El presidente Obama está llegando al final de su segundo mandato y se pueden sacar algunas conclusiones de esta presidencia, que desde el principio ya era singular por ser Obama el primer presidente negro en la historia de los Estados Unidos. Obama llegó como un excelente lector de discursos y se presentó como un hombre dotado de un talante contemporizador que a muchos nos recordaba al de nuestro José Luis Rodríguez Zapatero. Sin embargo, Obama ha ido creciendo con el tiempo y va a terminar su mandato saliendo a hombros. Parte de este crecimiento se debe a su labor específica como gobernante: ha revitalizado la economía a base de expansiones monetarias; ha implantado una especie de sistema público y universal de salud, aunque en estado embrionario y leve; y ha conseguido hacer todo ello sin romper nada y con la oposición radical de las cámaras legislativas. Por otra parte, los políticos que ahora están llamados a sucederle en el cargo presentan unas características tan extravagantes y chocarreras que, por comparación, engrandecen todavía más la figura de Obama. A este ritmo, el presidente norteamericano acabará su mandato como uno de los grandes líderes que ha tenido Occidente.
Uno de los rasgos definitivos de Obama es su afán en pro de templar gaitas en el ámbito internacional. Obama se ha mostrado como una persona con una vocación concreta por relajar y disolver cualquier conflicto internacional más o menos enquistado que se ha encontrado al frente de su gobierno. El ejemplo más claro está en Cuba, isla por la que Obama ya se ha paseado como un mesías. Y esta semana hemos sabido que Obama tiene intención de viajar a Hiroshima antes de que acabe la legislatura. Como sabe todo el mundo, el gobierno norteamericano que presidía Harry Truman ordenó lanzar dos bombas nucleares sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki a principios de agosto de 1945, acontecimiento que fue decisivo para la rendición de Japón y para acelerar el final de la Segunda Guerra Mundial. Estos lanzamientos han pasado a ocupar un lugar muy al fondo en la conciencia colectiva de Occidente, que por lo visto los tiene en ese desván, rodeados de polvo, una vez aceptados los argumentos militares que se esgrimieron en el momento de los ataques, unos argumentos basados en la practicidad fría: los japoneses no se rendían pese a estar en manifiesta inferioridad, eran unos kamikazes, no atendían a razones de ningún tipo e iban a provocar un prolongamiento terrible de los ataques, etc. La mayor parte de los ciudadanos occidentales de hoy en día conoce muy por encima los hechos y no dedica un solo minuto a considerarlos bajo ningún parámetro.
No obstante, esta visita de Obama a Hiroshima puede servirnos para recordar que estos dos pepinazos lanzados en 1945 provocaron la destrucción de todo lo que alcanzaba la vista y la muerte casi instantánea de unos 146.000 japoneses, en su mayoría civiles, muertes a las que hay que añadir otros 100.000 japoneses que murieron poco a poco por los efectos arrasadores de la radiación de las bombas y de enfermedades derivadas de estos mismos efectos. En total, cerca de 250.000 personas murieron, fueron exterminadas, dejaron de existir o causaron baja, según la terminología que queramos aplicar al caso. Esto es, pura y simplemente, una barbaridad de una dimensión completamente indescriptible, o al menos lo es para una persona como yo, que tiene 41 años y que, como ciudadano, no tiene nada de particular. Hiroshima se ve hoy uno de los momentos más escalofriantes de la historia de la humanidad, porque en Hiroshima se produce la conjunción perfecta de los rasgos fundamentales del ser humano: por un lado, Hiroshima significó la culminación del progreso técnico llevado al terreno militar, el perfeccionamiento de los desarrollos físicos y matemáticos en pos de un fin; por otro lado, Hiroshima es un ejemplo de la capacidad humana para causar estragos y destruirlo todo, incluida, claro está, la destrucción mecanizada e industrial del prójimo, del semejante. Y, en tercer lugar, Hiroshima es también un ejemplo de una cierta practicidad que el ser humano demuestra en situaciones límite, practicidad que le permite ir tirando por la vida y soportar los sinsabores que uno se encuentra a su paso. Porque parece que Hiroshima se aceptó sin mucha oposición, cosa que hoy se ve con asombro y estupefacción, y porque desde lo de Hiroshima hay un aparente consenso sobre la malignidad de este tipo de armamento profundamente tétrico y espantoso, dado que no tenemos noticias de ningún otro ataque similar en los últimos setenta años. Es como si se hubiera decidido que aquello fue una barbaridad más o menos necesaria y se hubiese renunciado a su repetición.
