El momento de Ábalos

Se puede intentar explicar el tornado de mociones de censura y convocatorias electorales que estamos viviendo en España, pero no es fácil darle una narrativa noble y épica.

Todo lo que está ocurriendo empieza a entenderse en cuanto uno se da cuenta de que no hay ningún participante en este jaleo que haya pensado durante un solo minuto en el ciudadano, en el votante. Todos los que están desfilando ante nuestra vista —los políticos que han puesto la moción de censura en Murcia, los políticos censurados murcianos, los censores y censurados madrileños, los que han presentado la moción en Castilla y León, y los jefes de los principales partidos—, todos trabajan en pro de los intereses propios más truculentos y se convierten en estandartes de la peor política. El no va más ha sido la pelea virtual en la ventanilla de la Asamblea de Madrid por ver si se presentaba antes la disolución de la institución o la moción de censura; ninguno de los que han intervenido en semejante cuadro cómico puede estar orgulloso de lo que ha hecho.

En concreto, el votante, el militante y el simpatizante de Ciudadanos forman un colectivo de seres humanos profundamente deprimidos y están que trinan con la jefa del partido, Inés Arrimadas, quien muy probablemente ha intentado que la agrupación naranja salga del deterioro en el que se hallaba inmersa y ha pensado que la ruptura de la coalición con el PP en Murcia y la subsiguiente moción de censura con el PSOE —justificada en la corrupción del PP, su socio en ese gobierno autonómico— era un movimiento interesante, puntual, cosmético, que daba a Ciudadanos un aire de intransigencia con la corrupción y les otorgaba un protagonismo central que habían perdido.

Sin embargo, este movimiento ha provocado una explosión inmediata y ha favorecido un aumento brusco de la temperatura política en España; además, en virtud de este conflicto, se ha abierto una guerra de mociones y contramociones. Las personas mejor informadas aseguran que Arrimadas no pensaba que se iba a montar semejante pollo y no imaginaba que Isabel Díaz Ayuso fuese a reaccionar con esa prontitud y ese vigor. La presidenta de la Comunidad de Madrid ha estado a la altura del peligroso aire de imprevisibilidad que le rodea desde que está en el cargo, y ha roto la baraja antes de que el PSOE y Podemos le arrebaten la silla sin pasar por las urnas. La famosa moción de censura que puso a Pedro Sánchez en el poder ha convertido a todos los gobernantes de España en unos paranoicos que admiten y dan por buena cualquier eventual puñalada trapera desde todas las zonas del arco parlamentario. En este sentido, la señora Díaz Ayuso está dando el tipo, y viene manejándose con esa mezcla tan suya de arrojo, manía persecutoria e impulsividad. Habrá que ver si consigue borrar del mapa parlamentario madrileño a Ciudadanos y si logra alcanzar una mayoría absoluta con Vox, que es un partido en indudable ascensión electoral y que, por tanto, ante estas situaciones grotescas que desembocan en las urnas, se relame y disfruta.

Si desbrozamos el escenario que nos ha quedado, veremos que lo más importante es que nuestro sistema da un paso más hacia la putrefacción. En este sentido, creemos que es muy importante destacar que, en la secretísima negociación entre Ciudadanos y el PSOE para destruir las mayorías murcianas, el delegado socialista no ha sido otro que don José Luis Ábalos, ministro de Transportes y secretario de Organización del partido. El señor Ábalos lleva en política desde los 24 años de edad y tiene 61; ha desempeñado más cargos que nadie en todas las Administraciones españolas, y era un diputado más bien oscuro hasta que en el año 2017 Pedro Sánchez le otorga las llaves del partido y le nombra capataz de los trasteros más recónditos de la política española.

En ese momento, Ábalos se convierte en el representante de una estirpe de responsables de la cocina socialista y une su nombre a una lista de personajes formada por políticos como Alfonso Guerra, Alfredo Pérez Rubalcaba o Pepiño Blanco. Se trata de personas inteligentísimas, intrigantes formidables, de una turbiedad sibilina, con un conocimiento impresionante de la situación de las cañerías de la política española. Ábalos es un hombre educadísimo, provisto de unos recursos oratorios solventes, que muestra de vez en cuando una ironía más bien desabrida y chulesca, y que en estos momentos ocupa una situación central en el entramado constitucional merced a la representación plenipotenciaria que el señor presidente del Gobierno le ha ido otorgando durante los últimos tres años, en los que su figura ha adquirido unas proporciones colosales. En la negociación murciana, desarrollada en las mazmorras del sistema y conocida solamente por un puñado increíblemente compacto de personas, tenemos la prueba definitiva de la preponderancia del ministro de Transportes.

Sin ser un pionero en este estilo sino más bien un continuador, el señor Ábalos ha sabido coger el relevo de sus antecesores y ha consolidado el oportunismo como único principio rector de la política en España; además, lo ha hecho dentro del partido español más maleable, poliédrico y mejor provisto de cromatóforos, que son las escalofriantes células que tienen los camaleones, llenas de diferentes pigmentos, y que favorecen esos cambios de color que a cualquier persona que no sepa de ciencia le deberían provocar un horror profundo. El PSOE, decíamos, es desde hace más de un siglo el partido más importante de la política española y lo es porque a veces puede ser más rojo, a veces parece más azul, pero casi siempre está en disposición de mandar.

Ábalos es un hombre esencial, y esta semana ha sido el catalizador de un movimiento que ya está teniendo consecuencias positivas para su partido. En primer lugar, el PSOE, entrando por la puerta de servicio, va a gobernar en Murcia después de tres décadas peperas; en segundo lugar, la onda expansiva de la moción murciana podría destruir todas las coaliciones electorales de las derechas; en tercer lugar, su abrazo a Arrimadas podría ser el beso de la muerte de Ciudadanos; y, por último, todo esto provocará muy posiblemente una continuidad en el ascenso de Vox, cosa que al PSOE le interesa de manera clarísima. Cuanto más Vox, menos PP, y más posibilidades de que el PSOE gobierne con todos los demás.

Notarán ustedes que en ningún momento hemos mencionado aquí las necesidades de los españoles, ni la evolución de la crisis, ni el reparto de los fondos europeos, ni el estado de la pandemia. No lo hemos hecho porque ningún protagonista político ha tenido en consideración estos asuntos a la hora de diseñar su estrategia durante esta semana tan explosiva y fallera. Ésta es la política.

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