¿Podemos?

Estamos de enhorabuena porque en los últimos meses el panorama político se ha depauperado de una forma tan abrupta que hoy nos encontramos con la posibilidad real de que el nuevo partido político Podemos sea ya la primera fuerza en España. Esto tiene la lógica de las cosas de la vida y responde a la famosísima ley del péndulo, según la cual si en una situación se toca un extremo, las cosas irán automáticamente al otro extremo con la misma virulencia. Los partidos tradicionales españoles están completamente chamuscados y el público está hasta las narices.

Como se sabe, Podemos es un partido fabricado en laboratorio. Sus responsables han dado muestras de conocer profundamente el funcionamiento de los mecanismos de difusión y marketing, y además han sabido utilizar a la perfección las herramientas actuales de amplificación del mensaje: paralelamente, estas personas han cocinado una serie de premisas doctrinales infalibles, una colección imbatible de silogismos sin contestación posible, y acuden a cualquier foro mediático para confrontar sus mensajes de cemento armado contra la blanda réplica de los representantes tradicionales de la política. En esta tarea es de mucha ayuda no haber manejado nunca dinero público y, en consecuencia, no haber tenido ocasión de robarlo a manos llenas. La combinación entre un currículum libre de abusos, el manejo de la dialéctica hegeliana y la miserable situación de los oponentes convierte a estos señores de Podemos en un colirio para los ojos de los espectadores, que aplauden en sus casas cada revolcón que los políticos tradicionales se llevan en debates televisivos como los de La Sexta Noche. Los señores Iglesias, Errejón y Monedero acuden a los programas con su metralleta discursiva y enlazan razonamientos con la frialdad de auténticos drones implacables.

Y suman apoyos a gran velocidad, lo cual es perfectamente normal. El caso de Podemos tiene la peculiaridad de que, si uno lee su programa electoral de las últimas Europeas (que es el único que por ahora tenemos a nuestra disposición), es complicadísimo encontrar en él alguna iniciativa que no sea contraria a las leyes mercantiles, la gramática parda de las finanzas, el temperamento de los españoles o el más elemental criterio financiero de ingresos contra gastos. Poner en práctica cada iniciativa de este programa es difícil, pero todas juntas se destruyen mutuamente. Citemos algunas ideas: Podemos propugna un corte en el suministro de dinero a la Administración (vía impago o reestructuración de nuestra deuda pública) y la instauración de un clima hostil hacia los grandes propietarios internacionales del dinero. Esta idea es tan defendible como cualquier otra, pero acarrea unas consecuencias financieras determinadas. Y, en el mismo programa, Podemos anuncia la creación de una renta básica para todos los ciudadanos y un incremento de la inversión pública en servicios considerados como intocables, dos cosas que ningún ciudadano decente osaría criticar, pero cuya puesta en marcha exige un número abultado de euros. Porque, según todos los expertos económicos, si uno quiere realizar determinados gastos tiene que disponer previa o simultáneamente de algunos ingresos. Este teorema económico se conoce en España como la cuenta de la vieja y, según los expertos consultados, ha sido ignorado de manera completa por los redactores del programa electoral de Podemos. Hay que recordar aquí al primer gobierno de la II República Española, que aprobó la creación de 50.000 nuevas escuelas públicas mientras decretaba la expulsión de los jesuitas, con lo que se eliminaba a los que regentaban gran parte de los colegios y se proyectaba sustituirlos con un hipotético dinero del que no se disponía.

Obviemos las dificultades prácticas que todo esto puede generar y demos por hecho que Podemos conseguirá gobernar, gracias en gran parte a la putrefacción del establishment político. La pregunta fundamental en este asunto sería la siguiente: ¿podrá Podemos? Es decir, ¿conseguirán estos señores aplicar cosas de este programa? ¿Y en qué proporción? En caso de no poder, ¿cuáles son las cosas de su programa que tendrán que aplazarse indefectiblemente? Hay algunas personas que creen que Podemos va a ser víctima de un problema con dos vertientes: si aplican el programa, el país podría entrar en una situación financiera presidida por una iliquidez y un raquitismo nunca vistos; y, si Podemos no puede aplicar el programa, sus votantes tendrán una decepción morrocotuda, debido a que por tierra, mar y aire se ha ido anunciando y vendiendo a estos votantes (en una dinámica altamente irresponsable) que sí, que sí se puede.

Y estos problemas pertenecen al ámbito de los políticos y son los políticos quienes deben contemplarlos y, en su caso, resolverlos. Un votante corriente y moliente no tiene ninguna obligación de abandonar el universo de la demagogia pura, porque el votante aspira a un mundo mejor y porque además el derecho al voto no exige un razonamiento previo ni acarrea ninguna obligación añadida. En cambio, el político profesional es quien debe tamizar la demagogia publicitaria a través del filtro de lo posible, de lo razonable. Si Podemos se mueve en las afueras del temperamento humano (que es, en esencia, un temperamento egoísta) y si Podemos ignora cómo funcionan los mecanismos industriales del intercambio del dinero en el mundo moderno, es posible que el propio partido sea el primer sorprendido cuando tenga que recular e incumplir su programa. Y posteriormente volverán a sorprenderse cuando el electorado, profundamente decepcionado con el incumplimiento del programa imposible, los destruya.

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