Insisto: para un hombre del año 2016, esto es un hecho que nadie niega pero sobre el que nadie se detiene. Las películas, novelas, documentales y estudios sobre el Holocausto judío se han ido presentando con una frecuencia alta y necesaria, y la reflexión sobre aquel procedimiento de fumigación sistemática se hace prácticamente a diario: sin embargo, de Hiroshima no habla nadie. Y cuando nos detenemos y lo miramos un poco, solamente podemos avergonzarnos. Si se dedican unos minutos a contemplar el asunto, cualquiera que no sea un desalmado definitivo tiende a ser presa de sudores fríos y a abochornarse. Pensar durante un rato en Hiroshima puede provocar insomnio, ansiedad y mala conciencia.
En este contexto, Obama ha decidido ir a Hiroshima y pronunciar un discurso. Esta decisión tiene miga más allá de la vanidad humana de un presidente que va a pasar a la historia. Sabemos que a Obama le gusta protagonizar la reconciliación universal y el tendido de puentes humanitarios; sabemos también que los discursos de Obama están brillantemente escritos y son pronunciados con una habilidad retórica y escenográfica fuera de dudas. Pero tenemos curiosidad por saber qué dirá el presidente norteamericano. ¿Qué se puede decir allí?
El primer presidente «medio negro», o quizá «medio blanco», prometió cerrar la indecencia de Guantánamo y no lo ha hecho; montó una guerra en Siria financiando a todo aquel que se decía oposición que ha desembocado en un montón de muertos y en la mayor crísis humanitaria de los tiempos modernos; la montó parda en Libia (con el apoyo decidido del inefable Hollande) que ha desembocado en montones de muertos y un país deshecho y, ha base de gastar un dinero que no tiene ha endeudado a su país para siempre, forever (www.usdebtclock.org) . Solo por contar algunas de las mas sonadas. Una joya el pajarito.
Y que va a decir el «medioblanco» en Hiroshima? More BS as usual
Mi profesor de Historia, cada vez que le decía: «Oiga, yo pienso que…» me cortaba rápidamente diciendo: “Tú no piensas, tú opinas”.
Y en esta ocasión creo que ni siquiera tengo una opinión correctamente formada.
Eso sí, ayer tuve la ocasión de cenar y conversar un rato con un misionero que ha vivido desde 2011 en Alepo: nos contaba cómo el Sr. «Yes we can» está financiando a los alentadores de la guerra en Siria… pero de eso ya ha hablado piter_Snr… así que mejor no extenderse.
Además, y viene al caso, se preguntaba por qué no interesa que se sepa lo que está pasando en Siria. Por qué de un bombardeo (del que él ha salido vivo de chiripa) se cuenta en los medios que han muerto 23 personas cuando en realidad murieron más de 400. Por qué matan a 4 misioneras de la Caridad y no sale en ningún periódico. Por qué nadie para a pensar en el HOLOCAUSTO (así, con mayúsculas) que están sufriendo los cristianos. Por qué no convertirse al Islam significa ser descuartizado y acabar convertido en comida para perros sin que a nadie le importe un pimiento. Por qué nadie se cambia el icono de Facebook.
Nadie se para a pensar en Hiroshima. Y nadie se para a pensar en lo que ahora están pasando miles de cristianos a un puñado de horas de avión.
Quizá porque, si lo hiciéramos, no podríamos dormir tranquilos.