Ha muerto a los 99 años Luis del Olmo, dibujante y creador del famoso personaje de Don Celes. Esta tira cómica ha aparecido diaria e ininterrumpidamente en la prensa de Vizcaya durante casi setenta y seis años, y desde 1969 se ha publicado todos los días en el diario bilbaíno El Correo. La viñeta final apareció el pasado miércoles, y sus lectores más fanáticos —que los había— se habrán levantado al día siguiente con la sensación de desasosiego que cualquiera puede imaginar. Les falta la única cosa inamovible de sus vidas, el único factor fijo.
Los demás lectores, los no bilbaínos, aquellos que no conocían el personaje de Don Celes, coincidirán conmigo en que la longevidad de todas las cosas relativas a este asunto es insólita: la larguísima vida de Olmo, su productividad fecunda, su fiabilidad diaria.
Pero todo esto extraña todavía más cuando uno mismo, que es de Bilbao, reflexiona sobre el tema de Don Celes. ¡Don Celes! En primer lugar, hay que tener en cuenta que en Bilbao hemos dado por hecho que todos los días aparecería la viñeta de Don Celes, así, sin más. Porque sí. Pero si uno reflexiona sobre su experiencia personal con Don Celes seguramente verá que estamos ante un fenómeno de sugestión colectiva verdaderamente impresionante.
Por una cuestión puramente biológica, yo empecé a leer las tiras de Don Celes solamente a partir de 1980, así que me perdí casi la mitad de la producción doncelesca de Olmo. No sé cómo serían sus viñetas antes de esa fecha, pero puedo asegurar que, desde que yo conozco la tira cómica (durante estos últimos cuarenta y un años) no he visto ni una sola historieta graciosa de Don Celes. Estamos hablando de varios miles de viñetas, y estoy seguro de que jamás me he reído con Don Celes. No he visto en él una sola gota de sarcasmo, ni de ironía, ni he descubierto un humor paródico, ni blanco, ni verde. Mi cara al contemplar una viñeta de Don Celes era la misma que la de famosa vaca viendo pasar el tren: un rostro inexpresivo, que no transmite otra sensación que la de un cierto sopor.
Sobra decir que, a mi juicio, Don Celes no tenía nada parecido a la inteligencia o la crítica de Mingote o El Roto, ni se veía en él ese fogonazo genial de Forges, ni la inspiración de los dibujantes de La Codorniz, ni la capacidad de observación de los gigantes del humor gráfico anglosajón, ni tenía por supuesto la mezcla magistral de todo ello que hemos visto siempre en Quino, pero evidentemente estos señores son primeras figuras mundiales de la viñeta y quizá no tenga sentido hacer estas comparaciones.
Se me dirá que soy un avinagrado y que tengo un sentido del humor romo y grosero, o inexistente, pero en realidad lo que yo quiero es que alguien con más finura que yo me diga si se reía con Don Celes o si al menos se ha reído alguna vez leyendo a Don Celes, y de momento nadie me lo ha dicho. Nadie. Ni los del sentido del humor fino ni los otros.
Pues bien: a pesar de todo ello, Don Celes se publicó en Bilbao durante 76 años seguidos, sin interrupción, como un martillo pilón. Todos los días teníamos a Don Celes cayéndose de un árbol, siendo arañado por un gato, o haciendo, en definitiva, todas esas cosas que hacía con esa ausencia de gracia tan suya. Al parecer, en un momento dado, o tal vez poco a poco —no sabemos cómo ni cuándo—, la villa entera decidió que Don Celes era un clásico inamovible, una tradición bilbaína de piedra berroqueña y de padre y muy señor mío. La asimilación por parte de todo el mapamundi bilbaíno de un personaje tan sinsorgo —por decirlo en términos bocheros— como Don Celes es una proeza editorial sin precedentes y no es posible que se repita.
Así, debemos llegar a la conclusión de que Don Celes es, sobre todo, una de las muestras de la mística y del duende que hacen de Bilbao un lugar incomparable. La sugestión colectiva de los bilbaínos es eso, sugestión, y en consecuencia no tiene por qué apoyarse en la lógica. Los bilbaínos pensamos que todas nuestras cosas son hitos y cimas que no pueden ser superados, y a veces lo expresamos con la ironía interna de quien podría estar riéndose de su propia fanfarronada. Así, un bilbaíno dirá que las cosas de Bilbao son las mejores del mundo, pero nunca quedará claro si lo dice con ánimo jocoso y para mantener la tradición chirene o si se lo cree de verdad. Y en esta tradición hay que incluir, como caso no menor, a Don Celes, sobre el que cualquier bilbaíno afirmará que, como creación cómica, era un personaje más agudo y gracioso que Charlot, Cantinflas o Mafalda.
Y, ante estas razones, habrá que encogerse de hombros y sonreír, viendo que resulta muchísimo más gracioso el bilbaíno defendiendo la supuesta gracia de Don Celes que el propio Don Celes.