Ha ganado Trump. Como todos ustedes han podido comprobar, se ha liado una muy gorda. Los medios de comunicación están en estado de bloqueo absoluto y se debaten entre la desmoralización y la ira. En el caso de los medios norteamericanos, la cosa se comprende perfectamente porque la victoria de Trump es la derrota completa de los periódicos y las televisiones estadounidenses. Estos medios dicen que la campaña electoral que acaba de terminar ha sido la más barriobajera de la historia pero también es la primera campaña en la que los medios han dedicado más espacio a intentar abatir solamente a uno de los candidatos. Los medios han tomado partido como un solo hombre por un candidato y han perdido. El bochorno es perfecto.
Pero los medios de todo el mundo comparten este temblor traumático, incluidos los medios españoles al completo. El diario El País lleva varios días insultando a Trump y extendiendo ese insulto a los votantes americanos, e incluso los periodistas más refrigerados y observadores de toda la prensa, como Arcadi Espada, están expresando una pesadumbre airada, casi definitiva. Nadie entiende cómo el electorado estadounidense ha podido pasar de forma directa de un presidente como Obama, quintaesencia de la pulcritud, la sensibilidad y la urbanidad cívica, a un hombre tan chocarrero, mentiroso, procaz y xenófobo como Trump, cuya campaña electoral se ha basado en la desvergüenza, la manipulación y el mal gusto, y cuya ideología está formada por un batiburrillo de iniciativas sebáceas y contradictorias.
Por lo visto, nadie entiende los que ha pasado. Pero creo que es un fenómeno que puede explicarse. Todo el mundo sabe que uno de los motivos de esta transición tan abrupta es el desencanto. Muchos americanos (igual que muchos europeos) están cansados de la política profesional. Este hartazgo conduce a apoyar a cualquier outsider o maverick, aunque sea Trump. El segundo motivo sería el rechazo específico que suscita Hillary Clinton, una mujer que en Norteamérica tiene fama de bruja, de desaprensiva y de mentirosa, y que cae muy mal. Trump, en cambio, y aunque parezca increíble, es un señor que cae bien. Trump lleva veinte años protagonizando un programa de televisión y los americanos han podido verle allí diciendo las mayores enormidades sin tenérselo en cuenta, así que uno supone que muchos de sus votantes han pasado por alto las bobadas morrocotudas que ha excretado en sus mítines este millonario. Me da en la nariz que pocos son los votantes que confían en que Trump construya el muro fronterizo con Méjico o que expulse a los musulmanes; más bien creemos que los americanos saben que Trump no cumplirá ninguna promesa electoral. De hecho, Trump ha sido elegido presidente y ha sufrido una mutación milagrosa, pasando a ser el personaje más moderado e institucional que pueda imaginarse. Y no se sorprende nadie.
En tercer lugar, y como motivo preponderante, nosotros creemos que Trump ha visto Gran Torino, película de Clint Eastwood que describe a un ex trabajador de la industria automovilística que vive a la defensiva en un suburbio de Detroit lleno de inmigrantes chinos y mejicanos. El avinagrado personaje anda con el fusil de asalto al hombro y siente que la América que conoció se ha ido por el sumidero. La crisis ha acabado con las fábricas de vehículos, que se han ido al Tercer Mundo, y la juventud inmigrante que se ve por la calle se dedica a la ociosidad gangsteril. El director de esta película es curiosamente uno de los únicos apoyos que ha tenido Trump en estas elecciones.
Pues bien: nosotros pensamos que Trump y sus asesores se han estudiado de pe a pa este film y han confeccionado una ristra de mensajes dirigidos al protagonista de la película, que es un hombre blanco, currela, desencantado y armado. Y, por lo que parece, ese personaje existe en la realidad y se encuentra en muchísimos lugares de los Estados Unidos. Y ese personaje ha escuchado la musiquilla de Trump, y esa musiquilla se ha introducido en la zona más sensible de su cerebro. Y este protagonista de Gran Torino ha ido a votar y ha votado a Trump.
Y éste es el momento en el que hay que imaginar el mundo que se nos abre ante nuestros ojos, el mundo dirigido por Donald Trump. Nosotros no queremos aventurarnos a dar un pronóstico, pero creemos que Trump va a mantener una postura moderadamente institucional, tal y como ha hecho en los dos días que lleva de presidente electo. Damos por hecho que, pese a su falta de decoro y de sentido del ridículo, y pese al morro que le ha echado al asunto, mintiendo y segregando demagogia a caño libre, Trump es, seguramente, un tío listo. Trump ha utilizado una dialéctica impresentable para conseguir un fin, y cuando lo ha logrado podría abandonar su murga xenófoba y pasar a otra cosa.
El protagonista de Gran Torino llegaba a conocer a sus vecinos chinos y ese conocimiento provocaba la caída de sus prejuicios. La película es, en ese sentido, un viaje a la concordia desde el miedo y la ira. No sabemos si la masa de votantes de Trump hará esa misma transición; puede que Trump ya la haya hecho.
Lo que no puede discutirse es que por una vez se ha cumplido la famosa sentencia tradicional estadounidense que asegura que cualquiera puede llegar a ser presidente. Y nosotros añadiríamos: cualquiera que esté provisto de muchos millones de dólares y desprovisto de vergüenza.
Genial. Una brisa en medio de la mamarrachada periodística de este par de días alucinados.
Muy bueno Pedro !! Ya podian copiarte muchos periodistas. a los que parece les ha dolido bastante el triunfo legitimo de Trump !!!
Reblogueó esto en Profesor LÍLEMUS.
Genial, gracioso símil que has construido.
Comparto, reparto y difundo.
La mejor columna sobre el tema que he leído en cualquier sitio.
Enhorabuena.
Thiis was a lovely blog post