Nosotros y nosotras

En este carrusel electoral continuo, algunos ciudadanos tienen la suerte de poder ir a la urnas este mes y elegir de nuevo a sus representantes. El agotamiento del electorado es constatable y justificado. La repetición electoral acaba con las ilusiones de cualquiera. En este contexto, uno tiende a quedarse solamente con anécdotas. Por ejemplo: he oído a una candidata de un partido que se presenta a las elecciones autonómicas vascas utilizando en un mitin la fórmula del “nosotros y nosotras” con una insistencia encomiable. “Nosotras y nosotros tenemos la llave de la gobernabilidad”, o algo así ha dicho la señora candidata, repitiendo el sintagma prácticamente en cada uno de los párrafos del discurso. “Nosotras y nosotros somos las y los que van a representar a los ciudadanos y ciudadanas en una época clave para todos y todas”.

Las directrices evolutivas del lenguaje son la practicidad y la economía. Los grandes estudiosos del lenguaje humano en cualquier idioma saben que cuando una palabra no es práctica, cuando no identifica correctamente una idea o un concepto, esa palabra tiende a la desaparición. Y todos los expertos saben también que, si existen dos maneras posibles de expresar una idea, la forma más breve y sencilla de las dos es la que pervive. El hablante universal es sintético y debe de tener algo de prisa porque tiende a simplificar y comprimir el lenguaje que utiliza, rechazando las formas redundantes más alargadas o agotadoras.

Pues bien: durante los dos últimos siglos, el comportamiento del hablante ha sido analizado desde todos los puntos de vista, de forma absoluta, comparada, sincrónica, diacrónica y en todos los campos y terrenos geográficos, y las conclusiones se han dado por concluyentes hasta que en España resulta que hemos decidido saltarnos el devenir de las formas expresivas y hemos empezado a decir nosotros y nosotras. Nosotros y nosotras somos los que hemos roto una línea de comportamiento que se remonta a los primeros testimonios escritos en cualquier idioma. Es evidente que el plural nosotros era un genérico, y que se podía empezar a usar otro, como, por ejemplo, nosotras. Nosotras es un plural tan excluyente como nosotros desde un punto de vista del género, pero al menos tiene la virtud de que no ha sido utilizado hasta ahora. Las personas con una gran sensibilidad en este campo exigen que se reconozca a las mujeres cuando se habla de todo un grupo humano, y no les falta razón. Por eso, no parece haya ningún problema en que empecemos a referirnos a todos como todas. Yo, al menos, no tengo nada en contra. Es verdad que la fuerza de la costumbre es poderosa y que no parece fácil convertir al femenino en neutro, aunque, por otra parte, hay un consenso universal sobre algunas costumbres que deberían ser erradicadas, como la ablación del clítoris o la esclavitud, y hay que hacer lo posible por conseguirlo.

Por tanto, si domesticamos al cerebro y desprogramamos los mecanismos sexistas asimilados durante tantos siglos podremos conseguir referirnos al conjunto de la población como nosotras. Lo que no tiene tanta lógica es el nosotros y nosotras. Usar el nosotros y nosotras en todas las partes de nuestro mensaje supone un sobreesfuerzo expresivo y articulatorio de aquí te espero y además requiere una habilidad sobrenatural, si es que uno (o una) quiere hablar con un poco de fluidez. Y todo se complica más si aspiramos a que en el párrafo se mantenga una correcta correspondencia entre pronombres, determinantes y artículos. Tiene que ser una proeza decir sin equivocarse “nosotras y nosotros somos las y los que van a representar a los y las ciudadanos y ciudadanas en una época clave para todos y todas”. Hace falta poseer una coordinación retórica de altísimo nivel, además de disponer de todo el tiempo del mundo, dado que el discurso va a durar exactamente el doble de lo normal. El alargamiento de cualquier intervención está garantizado, y las posibilidades de que el público se duerma aumentan de forma incontestable.

El quijotismo español aparece periódicamente a lo largo de la historia, y en este caso se manifiesta como una tendencia beligerante contra las leyes universales de los mecanismos del habla. Los españoles hemos decidido introducir la redundancia inútil y el alargamiento estupefaciente en nuestra manera de expresarnos. Por lo visto, la causa es justa y pelearemos hasta el final con la fuerza que haya que emplear. ¡Qué sabrán todos los demás hablantes de todo lugar, de todas las épocas y en todos los idiomas! Nadie nos impondrá la simplificación. Es preferible morir de un esguince cerebral intentando duplicar los pronombres que vivir en la comodidad fofa de la eficiencia expresiva.

Lo más curioso es darse cuenta de que muchos de los grandes representantes de este quijotismo tan español son personas que, por otra parte, están intentando dejar de ser españoles. Como se percaten de lo español de su actitud léxica, el susto puede ser morrocotudo. Podrían tener una angina de pecho (o una angino de pecha).

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