El remordimiento es importantísimo porque marca una línea divisoria entre nosotros. Las personas que padecen este fenómeno viven peor, tienen más problemas en todos los órdenes de la vida y suelen presentar un currículum más raquítico. Por el contrario, los seres humanos desprovistos de la sensibilidad mínima para poder sufrir remordimiento son personas que viven muy bien y que además tienen un éxito total en muchas de las iniciativas que llevan a cabo.
Por tanto, es lógico pensar que el remordimiento es un engorro tremendo.
El remordimiento es la combinación de la memoria y la conciencia. Si alguno de estos dos elementos no aparece, no hay remordimiento y uno circula por ahí tan fresco. Podemos decir incluso que solamente hacen falta estos dos ingredientes y que no es imprescindible que haya algún acto censurable o pecaminoso, porque podemos estar arrepentidos de cosas que son verdaderas tonterías sin importancia. La causa del remordimiento no es tan importante como la capacidad que uno tenga para atormentarse a sí mismo.
Cuando esa capacidad es muy acusada y relevante, uno las pasa canutas, llegando incluso a la parálisis. El remordimiento puede provocar la atrofia de la voluntad y la anulación de todas las características del ser humano.
Cualquiera que haya sufrido estos efectos sabe que en esos instantes peliagudos nuestra vida es un verdadero asco. No dormimos, no comemos, no podemos disfrutar de ningún momento positivo.
Los que no sepan qué es esto del remordimiento son personas que tienen la vida mas o menos resuelta porque podrían cometer las mayores atrocidades y dormir a pierna suelta. Nada puede pararles. Puede existir algún individuo que no sepa lo que es el remordimiento porque no tenga en su hoja de servicios ningún hecho digno de provocar arrepentimiento; me cuesta creer que existan muchos seres angelicales de este tipo, pero incluso estos personajes sentirían algún tipo de desasosiego ante el inacabable ramillete de barbaridades que se producen en el mundo (si son tan angelicales, toda injusticia les provocará cargo de conciencia, aunque no sea culpa suya). Así que podemos afirmar que la mayoría de las personas que no se arrepienten de nada son los que, de una u otra forma, van a manejar el cotarro o lo manejan en estos momentos.
Hace unas semanas hablamos aquí de Dostoievski, novelista ruso que dedicó una novela entera al remordimiento (Crimen y Castigo) y que trató el asunto de manera estilizada en su obra cumbre, Los Hermanos Karamazov. Dostoievski dividió el remordimiento en dos vertientes, que son la vertiente egoísta y la vertiente normal. La egoísta es la que se basa en un remordimiento por miedo al castigo, el remordimiento que uno siente cuando hace algo malo y teme que le pillen. En este remordimiento no se contemplan los daños que mi actuación provoca en terceras personas. Este remordimiento es un remordimiento que tiene poco interés humano porque es el remordimiento del cobarde puro. El remordimiento verdaderamente poderoso es el otro, el de la conciencia. Este remordimiento lo sienten muchas personas y es el que paraliza y bloquea.
Algún lector más bien cándido puede pensar que no hay nadie sin un átomo de conciencia. Es verdad que son pocos, pero estos personajes existen y yo conozco a varios. No estoy hablando de algo tan genérico como las malas personas, o de la gente que desea el mal ajeno por las razones que sean. Estoy hablando de los tipos sin capacidad para el remordimiento. Estos seres viven entre nosotros y cualquiera puede encontrárselos. El rasgo distintivo de estos ciudadanos es el egoísmo hiperdesarrollado, porque alguien que no se preocupa de las consecuencias que sus actos tienen sobre sus semejantes nunca siente ningún remordimiento y, en consecuencia, tiene todas las facilidades para llegar a donde se proponga. También existen las personas con conciencia pero sin memoria, que como hemos dicho es el segundo elemento indispensable. Hay gente desmemoriada y que tiene una capacidad espectacular para eliminar todos sus archivos del recuerdo. Algunos han cometido verdaderas enormidades punibles y podrían tener la capacidad de arrepentirse, pero se han olvidado de todo y tienen ese problema resuelto.
Los que nunca sufren remordimiento alguno se parecen a los grandes embusteros, en el sentido de que el camino por el que transitan es de una suavidad insuperable. El mentiroso es un triunfador nato porque la mentira abre muchas más puertas que la verdad, pese a las inmensas toneladas de literatura escrita en sentido contrario. La mentira y la falta de conciencia, de arrepentimiento, siempre funcionan. El mentiroso, igual que el violento, tiende indefectiblemente a ganar y a dominar.
Los demás tendemos a vivir más o menos sometidos por estos mentirosos violentos y, por si esto fuera poco, tendemos a no dormir por las noches, gracias al dichoso remordimiento.
Como pueden ver ustedes, esto es el colmo.