Tengo un problema con las noticias que se catalogan como de interés humano, que generalmente son las que tratan sobre barbaridades tremendas y que se perpetúan en el tiempo a la manera folletinesca. Cuando se publican noticias de aberraciones domésticas, asesinatos múltiples y crímenes pasionales, mi sistema cognitivo tiende a ponerse en modo de bajo consumo (como se dice en el lenguaje de la informática) y no escucho ni retengo. Pero parece que soy de los pocos a los que les ocurre esto. El tratamiento periodístico de estos sucesos ha tenido una gran relevancia desde el origen de la prensa, y está visto que a la gente le gusta paladear cualquier historia que conlleve una cierta concentración de escabrosidad social.
La cosa es que, cuando surge una de estas noticias, el tratamiento informativo se prolonga durante mucho tiempo y, si uno se pierde el principio, no se entera de nada. Se le pone un nombre al suceso (generalmente, el nombre de la víctima) y se da por hecho que el público ha seguido todos los detalles. Tuvimos el caso Asunta, y ahora tenemos sobre la mesa el caso Nadia, en el que por lo que se ve hay una niña enferma de tricotiodistrofia (enfermedad rarísima) y hay unos padres que piden públicamente ayuda económica para poder combatir este mal. Según van pasando los días, empieza a notarse que hay gato encerrado y que los padres de la criatura han utilizado para uso particular 600.000 euros de los recaudados para el tratamiento de la niña. Y ahora parece que estos señores tenían fotos de carácter pornográfico de la niña en un pendrive.
Como pueden ver todos ustedes, el caso tiene unas connotaciones atroces y que provocan el reflujo gástrico de cualquier persona convencional. Estoy convencido de que en todas las tertulias televisivas matutinas se han analizado estos detalles con la minuciosidad que podemos intuir. Sin embargo, lo que yo quiero señalar es el hecho periodístico inicial, que es la publicación en la prensa de las mentiras del padre, que sale a finales de noviembre en todos los medios pidiendo ayuda y al que los medios le ofrecen todas las plataformas de las que disponen. En concreto, es digno de mención el caso del diario El Mundo, que envía a hablar con el padre a su periodista Pedro Simón, un hombre especializado en estas crónicas. El señor Simón es el responsable para este periódico de la decantación licuada de la escabrosidad, y acude allí donde hay alguna barbaridad tremebunda. Este señor Simón ve enseguida que el caso tiene miga sentimental y elabora una crónica de altos vuelos literarios en la que se tocan todas las teclas para que el lector eche sus buenas lagrimillas. El periodista alterna en su reportaje la reivindicación social, el diálogo trascendental y la crudeza desgarradora, y utiliza para ello todos los instrumentos estilísticos que tiene a su alcance (que no son pocos). El reportaje tiene tanta potencia que provoca un incremento inmediato en el número y la cuantía de las donaciones que reciben los padres de la niña.
Varios días después, empieza a desvelarse que el padre de esta pobre niña es un pájaro de cuidado y entonces el periódico El Mundo publica un editorial en el que pide disculpas por haber dado veracidad a este señor, aunque también añade que son gajes del oficio y que el periódico sigue dando muestras de independencia, rigor, etc. Simultáneamente, el periodista Simón publica un artículo pidiendo perdón aunque justificando que mucho de lo publicado es cierto y que quizá la propia pasión con la que escribe le ha jugado una mala pasada (Simón nos dice que tiene un hijo de la misma edad que Nadia y que eso le ha hecho ver el caso de forma muy apasionada). Todo lo que yo he leído del señor Simón me ha parecido apasionado, desgarrador y muy literario, cualidades muy convenientes para la novela pero no tanto para la descripción informativa de acontecimientos aberrantes. O quizá sí.
Porque nosotros pensamos que este suceso periodístico es más importante que el propio suceso tremebundo del fraude los padres de Nadia, y creemos que este suceso periodístico no es un gaje del oficio. Esta presunta metedura de pata parece una consecuencia de la dinámica que se fundamenta en el manejo reporteril de la escabrosidad como mercancía informativa. Insisto en que el fenómeno es más viejo que la pana y que el público compra este tipo de historias con una avidez tremenda desde los tiempos de Jack el Destripador, cosa que provoca que los medios se orienten hacia el suceso como girasoles y, una vez en el ajo, amasen y embadurnen la historia con la literatura más impactante, y todo ello sin ser excesivamente escrupulosos con la veracidad de las fuentes, siempre que la información que proporcionen tenga un contenido embadurnable y amasable, apto para la delectación humana. Porque seguimos llamando a estas informaciones noticias de interés humano.
El señor Simón al que usted alude es un especialista en el melodrama «social» y el estilo remontado. Uno de esos periodistas que «aspiran a cambiar el mundo» y suscriben a pies juntillas, además, que «la mejor prosa se escribe en los periódicos», especialmente si ésta consiste en usar toda clase de clichés y tratar al lector con la condescendencia del que se «sabe» mejor que él.
Pero la plancha ha sido de las que hacen época. O tal vez sea mejor decir «de las que habrían hecho época» en otros tiempos.