Se ha subastado en Italia la primera escultura invisible del mundo, según informa Italia 24 News. La escultura es obra de un artista llamado Salvatore Garau y ha alcanzado un precio de 15.000 euros. “El resultado exitoso de la subasta atestigua un hecho irrefutable: el vacío no es más que un espacio lleno de energía, incluso si lo vaciamos y no queda nada, según el principio de incertidumbre de Heisenberg que dice que la nada tiene un peso. Tiene, por tanto, una energía que se condensa y se transforma en partículas; en fin, en nosotros», según ha explicado el propio señor Garau al referirse a su obra.
Esta historia podría provocar la risa de todo aquel que no sea la persona que ha pagado los 15.000 euros, euros que al parecer no son invisibles, sino que son contantes y sonantes. Al vender esta obra tan singular, la obra que no se ve, el señor escultor italiano pasa a formar parte de la élite del morro artístico internacional, fundada por Marcel Duchamp y su inodoro expuesto en el Salón Internacional de Nueva York de 1917. Como decimos, nuestro héroe Garau entra en un Mount Rushmore del arte, el de los grandes rostros de piedra berroqueña, formado por personalidades como la del artista italiano Piero Manzoni, quien cocinaba huevos duros en su exposición y pedía a su público que se los comiera, o vendía fotocopias de su propia huella dactilar, llegando a su cumbre en 1961, cuando preparó 90 latas con sus propios excrementos y las puso a la venta a un precio proporcional a la cotización del precio del oro.
Otro miembro del club parece ser el artista costarricense Guillermo Habacuc Vargas, que saltó a la fama internacional en 2007 cuando presentó una instalación consistente en una perra callejera amarrada que atendía al nombre de Natividad y a la que, supuestamente, le dejó morir de hambre, en teoría como denuncia de las relaciones sociales extremas que se dan en la sociedad, aunque parece ser que el animal no murió sino que huyó. En todo caso, hubo una petición formal para impedir que Vargas participara en la Bienal Centroamericana en Honduras de 2008, solicitud que recibió más de cuatro millones de firmas, entre ellas la del propio Vargas, en una demostración de su singular personalidad.
Un socio más de la corporación mundial de la extravagancia conceptual es el brasileño Eduardo Kac, quien, en el año 2000, con la ayuda de tres especialistas del Instituto Nacional de Investigación Agronómica de Francia, creó a una conejita fluorescente viva, inoculando en el pobre animal una mutación sintética del gen de la medusa, que produce una proteína verde fluorescente. La pobre coneja refulgía y dejaba al público altamente deprimido.
Estos son casos seleccionados por su pureza, especialmente llamativos, pero, a estas alturas del siglo, el mundo del arte contemporáneo se ha consolidado como el medio ambiente idóneo para que se den multitud de variedades de jeta olímpico quizá menos intensivo, menos genuino, pero que, amparadas por los galeristas y los marchantes, colocan sus obras en los lugares más principales de la superficialidad occidental, con el aplauso o al menos con el silencio del público, que quizá no se atreve a decir en voz alta lo que piensa.
El arte invisible y vacío es aquel en el que lo único que tiene verdadero valor es el morro del artista. Este arte es el más adecuado al mundo fugaz que tenemos ante nuestros ojos, y cuadra perfectamente con el ecosistema global e interdisciplinar. El arte vacío va en consonancia con la educación vacía, las relaciones personales virtuales y el perfeccionamiento de la política de holograma, la política en la que el programa de los partidos es una colección de vaguedades con un par de titulares escandalosos.
En esta línea, hace un par de semanas el señor presidente del Gobierno presentó solemnemente un plan bajo el nombre de España 2050, cuyo objetivo era, según figura en el texto, “generar, a partir de un diálogo multi-actor, una Estrategia Nacional de Largo Plazo, que nos permita fijar prioridades, coordinar esfuerzos, y garantizar nuestra prosperidad y bienestar en el futuro”. Es decir, un plan de 670 páginas en el que “se ha proyectado la potencial evolución futura de las principales tendencias demográficas, sociales, económicas, tecnológicas, medioambientales e institucionales de España y Europa, combinando los métodos de análisis diacrónico de varias disciplinas académicas (economía, ciencias ambientales, demografía, sociología, historia, ciencia política y derecho) con técnicas cualitativas y cuantitativas de prospectiva (generación de escenarios base y ejercicios contrafácticos diseñados a partir del establecimiento de sendas de convergencia)”, y luego se han fijado “los métodos para conseguir esbozar una hoja de ruta realista que nos permita ir desde nuestra situación actual al escenario de convergencia deseado (backcasting)”.
Ay, madre. ¿Y cuáles son estos métodos? ¿Es que acaso Sánchez conoce la solución a los problemas de España? Eso se pregunta, muy ilusionado, el lector. Pero enseguida llega el chasco: “Si en esta nueva década que comienza somos capaces de construir los consensos necesarios y ejecutar con éxito cambios de calado que corrijan las carencias estructurales identificadas, España podrá adoptar una nueva senda de crecimiento y acercarse a las economías más avanzadas de la UE antes de mitad de siglo”. La clave está simplemente en mejorar la productividad y embarcarse en las megatendencias. Hay que desarrollar “un sistema productivo regido por la innovación y el conocimiento, capaz de atraer talento e inversión extranjeros, y de competir en una economía global marcada por la transformación tecnológica y la sostenibilidad medioambiental”.
Por tanto, la solución a los problemas del país se alcanzará de manera definitiva en el preciso momento en el que consigamos arreglar esos problemas.
Esta jerga inefable, de consultor resabiado y cuco, puede hacer que le sangren los ojos al lector convencional que acuda a ella de buena fe y con espíritu de conocer las líneas maestras del futuro del país. Pero el lector se agota porque impacta contra el muro de un lenguaje sin significado y sin otro objeto que el de rellenar páginas y más páginas con la nada pura. El plan España 2050 es un enorme castillo hinchable, una pringosa y gigantesca ración de algodón de azúcar, una versión de la escultura invisible del italiano zorreras pero en este caso vacía solo por dentro, ya que, por fuera, cuenta con la arquitectura de la sintaxis engañosa de los asesores más liantes.
Al menos, el artista italiano había resuelto su escultura invisible sin dedicarle un solo minuto y sin usar un solo gramo de madera, arcilla o cualquier otro material artístico, mientras que el Plan 2050 del Gobierno tiene una estructura de plomo, llena de gráficos equívocos y de un texto extremadamente pesado y fastidioso, en el que han intervenido muchísimas personas valiosas que seguramente no sean responsables de las premisas ni del tratamiento formal del artefacto.
La escultura invisible colocada a algún alma de Dios por 15.000 euros no acarreó ningún trabajo a su autor, y, por el contrario, el Plan 2050 tiene 670 páginas. Pero el resultado en ambos casos es el mismo: el vacío, el vacío que, según el escultor italiano, no es más que un espacio lleno de energía. El vacío.
La solución de esta ecuación diofántica es más sencilla de lo que parece, la escultura del jeta Garau la ha comprado Pedro Sánchez….. y ahora nos la trata de colocar a precio de oro a los españoles!!!