Un respeto para Chespirito

Ha muerto en Méjico el comediante Roberto Gómez Bolaños, Chespirito. Este hombre ha sido durante los últimos cuarenta años la gran referencia del humor televisivo latinoamericano; sus personajes habituales (fundamentalmente El Chavo del Ocho y El Chapulín Colorado) son conocidos por todos los telespectadores de habla hispana. Como intérprete cómico, este señor Bolaños era un heredero directo de Mario Moreno, Cantinflas, y su humor no era la quintaesencia de la sofisticación, si se me permite decirlo; Bolaños orquestó unos programas de televisión de frecuencia diaria con un nivel de originalidad nulo, que sin embargo fueron consumidos de manera multitudinaria. Chespirito desplegaba de forma un poco desmayada las maneras de Cantinflas, el cantinfleo, que como se sabe es el discurso absurdo con el que no se quiere llegar a ningún sitio; Chespirito tenía lo que se conoce como vis cómica, que es la facilidad para hacer reír. El guión de los shows de Chespirito no tiene ninguna importancia porque lo que importa es la figura de Chespirito. Chespirito salía a escena y no hacía falta mucho más. Chespirito hacía de Chespirito; no era un intérprete, sino un personaje.

El fallecimiento de Chespirito me sirve para comprobar un hecho indiscutible que ya hemos mencionado en este blog: antes había en todos los países unos comediantes de referencia, absolutamente imbatibles, que llenaban los cines y teatros sin más argumentos que su presencia arrasadora. En Francia estaban Fernandel y Louis de Funes: en Méjico estaban los mencionados Cantinflas y Chespirito; en Italia funcionaban Totó y Sordi; en los Estados Unidos triunfaba Bob Hope; en Gran Bretaña estaba Benny Hill; en España teníamos a Martínez Soria y Lina Morgan. De todos estos comediantes, la única que está viva es Lina Morgan, y por lo que dicen la pobre se encuentra bastante descacharrada. Por tanto, podemos concluir que este tipo de actor cómico formidable ha desaparecido y que en virtud de las circunstancias modernas no existe ningún relevo para este formato de estrellas del espectáculo. Puede ser que el relevo hoy sea imposible porque el medio de comunicación teatral ha virado hacia Youtube y hacia los demás espacios multimedia, pero en el fondo esta extinción no tiene mucha importancia, porque con los nuevos formatos vienen las nuevas maneras de llegar al público.

Lo que sí puede debatirse es el valor real que tenían todos estos comediantes. La crítica profesional ha creído conveniente catalogar a toda esta cuadra como cómicos populares, dándole a este adjetivo un carácter más bien peyorativo. El arte popular se ha querido ubicar en una posición opuesta al arte más bien culto, un arte culto que por otra parte también ha resultado ser en muchos casos el más plomizo, barbitúrico y aburrido. También se ha querido denunciar el uso que todos estos comediantes han hecho del chiste fácil, uso que muy probablemente ha existido, pero debemos decir que en muchas ocasiones el chiste fácil viene impuesto por la celeridad del trabajo, por las exigencias de la producción frenética. Benny Hill mantuvo en antena un programa semanal durante veinte años; el material cómico que hay que generar para tal suministro de gags no es ni puede ser sublime sin interrupción, por un motivo de economía elemental. Lo que está por explicar (y aún no ha quedado establecido por ningún crítico) es el hecho definitivo, que es la existencia de la vis cómica. La vis cómica es el fenómeno físico mediante el cual hay una persona concreta que provoca hilaridad en el público. Como todas las cosas verdaderamente impresionantes de la vida, la vis cómica es inexplicable, y, como mucho, podemos aspirar a describirla, no a explicarla. Gracias a la destreza de los verdaderos cómicos, la cualidad de hacer reír parece al principio una cosa sencillísima y al alcance de cualquiera; sin embargo, cuando alguien sin vis cómica quiere provocar la risa suele fracasar indefectiblemente. En cambio, Chespirito hacía gracia casi sin abrir la boca, con lo que podemos confirmar que hacer reír es dificilísimo salvo cuando uno tiene la capacidad para conseguirlo, en cuyo caso es efectivamente una cosa muy fácil. Como dijo el músico Levon Helm al escuchar al pianista Garth Hudson tocar una figura imposible con el piano, “it’s easy if you know how”.

La crítica ha sido implacable casi siempre con el humor popular, pero los más grandes profesionales de este oficio siempre se han maravillado ante la capacidad ajena para hacer reír. Charles Chaplin, que era un caso raro de comediante popular porque pudo administrar su arte hasta encajarlo en el mundo de la respetabilidad cultural, fue un admirador de todos estos cómicos populares. Chaplin dijo públicamente varias veces que el comediante más importante del mundo era Cantinflas; cuando en los años setenta Benny Hill arrasaba en la televisión inglesa pero era crucificado por la crítica, Charles Chaplin contactó personalmente con Hill y le invitó a su casa de Suiza para enseñarle su colección de episodios de “El Show de Benny Hill”, colección que veía una y otra vez. Chaplin sabía qué es eso del talento y tuvo el buen gusto y la generosidad de demostrárselo a un compañero que, además, estaba sufriendo las depresivas consecuencias de las malas críticas.

Es decir, que el oficio de la risa es digno de respeto. Un respeto, por tanto, para Chespirito, y un abrazo para la última superviviente en el mundo de esta raza casi extinguida: Lina Morgan.

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