Como en este blog hablamos de lo que nos da la gana, es un momento tan bueno como cualquier otro para señalar un hecho insólito protagonizado por un cantante y compositor español que se llama Quique González. Este buen señor lleva veinte años haciendo canciones a un ritmo alto y cantando por ahí con un éxito relativo pero muy consistente. Cada vez que saca un disco, hace una promoción más o menos silente y, pese a ello, vende discos, dentro de las paupérrimas cifras que se manejan en esta era de la música gratis. Nos consta que este cantante tiene una escudería de fieles que le siguen como un solo hombre. Este señor González vive buena parte del año en Cantabria, y eso es un síntoma inequívoco de que sabe lo que se trae entre manos y de que conoce un poco los mecanismos del funcionamiento de la vida tranquila, cosa que parece una estupidez banal pero que a nuestro juicio es una de las dos o tres cosas importantes en la vida. La música de Quique González refleja estos conocimientos y es un pop-rock con cierta pausa, con cierta monotonía y con un alto contenido en dylanianismo (si alguien entiende el concepto), y sus letras son a veces algo abstrusas y opacas, aunque siempre muy musicales.
Pues bien: Quique González editó un disco el año pasado bajo el rimbombante título de Me Mata Si Me Necesitas, y en ese disco hay una canción que se llama Charo. Y lo que debemos decir aquí es que esta canción es de las dos o tres mejores canciones que hemos podido escuchar en castellano desde hace tanto tiempo que uno ya no se acuerda.
La canción es un diálogo entre un camionero y una camarera que, como uno va notando cuando se escucha, mantienen una relación más o menos difusa y más o menos intermitente. En la canción intervienen dos personajes: el camionero, interpretado por González, y la camarera, a la que interpreta una joven cantante que se llama Carolina de Juan, que por lo visto tiene un grupo de soul sedativo y elegante llamado Morgan y sobre el cual mi ignorancia es completa y definitiva.
Como ya he dicho, las canciones de González tienen un tono homogéneo y unas letras ligeramente impenetrables, pero esta canción, Charo, es única. La música tiene un aire a la de otras treinta o cuarenta canciones de González y se parece también a cosas de Pereza y de algún otro grupo español que anda por esta onda. Ahora bien; la música en esta canción coge un vuelo único porque va ensamblada a la letra, que es un prodigio de sencillez, gracia y elocuencia, y que se funde con la música formando un ungüento de calibre superior. El camionero, que circula habitualmente por la Autovía del Cantábrico, le cuenta varias cosas a la camarera: 1) que piensa en ella aunque se vean de Pascuas a Ramos (“he pensado en llamarte al pasar / la Asturiana de Zinc”); 2) que sabe que ella siente un interés por él, cosa que le alucina (“no sé lo que viste en mí”) y 3), que a pesar de que él está muy interesado en ella, su personalidad presenta una tendencia hacia la confusión y hacia la pasividad que impide el movimiento de aproximación. La camarera le contesta con reproches, pero son reproches que vienen envueltos en un aire de cariño y cercanía tan ostensible que uno sabe que no hay gran cosa que reprochar. Charo es una mujer zumbona pero cálida, y las frases que González pone en su boca nos la presentan con gran economía expresiva (“Claro / te acuerdas de mí por fin / Trabajo en el Shadows, ahuyento a los gallos, escucho a los Kinks”). La camarera tiene un momento breve en el que sube el tono de voz ( y, muy inteligentemente, esa subida coincide con la intensidad de la música), pero nuestro camionero lo contrarresta con más proximidad desvergonzada y dando por hecho que algo muy interesante hay entre ellos, dejando la canción rematada en un punto de intimidad susurrada (“Charo, / no sé lo que viste en mí;/ he pensado en llamarte mil veces, / ya sabes que sí”).
Para los espíritus que no escuchan o que tienen una sensibilidad de cemento armado, está canción es una bobada que no dice gran cosa y que no tiene nada que hacer frente al reguetón o el heavy metal. Sin embargo, algunas personas tienen la suerte de estar dotadas con un mínimo de perspicacia y tienen alguna experiencia sentimental que probablemente les haya proporcionado más tristeza que alegría; estas personas saben que hay momentos espectaculares en las relaciones afectivas en los que se mezclan la complicidad, la vergüenza, el enfado y la sintonía máxima con otro ser humano, y todo ello presidido por la felicidad por sentirse querido de alguna forma y por querer de esa misma manera. A estas personas que entienden de qué va esto yo les digo que resumir con precisión expresiva este mejunje amoroso es dificilísimo. El oyente se acuerda de su pareja actual, de la pareja que ya no tiene y de infinidad de situaciones de las que convierten a la vida en una cosa transitable. Y Quique González lo ha conseguido. Misión cumplida. Y además nos ha descubierto a Carolina de Juan, una cantante de un gusto magnífico y con una voz insólitamente cercana, de una afectividad que le deja a uno paralizado. Ojo con esta chica.
A veces se da algún milagro de conjunción de factores y sale una canción como ésta. Ocurre pocas veces. Escúchenla, y vuelvan a escucharla. Aquí la tienen.