Muchos de ustedes han visto a niños deslizándose por ahí con unas zapatillas que llevan en la suela unas ruedas ocultas. La primera vez que uno se fija en los niños deslizantes piensa que está ante algún encantamiento o brujería que permite a estos chavales flotar por ahí como un espectro sin dar un solo paso. Después de un rato de reflexión lógica, uno acaba deduciendo que el truco está en las ruedas de las suelas, y se queda tranquilo, con esa tranquilidad que da saber que no estamos siendo invadidos por criaturas fantasmagóricas. Ahora bien: según informa Antena 3, el Consejo General de Colegios Oficiales de Podólogos de España ha pedido a los centros educativos de infantil y primaria que no permitan que los niños vayan a los centros con zapatos con ruedas ante los problemas que ocasiona su uso. Los podólogos dicen que este tipo de zapatillas “aumenta la carga en el antepie y la presión media sobre el talón”. Por lo que parece, las zapatillas con ruedas tienen una altura en el tacón de unos 5 centímetros más que la de un zapato corriente. La Universidad de Elche ha realizado un estudio que concluye que un 11% de los escolares de entre tres y nueve años va alguna vez al colegio con este tipo de calzado y se pasa el día con esos cacharros puestos en los pies. Los científicos ilicitanos dicen que esta elevación trasera “puede tener consecuencias en problemas de crecimiento, o derivar en una enfermedad de Freiberg o en metatarsalgias”, así como provocar “el posible acortamiento a largo plazo de la cadena muscular posterior”. Por su parte, los podólogos dicen que estos zapatos no forman parte del calzado convencional y que pertenecen al ámbito de la juguetería, por lo que recomiendan que su uso se circunscriba a un periodo máximo de una o dos horas a la semana.
¿Por qué van los niños al cole con estos artilugios? Los motivos pueden ser varios. En primer lugar está el desconocimiento. No sabemos nada de nada, y por tanto no sabemos nada de zapatillas con ruedines y del efecto nocivo que tienen en los huesecillos de nuestros hijos. “Que lleve el niño los zapatos esos al cole, hombre”. ¿Qué puede tener de malo? En segundo lugar, los padres de hoy en día tendemos a complacer a nuestros hijos de forma indefectible y con una constancia que no ponemos en ningún otro aspecto de nuestras vidas. Queremos que el niño esté siempre a gusto, y que se cumplan todos sus deseos. Como resultado de esa política, el niño tiene acceso a todo lo que su padre pueda comprarle. Si el niño quiere unos zapatos con ruedines, los tendrá. Y si quiere ir al cole con ellos, irá. No queremos líos: queremos saber cuáles son las cuotas mínimas y suficientes de bienestar que un niño requiere para que no nos monte un pollo a las ocho de la mañana, pollo que, si se arma, suele desembocar en retrasos y provoca que el niño pierda el autobús. “Deja que el niño vaya con los patines, Conchi, que no llegamos a la parada”, le dice el padre a la madre (o al revés).
Las personas que tenemos menos de cincuenta años somos unos padres muy deficientes porque a) nuestros hijos tienen a su alcance el más completo catálogo de chorraditas y caprichos que se ha conocido hasta ahora, y b) estamos dispuestos a comprar buena parte de este catálogo con tal de que nuestros hijos dejen de molestarnos. Porque nuestros hijos nos molestan. Estamos en un momento idóneo para reconocerlo. Es verdad que los niños de ahora son unos dictadores insoportables con una capacidad de concentración nula y que conocen nuestras debilidades. Los niños saben que si chillan un poco obtendrán una recompensa en forma de chucherías. Por tanto, estar con ellos es una tortura porque lloran, nos manipulan y no mantienen ninguna fijeza en ninguna cosa. Algún internauta estará escandalizándose al leer todo esto, pero a veces la franqueza tiene importancia, y en todo lo relacionado con la educación de los niños somos una colección de amateurs absolutos. La franqueza puede ayudarnos a descubrir el problema. Y el problema es que estar con nuestros hijos es un infierno porque nuestros hijos son insoportables, pero es importantísimo decir que la culpa de todo esto es exclusivamente nuestra. Nosotros hemos conseguido que nuestro hijo sea un cretino.
Es posible que relacionar el energumenismo de padres e hijos con la proliferación de las zapatillas con ruedines sea ir demasiado lejos. Existe la posibilidad de que los niños que ruedan por el colegio sean responsables, eficientes y simpáticos, y que lleven los patines esos por el mero hecho de que llevarlos y deslizarse es muy divertido, sin más. Pero también es probable que más de uno de esos niños se niegue a ir al cole sin sus condenados zapatos con ruedas y que arme eficacísimos pollos a sus padres todas las mañanas. Si algún lector es una víctima de estas bestezuelas sobre ruedas, hoy tiene la ocasión de detener la inercia diabólica en la que se ha metido por su culpa. Hoy puede empezar a tratar de cambiar las cosas. Buena suerte.