Otro fallecimiento: Norm Macdonald, cómico canadiense que desarrolló su carrera en Estados Unidos. Norm ha muerto después de convivir nueve años con el cáncer sin decírselo ni a sus muy allegados. Este humorista era una de las referencias dentro del gremio, el gran ídolo de los propios cómicos profesionales de Norteamérica: su compromiso con el humor auténtico y con la verdad pura y simple no va a poder superarse. Norm había sido expulsado de la plantilla del famoso Saturday Night Live por no plegarse a los requerimientos de la dirección de la NBC, que le exigía menos chistes sobre O.J. Simpson. Posteriormente probó el mundo del cine, tuvo una sitcom y siempre fue gran monologuista, pero en realidad hizo carrera como invitado en programas de late night, donde desplegaba mejor su estilo impredecible, sofisticado y retorcido.
Norm nunca tuvo miedo de ser demasiado sutil. No parecía partidario de llegar a todo el mundo, de aguar su comedia para que fuera más digerible. El éxito masivo y obvio no entraban dentro de su ámbito de trabajo. Siempre dijo aquellas cosas que él consideraba graciosas, a pesar de que pudieran incomodar al público. Optó siempre por el camino de la verdad de la comedia, la incómoda verdad, lo que le llevó a ser abucheado, a no ser comprendido y a enfadar a las personas que le pagaban el sueldo. Así, vivió una vida profesional medianamente oscura, discontinua, marcada por su adicción al juego y por su vinculación sacerdotal con el lado gracioso que hay en todo.
El enfoque de Norm ante las cosas de la vida era el de buscar el punto sublime a lo que le rodeaba, y, si encontraba un camino para llegar a ese punto, aunque fuese peligroso, lo seguía, lo recorría. Encontraba el chiste buscándolo siempre desde el ángulo inaudito. Ese camino es el que está lleno de dificultades: Norm iba siempre cuesta arriba, y siempre parecía desenfocado y perdido. Pero era rapidísimo y estaba incuestionablemente atento.
Todo esto es muy importante porque es algo que apenas se ve en ningún ámbito profesional. Nuestra seguridad personal y la de nuestra familia son las fuerzas motrices que nos llevan y nos traen, y continúan siendo la voz que dicta nuestros movimientos, como es natural. Nadie está dispuesto a meterse en líos en nombre de una idea abstracta que además nunca va a proporcionarle ningún rendimiento económico, más bien al contrario: el rendimiento económico suele estar en lo seguro, en la obediencia, en la previsibilidad, en el encaje en un organigrama. No discutir, no luchar, no decir la verdad son las herramientas del éxito profesional y las puertas que nos abren el paso al dinero, a las pertenencias, a consumir rodeados de cachivaches infames que son la envidia del vecino. La única lucha que se tolera es hacia abajo, hacia el débil.
Muy pocas veces nos topamos con alguien que lucha hacia arriba y que lleva su vocación al extremo de destruir sus posibilidades de prosperidad. Cuando lo hacemos, lo reconocemos rápidamente: suelen ser personas con una vuelta más en las tuercas cerebrales, gente que dice a veces cosas raras, con la obsesión de rematar con excelencia el trabajo simplemente porque sí, y en ningún caso tienen a la vista la consolidación de su economía privativa, ni quieren apuntalar sus finanzas particulares. El buscador del Santo Grial es disfuncional en muchos ámbitos de su vida. La convivencia con él es francamente difícil. La genialidad rebrinca en él y puede bloquear su funcionalidad urbana y práctica. La posesión de objetos le importa un bledo porque no necesita nada: no quiere descansar, ni se va de vacaciones, ni codicia los bienes ajenos. Su existencia está dirigida hacia la búsqueda del hallazgo, la obtención del brillo porque sí, por sentido del deber hacia su vocación.
No quiere que le aplaudan ni que le cubran de oro porque está buscando otro tipo de oro. Desatiende sus obligaciones, falla a sus amigos y familiares, es un padre despistado, ciclotímico y que muchas veces nos habla sin atendernos.
Entre las personas creativas —verdaderamente creativas— se da a veces este tipo de especímenes orientados siempre a la verdad, entendiendo la verdad como aquello que sinceramente sabemos que es lo adecuado y perfecto para cada situación y en cada ámbito de nuestras vidas, por encima del rendimiento que uno le saque a todo ello. Las personas que buscan la verdad, que trabajan para sacarla a la luz y que quieren vivir de acuerdo con ella se distinguen porque, a diferencia de todas las demás personas, éstas nunca mienten profesionalmente, jamás permanecen calladas ante una muestra de maldad de alguien superior, nunca dan la razón a un cretino de alto rango y, en definitiva, no tienen miedo. Viven sin miedo.
Llevar una vida así es una tortura para uno mismo y para quien le rodea, y por eso vemos tan pocos elementos como Norm Macdonald: hay pocos Norms, y no solamente por el hecho de que la genialidad sea propiedad de unos pocos afortunados —que lo es—, sino que la honradez suele quedar sepultada bajo nuestras necesidades. Así, un talento medio o notable, cuando se da, tiene muchas papeletas para quedar comprimido ante las estructuras jerarquizadas y las obligaciones contraídas previamente.
Norm Macdonald vivió para llegar hasta la verdad en su profesión y consiguió someterlo todo al chiste sublime. Además de adquirir y mantener semejante compromiso, Norm era un hombre con el talento natural de la vis cómica. Era graciosísimo y valiente. Maravillaba verle sonreír en el escenario después de contar una historia cómica formidable, y verle disfrutar del silencio incómodo de un público que no le había entendido. Parecía feliz confundiendo al espectador. Para él, la confusión del público era otro aspecto graciosísimo de su arte, y sabía que una audiencia desconcertada podía ser la guinda del conjunto.
Y la muerte de Norm parece una de sus estrategias de confusión en busca de lo más elevado del humor. Lo ha conseguido. Qué puñetero.