Battiato

Franco Battiato, el músico. Como compositor de música, Battiato disponía de unos recursos técnicos aparentemente limitados pero estaba dotado de un instinto excepcional. Creemos que el instinto y el buen ojo son importantísimos en un músico, sobre todo cuando parece claro que, en este ámbito del arte, es difícil inventar ya alguna cosa que no sea un refrito de Bach, Mozart o Beethoven. Toda la música culta contemporánea que ha tratado de salirse de este carril suele ser un artefacto fatídico, de gran resistencia, en el que la melodía ha quedado abolida, y cuyo resultado es, a mi entender, de un retorcimiento obtuso e insufrible, un zarzal que no nos lleva a nada bueno.

Battiato abandonó pronto esa vanguardia ortopédica, aunque, en su camino hacia la música convencional, no inventó nada: no era un genio de la armonía, ni creó secuencias melódicas particularmente originales. Pero Battiato tuvo el afán de conocerlo todo en su juventud, de probarlo todo musicalmente, y, en los años ochenta, optó por incrustarse en el pop aparentemente fácil, estrategia de hombre intuitivo que le proporcionó un éxito insospechado y le aseguró su porvenir crematístico. El triunfo de Battiato es uno de los muchos aspectos extravagantes de su figura, puesto que sus discos están cocinados sin ninguna barrera mental, y en ellos se escucha folk europeo, cajas de ritmos discotequeras, guitarras heavies, cuartetos de cuerda, etc. Son discos de pop que parecen convencionales y creados para el consumo masivo, pero que siempre están aliñados con fogonazos de extravagancia disparatada, y en todas sus canciones se pueden encontrar varios elementos excéntricos, alguna línea que no cuadra con el patrón general de los hits de los ochenta. Y luego están los textos de las canciones, la literatura.

Franco Battiato, el letrista. Battiato era un escritor poco convencional; tenía un amplio conocimiento de la poesía lírica europea y sentía una gran afición por los planteamientos existenciales de las más variadas filosofías orientales y occidentales. Al igual que ocurre con su música, en sus letras siempre hay un enfoque estrambótico, un punto de partida original, y el asunto literario siempre es sugerente; además, la letra siempre viene enriquecida con un singular talento para la adjetivación y las formas. Temáticamente, Battiato descubrió una cierta esencia común del material humano y, así, se hacía entender, y a los oyentes nos daba trabajo, nos hacía pensar, y nos hablaba del tiempo perdido, de la fraternidad y de la muerte.

Franco Battiato, el ciudadano. Battiato era un antinacionalista completo, un hombre con una nula capacidad para sentir el hecho patriótico italiano. Battiato era un italiano sin espíritu grupal, sin necesidad de adherirse a una determinada muchedumbre o tribu. Sus afinidades eran siempre personales y musicales, las afinidades de la cultura como suceso pacífico, como realidad histórica cambiante, no susceptible de ser usada como proyectil. Battiato podía conmoverse con una tarantela napolitana escuchada desde la ventana de su casa, en Milo, su pueblo siciliano, o podía emocionarse con la nota mal tocada con una gadulka en el rincón más recóndito de Bulgaria. Battiato era un señor mediterráneo sin prejuicios que tenía a veces un aire nepalí, americano o netamente africano, según el momento. Lo suyo era la raza humana, el funcionamiento primigenio común de todos los hombres.

Battiato era un hombre del libre examen, partidario de la equivocación, de la prueba, de la osadía cultural. Battiato vivía aislado en Sicilia pero, con la excepción de sus últimos tres años, siempre regresaba a los amigos longevos, a la conversación y al intercambio de ideas. El humor era su manera de proyectar el gozo de seguir viviendo, de estar en el mundo. Partidario de cualquier religión que enalteciera el espíritu de quien la practicase, Battiato decía creer en la reencarnación y en la bondad de Dios en todas las versiones que se ofrecen en los cultos establecidos.

Franco Battiato, la influencia. Battiato suscitó una atención insólita, siendo como era un personaje de aspecto poco convencional y de escasa propensión a la propaganda; su música tenía la peculiaridad de llegar a personas diferentes y de tocar los rincones más variados del espíritu del oyente. El éxito poliédrico y multidimensional de Battiato sigue siendo un misterio. En las horas posteriores a su muerte, sus amigos y colaboradores de tantas décadas han confesado que ese misterio de su impacto provenía de su personalidad completa. Su forma de ser era muy parecida a las hechuras que tenían sus canciones: así, como su música, Battiato era un hombre culto, fiel, reconfortante, tradicional, renovador, ecléctico, atentísimo, que lo escuchaba todo con entusiasmo y que todo lo aprovechaba para cocinar su guiso musical.

Uno cree que la Europa que necesitamos no es la de la insistencia obsesiva en el matiz diferenciador, ni la de la prevención contra el adversario, ni la de la ignición provocada, ni la de la ganancia de pescadores en río revuelto, sino que necesitamos la Europa de la contaminación cultural y folclórica, la de la permeabilidad humana por encima de todas las cosas. Necesitamos la Europa de Franco Battiato, y, por extensión, su mundo.

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