Señalábamos a Trapero como el personaje más oscuro del procès, con su aire de jefe policial que sabe muchas cosas y que nos retrotrae a épocas poco edificantes como las de Amedo, Sancristóbal o Planchuelo, etapas en las que, cuando alguien llamaba a la puerta a las seis de la mañana, no tenía por qué ser el lechero sino que podría ser la última persona que uno fuese a ver en su vida. Pero resulta que ha pasado una semana de procès y la oscuridad lo ha envuelto todo. Por comparación con los personajes del proceso y su comportamiento reciente, Trapero tiene ahora un aspecto de integridad profesional irreprochable. Lo que ha ocurrido a su alrededor ha convertido al exjefe de los Mossos en la quintaesencia de la fiabilidad y el rigor.
Las cosas han degenerado y todo el mundo sale de esta aventura peor que como ha entrado, salvo Inés Arrimadas, que es la personalidad del momento. En mitad de la fiesta de las medias verdades, las cartas con trampa, la retórica de la cuquería y la apología de la imagen sobre la realidad, esta señora de Ciudadanos ha personificado un estilo muy otro, enlazando frases inteligibles a un ritmo de locomotora y con la cadencia y la inercia de la lógica, que, al ubicarse en medio de un mundo musical, de vivos y cucos, sorprende por contraste. Arrimadas sale a hablar en el Parlament y sus razonamientos impactan contra el grumo informe de la oratoria indiscernible, y destruye el grumo como una bola de demolición. Arrimadas va a La Sexta y se encuentra allí con la presentadora Ana Pastor armada hasta los dientes con las réplicas malintencionadas y los silogismos a prueba de bombas, lista para masticar a la invitada, y, contra todo pronóstico, Arrimadas da la vuelta a las preguntas incisivas y derriba a la presentadora. Arrimadas puede con todos los huesos y afronta todos los desafíos televisivos que le pongan delante.
No estoy hablando de razones, ni de teorías políticas. No entro en eso. Nadie se preocupa hoy de razonar en política, y no seré yo quien empiece a hacerlo. Las opiniones políticas de Inés Arrimadas con respecto a la economía, la organización administrativa, el gasto público, el aborto, la eutanasia, la educación o la política penitenciaria son asuntos que desconocemos pero que en este momento nadie considera importantes. Lo único que importa es el procès. Y en la dialéctica del procès, en la escenografía de la revolución sentimental y territorial más acalorada que uno recuerda, Arrimadas aparece como un refrigerante auditivo, un colirio para los ojos de los espectadores menos politizados. Arrimadas dice cosas que pueden entenderse y las enlaza con discreción y firmeza. Arrimadas hila un discurso que va desde el punto A hasta el punto B con una fluidez que esconde la fuerza hidráulica más arrasadora. En este sentido, es de lamentar la posición del líder catalán del Partido Popular, señor Albiol, que tiene un papelón tremendo cada vez que debe salir en el Parlament a hablar con su tosquedad corriente después de que hable Arrimadas. Salir a hablar después de Arrimadas es como interpretar al violín La Trucha de Schubert inmediatamente después de que la toque Itzhak Perlman.
Arrimadas ha aparecido en las vidas del público español y algunas personas, agotadas del chamarileo político, se han quedado patidifusas. Otros españoles se han enfadado porque, al no vivir en Cataluña, no pueden votar a Inés Arrimadas para ningún cargo. Evidentemente dentro de Cataluña la figura de Inés Arrimadas no tiene un éxito mayoritario, aunque electoralmente ha llegado a cotas que hasta hace poco se consideraban inauditas. Sin embargo, la densidad sentimental de la política catalana es casi indestructible, y ni siquiera un disolvente tan rotundo como la oratoria de la señora Arrimadas podrá con ella. La amalgama sebácea de los sentimientos lacrimógenos tiene unas cualidades corrosivas impresionantes. Ni veinte Arrimadas pueden con un solo suspiro del señor Junqueras.
Nosotros no nos posicionamos a favor o en contra de ninguna opción política porque la política actual se desenvuelve dentro de los decorados del teatro de Polichinela. Nosotros siempre hemos pensado que una política que no se base en la practicidad, el sentido común, el instinto de conservación plausible y el conocimiento profundo del temperamento general de los gobernados es una política que acarrea desbarajustes trágicos. La cosa está demostrada. El desastre está garantizado. Ante la política actual, observamos el guiñol con vocación de zoólogos. Y en este escenario se nos presenta Arrimadas, que pretende tomar parte en el teatrillo pero con un libreto diferente.
El libreto de Arrimadas se basa en la retórica de los hechos más o menos fríos. Es una retórica que genera malestar en los sectores partidarios de la prestidigitación oratoria y de los sentimientos a flor de piel. Es la retórica que tanto molesta, que genera tantos anticuerpos, que levanta tantas ampollas; es la retórica que utilizaba, salvando las distancias que haya que salvar, el concejal donostiarra Gregorio Ordóñez, del que muy probablemente ya nadie se acuerda.