El movimiento estático

“I know it looks like I’m moving, but I’m standing still” (Bob Dylan, “Not Dark Yet”)

Pedro Sánchez quiere formar gobierno y para ello ha presentado unas propuestas destinadas a contentar parcialmente a casi todo el mundo, salvo al PP, con quien no quiere tener nada que ver. Los partidos que podrían sustentar su investidura han aplaudido el programa porque este programa es ambivalente, multicolor y de una flexibilidad maravillosa. El programa propone muchas cosas lo suficientemente poco definidas como para resultar irreprochable se mire como se mire. Por tanto, y si tiene un poco de suerte, Sánchez saldrá investido presidente del Gobierno y culminará un proceso milagroso y más bien inenarrable que empezó cuando obtuvo los peores resultados del PSOE en unas elecciones generales. Del fracaso electoral, Sánchez se encamina a la investidura. Este fenómeno puede explicarse desde varios enfoques, aunque nosotros pensamos que el factor decisivo del momento es el multipartidismo que acaba de consolidarse.

Ya se sabe que en España la cosa política ha presentado durante años una tendencia suave al bipartidismo. Esa tendencia ha quedado bruscamente interrumpida por la corrupción y por la crisis, y ahora nos encontramos con la ensalada de partidos que todos ustedes tienen delante. Esta ensalada nos sitúa de nuevo en un escenario como el de la Segunda República, periodo interesantísimo caracterizado por la improvisación y por la ingobernabilidad supina. Cuando ahora hemos visto que Felipe VI hacía dos rondas de consultas para conseguir liar a alguien para formar gobierno, conviene tener en cuenta que entre 1931 y 1935 don Niceto Alcalá Zamora, presidente de la República, se reunía con más gente aún. Alcalá Zamora llamaba a consultas a todos los políticos y además se citaba con las grandes figuras socioculturales del régimen, como Marañón, Menéndez Pidal o José Ortega y Gasset, lo que, dada la naturaleza oratoria y pomposa de todos estos señores (entre los que está el propio señor Alcalá Zamora, que era el más pomposo de todos), alargaba las consultas hasta el infinito.

Por otra parte, muchos analistas opinan ahora que un eventual Gobierno Sánchez tiene pocas posibilidades de perdurar, pero tenemos que recordar que entre 1931 y 1935 hubo en la Segunda República nada menos que 16 gobiernos diferentes, lo cual nos da una media de cuatro gobiernos al año. Pido al lector que haga un ejercicio de imaginación y contemple la posibilidad de presenciar una formación de gobierno nueva cada tres meses en la España actual. Este carrusel tendría su interés como sainete y quizá no tanto como método de consolidación del régimen.

La proliferación de partidos minoritarios aporta grandes ventajas representativas. Cualquier persona puede reconocerse en alguna de las múltiples formaciones políticas que en estos momentos luchan por un minuto televisivo en prime time. En esta línea, los analistas más relamidos suelen proclamar que el multipartidismo es bueno para tener una democracia más cercana a la ciudadanía y más rica en matices democráticos. Esta reflexión es irreprochable. Sin embargo, el multipartidismo tiene sus pegas, y una de esas pegas es la atrofia operativa. Un régimen multipartidista tiende a la parálisis: en un régimen de multirrepresentación, aprobar un reglamento se convierte en un trabajo heroico que requiere tocar muchas puertas y comprar muchas voluntades. Porque otra de las pegas del multipartidismo es la aparición de las minicorruptelas de bajo vuelo, que parece que no existen pero que circulan por el sistema.

Se da la circunstancia de que el multipartidismo debe de ser muy bueno y muy sano pero solo prolifera en los países menos presentables de Occidente. Los países mediterráneos tendemos al multipartidismo, como tendemos al caos y al desmanganille, y en cambio los países que simbolizan la democracia más consolidada (como los anglosajones) están en un bipartidismo de cemento armado y a prueba de bombas. Los analistas emotivos que entonan cantos a la democracia participativa se quedan mudos ante las democracias más viejas y garantizadas del mundo, que son las anglosajonas. Que Dios ilumine a estos analistas en su trino democrático. Nosotros, desde nuestro desconocimiento, creemos que es conveniente darse cuenta de una vez de que en política es muy importante una cierta practicidad; no una practicidad absoluta, puesto que la practicidad absoluta puede llevarnos a exterminar a las clases pasivas y puede acabar en Hitler; pero sí unos niveles de practicidad funcional. El bipartidismo tiene muchas pegas de representatividad pero también tiene ventajas operativas, y una de las más importantes es que instaura un medio ambiente idóneo para la buena marcha del comercio. El bipartidismo favorece una cierta previsibilidad institucional.

Hay que decir que para tener un bipartidismo sano es imprescindible que las personas que se dedican a la política tengan unos niveles mínimos de decencia personal, porque la muerte del bipartidismo es siempre la corrupción. En los países anglosajones, los grandes escándalos que tumban a un político no suelen ser relativos al dinero sino más bien adscritos al ámbito de las costumbres. La mentalidad calvinista provoca que en Estados Unidos, Gran Bretaña, o en cualquier país de la Commonwealth, los políticos caigan por líos de faldas o incluso por mentir. En los países del multipartidismo acalorado, la mentira es un elemento intrínseco a la vida política, y se pasa por alto en todos los casos.

Ante este panorama, no es raro que en unos países y en otros se den unos u otros regímenes. En España parece que entramos ahora en el régimen de la menestra parlamentaria y de la proliferación de siglas indiscernibles, y, si se cumplen las previsiones, llegaremos enseguida al terreno de la parálisis institucional. El multipartidismo tiene la ventaja de que, con su movimiento vibrátil y estático, esconde razonablemente bien la parálisis: los políticos se reúnen, van y vienen, hacen declaraciones con el corazón en la mano, dan mítines cada sábado y, en definitiva, no paran quietos, pero uno ve que en este tiempo de agitación el país no se ha movido un milímetro.

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