Ahí sigue Rajoy

Según los más perspicaces analistas, es muy posible que Mariano Rajoy sea investido con el cargo de presidente del Gobierno durante este fin de semana. Estaríamos ante la culminación de un proceso altamente rocambolesco que empezó en diciembre del pasado año y en el que una gran mayoría de los intervinientes ha hecho el ridículo de una forma más o menos intensa. Los cálculos que se han ido haciendo desde las más altas esferas de los partidos políticos han sido erróneos; los mensajes que se han enviado han tenido un efecto fatídico; el electorado ha presenciado este desaguisado con una cara de incredulidad impresionante; y el resultado es el que todos estamos viendo. En este procedimiento hay un partido que ha resultado especialmente chamuscado, y ese partido es el PSOE. Nadie puede negar que la situación en la que queda esta formación es paupérrima, menoscabada y convaleciente. El partido está descabezado, roto, con menos influencia que hace diez meses y con las puertas abiertas a mayores descalabros, tanto electorales como internos.

Y de todo esto surge la figura de Mariano Rajoy, quien, si bien se encuentra con apoyos insuficientes, va a volver a ocupar una de las más altas magistraturas del Estado. Algunos especialistas están tratando de explicar sin mucho éxito el caso de este hombre, cuyas vicisitudes políticas se han sucedido de una manera singular. Rajoy lleva más de veinte años en puestos altísimos de la pirámide de la Administración del Estado: fue ministro polifacético en la época de Aznar (1996-2004), quien después le designó como heredero; sufrió el accidentado e insólito varapalo electoral del 14 de marzo de 2004, en el que pasó a la oposición, donde ha ejercido como cabeza visible durante los siete años de la época zapateril; y va a cumplir cinco años como presidente del Gobierno. No existe en la historia política moderna de España otro personaje con la longevidad, influencia y peso de Mariano Rajoy, si exceptuamos a los jefes de Estado y quizás a políticos como Cánovas del Castillo y Antonio Maura. Y esta trayectoria está protagonizada por un señor que, según el retrato que algunos cronistas hacen de él, es el no va más de la inacción, la premiosidad y el dontancredismo político. A Rajoy se le ha acusado de falta de agilidad, de nervio, de espontaneidad y de dotes de mando. A Rajoy se le ha dado por amortizado más veces de las que podemos hacer recuento. Es comúnmente aceptado que Rajoy no sabe controlar a su partido, que no sabe resolver las crisis y que ante las dificultades se esconde como una comadreja. Las respuestas que Rajoy ha dado ante los casos de corrupción de su partido han sido consideradas como poco firmes e insuficientes. Su dicción oratoria ha sido objeto de chanza; sus imitadores se han reído de su aspecto físico, de su pronunciación de los fonemas sibilantes y de su mirada perdida. Hay un registro minutísimo de todas sus meteduras de pata, tanto en el ámbito doméstico como en el internacional. En resumidas cuentas: Rajoy es un personaje estrafalario con una auctoritas discutible. Con este bagaje, los cariacontecidos analistas se formulan la siguiente pregunta: ¿cómo es posible que un señor como éste lleve veinte años en primera línea política y vaya a volver a ocupar la presidencia del Gobierno?

La pregunta es pertinente pero creo que la base del análisis previo es una base desnivelada e inestable. Lo que quiero decir es que Rajoy tiene las dudosas cualidades que hemos enumerado pero tiene otras más positivas que no pueden negarse a la ligera. Rajoy es un hombre que ha hecho de la inacción una virtud porque sabe que en España las explosiones eufóricas duran poco y se desvanecen sin dejar rastro. Cuando hay algún problema, Rajoy no toma ninguna decisión al respecto, lo cual equivale, según sus propias palabras, a tomar una decisión. Rajoy dijo una vez que no tomar decisiones es también tomarlas, y eso tiene difícil discusión, sobre todo en un país en el que hay una propensión tan clara a la ebullición inocua. Rajoy se queda quieto y aguanta el chaparrón con un aplomo tremendo. Y el chaparrón pasa.

A Rajoy se le acusa de manejar una dialéctica vagarosa, pero cualquier persona atenta podrá comprobar que este señor suele manejar con destreza los recursos más elevados de la retórica, que son la ironía y la técnica de las alusiones. Hemos visto a Rajoy en el Congreso riéndose literalmente de algún oponente sin que el oponente comprenda nada. Rajoy utiliza el humor de manera sistemática y fija; si queremos ser ecuánimes, tenemos que reconocer que Rajoy lleva por lo menos doce años de vida parlamentaria (desde que empezó como jefe de la oposición) superando con holgura a cualquiera de los oponentes que ha tenido delante, tanto Zapatero como Rubalcaba o Sánchez. Eso puede que no sea una cosa de gran mérito porque la altura de estos rivales no parece mareante, pero de momento Rajoy, subido en la tribuna del Congreso, no tiene quien le tosa.

La tercera cualidad de Rajoy (y probablemente la más importante) es su capacidad para identificar y perfilar de forma ajustada el temperamento mayoritario de los electores. Rajoy es un señor que ha descubierto que existe un núcleo conservador en la población española, un núcleo irrompible, recalcitrante e indómito. Y ha visto que ese núcleo forma parte de los elementos fijos del sistema.

Muchas veces hay alguna confusión con la palabra conservador: nosotros no nos referimos a derechas o a izquierdas, sino al sentido puramente literal del término. En España hay una cierta cantidad de personas que no son una cosa ni otra, que llevan una vida pasable y gris y que, de querer algo, lo que quieren es quedarse más o menos como están. Ese conservadurismo estricto, esa aspiración a que las cosas no vayan peor que como iban hasta ahora, es la fuerza tractora que respalda a Rajoy. Rajoy sabe que ese núcleo puede sufrir variaciones relativas a su forma, a su tamaño o a su extensión, pero sabe que la permanencia del núcleo conservador está garantizada. Rajoy sobrevive a la corrupción de su partido porque el núcleo conservador de la población está dispuesto a pasar por alto cualquier abuso con tal de que nadie le toque su nómina y su tinglado. Rajoy sigue vivo porque el núcleo conservador del cuerpo electoral le ve como un mal menor y como un señor gallego que es registrador y que lee el Marca.

El vodevil que hemos visto durante el último año supone la defunción del PSOE y la consolidación de Podemos. Esos dos fenómenos combinados tienen una reacción química, que es el auge de Rajoy. El núcleo conservador no tiene alternativas concretas y no quiere descarrilamientos aparatosos: por descarte, queda Rajoy. Parecía despanzurrado pero ahí sigue.

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