Entre los políticos madrileños hay una polémica sobre la pirámide que el músico Nacho Cano quiere erigir en un terreno municipal para montar un espectáculo musical de proporciones colosales. La pirámide iba a ser un mamotreto de piedra y parece que finalmente estará hecho de materiales desmontables y efímeros. Por pura inercia, algunas personas han extendido la polémica a la relación de amistad que existe entre el señor Cano y la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, relación que es conocida y admitida por todo el mundo. Durante estos días se hablado de este asunto en un pleno autonómico, con la inevitable acritud que caracteriza el trato público entre los partidos políticos que tan distinguidamente nos representan.
En España, suenan las alarmas cada vez que cualquier músico, actor o pintor es avistado en los aledaños de algún político de derechas, como si ser de derechas fuese una enfermedad psíquica o como si los músicos, actores o pintores nacieran necesariamente con el cromosoma progresista. En realidad, los músicos, actores y pintores tienden a la inseguridad, o pueden desembocar en el divismo intolerante, o a veces acaban en la búsqueda enloquecida del aplauso, pero suelen andar con mucho lío y no se caracterizan necesariamente por leer muchos libros, ni suelen dedicar tiempo a debatir sobre conceptos elevados, así que podríamos empezar a considerarlos como personas políticamente corrientes y molientes.
Para situarnos, diremos que Nacho Cano, el polémico amigo de Ayuso, es uno de los compositores de música popular más importantes que ha habido en España durante las últimas cuatro décadas. Antes de cumplir los veinte años, Cano había escrito, entre otras, cuatro canciones (Hoy no me puedo levantar, Perdido en mi habitación, Me colé en una fiesta y Maquillaje) que son indiscutiblemente cuatro obras maestras de la música popular y que, a pesar de su apariencia liviana y despreocupada, tienen una estructura, unos arreglos y una riqueza melódica absolutamente despampanantes. Es decir, que, cuando era un adolescente, antes de 1983, Nacho, al mando de Mecano, tenía ya un currículum compositivo de más peso que el de cualquier compositor normal durante toda su vida.
Es de suponer que eso podría llevar a cualquiera a convertirse en un cretino redomado, o en un vago de siete suelas, pero al parecer Nacho Cano mantuvo el pulso profesional y siguió produciendo hits con una frecuencia asombrosa. A partir de 1986, su hermano José María ganó confianza como compositor, y la rivalidad entre ambos los convirtió en los Lennon y McCartney españoles; como suele pasar, la pelea creativa y el mal ambiente produjeron frutos muy positivos y, así, vieron la luz discos como Entre el cielo y el suelo (1986), Descanso dominical (1988) o Aidalai (1991), que son musicalmente espléndidos y que están llenos de ideas formidables.
Cuando yo era joven no era aficionado a Mecano, pero pensaba que el genio musical de los dos hermanos Cano era José María, porque hacía baladas solemnes como Mujer contra mujer o Me cuesta tanto olvidarte, o porque componía excursiones plomizas por diversos géneros musicales como Cruz de navajas o Hijo de la luna, o tal vez porque era pintor y además compuso una ópera. Yo entonces pensaba que la seriedad era un gran activo musical y creía que las canciones de Nacho eran bobadas para bailar.
Sin embargo, me he ido haciendo mayor, y sigo sin bailar, pero me he dado cuenta de que en Mecano la verdadera inspiración, la magia y la sorpresa genial están, con todo el respeto, en Nacho, en la música de Nacho. Que sus canciones parecieran más ligeras o insustanciales no debe engañarnos: el pop de Nacho Cano es insuperable y, musicalmente, este señor deja a sus coetáneos de la Movida Madrileña a la altura de la suela de sus zapatos. Y lo digo yo, desde la autoridad que me da el no ser aficionado a Mecano.
Conviene recordar todo esto porque ahora estamos viendo que el amigo de Ayuso no es un mindundi sino que es un músico importantísimo, y eso puede estar detrás de las reacciones tan bruscas que estamos viendo por parte de unos y otros.
Cano ya se destapó como ayuser cuando el Gobierno autonómico le otorgó la Medalla de Oro de la Comunidad, hace cinco meses, y él montó un pequeño numerito alabando desorejadamente a la señora presidenta y aplaudiendo sus iniciativas en pro del teatro musical, la apertura del ocio y, en definitiva, como abanderada heroica de la liberté. Después se ha sabido que Ayuso ha pasado parte de las vacaciones con Cano en Ibiza. Y todo esto ha desembocado bruscamente en el asunto del proyecto cultural, que es la concesión por cuatro años de un espacio municipal para que Nacho Cano despliegue ahí sus ideas megalómanas y monte el tinglado que le apetezca. La pirámide, vamos.
Nacho Cano se ha defendido de los ataques diciendo que aplaude a Ayuso por sus iniciativas y no por su filiación política, y que, si Más Madrid hubiese hecho las cosas que ha hecho Ayuso durante la pandemia, él les aplaudiría con el mismo entusiasmo.
Este asunto no tiene la mayor importancia real, pero es material perfecto para ser lanzado contra el adversario político, y estamos convencidos de que, si estuviéramos ante un caso más o menos simétrico, con los partidos cambiados y otro artista más de izquierdas, el lío mediático habría sido muy parecido. El asunto también puede tener una utilidad práctica para darse cuenta de que los artistas son personas corrientes, con intereses crematísticos rotundos, y que esos intereses están indiscutiblemente por encima de cualquier consideración política o bandera que uno pueda enarbolar. Así, un artista aceptará un contrato de cualquier contratista. Como decía Ricky Gervais, si Al Qaeda montara un canal de streaming de series, los actores de Hollywood se pondrían a la cola para participar.
En esto, los artistas no son diferentes de los demás ciudadanos, quienes tenemos nuestras ideas pero defendemos nuestro bienestar particular por encima de todo, y que, si hace falta, sacaremos la escoba para barrer cualquier remilgo ético que pueda quedarnos.
Mientras tanto, los políticos de todos los partidos están encantados con la sintonía Ayuso-Cano y se muestran dispuestos a ordeñar el asunto y dedicarle todo el tiempo que sea necesario. Sobre el caso Pirámide, en el debate en el hemiciclo, Ayuso ha dicho con mucho donaire a Mónica García, de Más Madrid, que “cuando Nacho Cano tenía 25 años, ya triplicaba el patrimonio que usted nunca va a conseguir”. Y Mónica García ha paladeado el desplante con delectación: seguro para ella es un orgullo y un gran activo electoral no estar en el mismo club que los millonarios del turbocapitalismo extractivo.
Todos contentos, en definitiva.