos en catalán y los utilizan.

Así, Sánchez aprueba el presupuesto, va ganando días, convenciendo a sus múltiples socios parlamentarios de que es la única alternativa frente a las derechas, y aprovechándose de la división de la oposición. Se podría dar el caso de que sea Pedro Sánchez el que acabe cerrando RTVE, porque igual un día se da cuenta de que los ya paupérrimos poderes de sugestión de la televisión pública no le hacen falta para renovar en el cargo.

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