Es Navidad y nos enfrentamos a un invierno terrible. Sabemos que las diferentes interrupciones de la marcha del comercio van a traer consecuencias gravísimas para casi todos nosotros. El futuro inmediato tiene mal aspecto. Contra esta realidad fatídica solamente se puede estar prevenido y dispuesto a apretar los dientes.
Pero hay cosas que podemos empezar a hacer: ser sinceros, dejar de mentir, o simplemente dejar de mentirnos a nosotros mismos. Reconocer que a veces no tenemos razón. Renunciar a utilizar información falsa aunque su uso nos beneficie. Detectar y admitir la realidad y darla por buena especialmente cuando nos perjudica.
Acercarnos a las proximidades de la honradez intelectual es el objetivo que podemos marcarnos de cara al año 2021. Los que estamos medianamente preocupados por hacernos entender sabemos que es un reto muy difícil; en concreto, algunas personas tenemos la obsesión de la inteligibilidad, que se concreta en la búsqueda de la palabra que mejor represente el pensamiento que queremos expresar, principal aspiración que tiene cualquier escritor razonable. Aquí no estamos hablando de ser imparcial; la objetividad no tiene nada que ver con la imparcialidad. La objetividad es el reconocimiento de la realidad tal y como la entendemos desde la buena fe, y eso conlleva estar dispuesto a llevarse chascos y decepciones.
Descubrir que estábamos equivocados es una sensación a la que le tenemos un miedo atroz, aunque en realidad tendríamos que gozar con esos hallazgos que podrían cambiarnos la vida. Cuando se soslayan estos descubrimientos para poder mantener una situación ventajosa particular, uno empieza a moverse por caminos de tinieblas. Algunas personas se manejan entre las sombras con una destreza imponente y consiguen prosperar en la vida faltando a la verdad sin que se les mueva un músculo de la cara.
La mentira es uno de los instrumentos primordiales que se usan ahora para conseguir casi todo. Se me dirá que mentir siempre ha funcionado estupendamente y que sus efectos han contribuido al bienestar de muchísima gente a lo largo de la historia, y así es, pero en estos momentos estamos en un punto álgido. El beneficio, la conveniencia propia y la ventaja filibustera son los criterios que rigen la vida sensible, la información y el intercambio de ideas. Esto se comprueba viendo el exiguo número de personas que comprueban la veracidad de una información que respalde las opiniones propias: si me dicen que un adversario ha dicho una atrocidad, la asumo como buena instantáneamente. Ni se me ocurre comprobar la veracidad de lo que me beneficia.
Nuestra propuesta para el año 2021 es ponernos firmemente a combatir nuestras tendencias mendaces y perseverar en el espíritu abierto que nos permite asumir la verdad. En este plan anual no incluimos el uso habitual de las pequeñas mentiras, las mentiras que nos sacan de apuros cotidianos o que, reconozcámoslo, nos sirven para librarnos de una bronca o para endiñar un marrón a cualquier compañero de trabajo. Entendemos que renunciar a estas prácticas tan extendidas es casi imposible y tampoco podemos ser excesivamente exigentes con nosotros mismos y pedir la luna desde el principio. Tampoco metemos en este saco aquellas mentiras llamadas piadosas o que se circunscriben al ámbito de la buena educación y la urbanidad; no hay por qué dejar de decirle a la tía Eduvigis que está más guapa que nunca, a pesar de que su aspecto provoque escalofríos. Estas pequeñas falsedades engrasan y lubrican los mecanismos de la vida social e impiden que nos tratemos a puñetazos. A veces, incluso, hacen feliz a alguien, como por ejemplo a la tía Eduvigis.
Con la aspiración de ser específicos, diremos que nuestra propuesta se ciñe a la sinceridad interior, al reconocimiento de la verdad cuando la tenemos delante. Estamos hablando de ponernos en la situación del otro y, en consecuencia, estar dispuestos a descubrir los detalles inequívocos de la realidad por encima del afán de sacar un beneficio concreto en una situación concreta. El maniqueísmo político, instaurado como ley a priori, debe de ser destruido; lo blanco y lo negro deben apartarse, ponerse en las esquinas y dejar paso a los grises. Las atrocidades de nuestros adversarios no mejoran las que perpetran nuestros correligionarios. Lo malo es malo y como tal hay que reconocerlo y catalogarlo.
En diciembre de 2021 se podrá comprobar que prácticamente nadie ha asumido este reto y que la mentira interior y exterior seguirá siendo el agente preponderante que mueve el mundo. Incluso si hay gente que ha apostado por ponerse en el lugar del otro y admitir el descubrimiento de la verdad incómoda, tenemos grandes dudas de que esa actitud contribuya a que salgamos del agujero económico en el que nos encontramos. Sin embargo, pensamos que la persona dispuesta a reconocer la verdad contra su esquema de valores e ideologías es una persona que vivirá una vida mucho más entretenida y rica en matices, y nos da la impresión de que eso merece la pena. Eso sí: al mentiroso le seguirá yendo muy bien.
Feliz Navidad.